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El Papa a su llegada al centro de acogida de refugiados en Castelnuovo di Porto, a 30 km. de Roma - AFP
Oficios del Jueves Santo

El Papa, en el lavatorio de pies: «Pobres aquellos que compran las armas para destruir la fraternidad»

«Que cada uno en su lengua religiosa rece al señor para que se contagie al mundo», ha contrastado Francisco, entre «un gesto de guerra, de destrucción hace tres días» en Bruselas, y el gesto que se disponía a realizar siguiendo el mandato de Jesús, un gesto de paz

Corresponsal en el Vaticano Actualizado: Guardar
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Después de haber afirmado en una brevísima homilía que «los gestos hablan más que las palabras», el Papa Francisco ha lavado el jueves por la tarde los pies a doce refugiados, incluidos tres musulmanes de Siria, Pakistán y Malí, tres mujeres cristianas coptas de Eritrea y una empleada italiana del Centro de Acogida de Peticionarios de Asilo de Castelnuovo di Porto, treinta kilómetros al norte de Roma.

En la homilía ante los novecientos refugiados, en su mayoría musulmanes africanos que asistían con inmenso respeto y emoción, Francisco hizo notar el contraste entre «un gesto de guerra, de destrucción hace tres días» en Bruselas, y el gesto que se disponía a realizar siguiendo el mandato de Jesús, «que es un gesto de fraternidad.

Tenemos diversas culturas y religiones, pero somos hijos del mismo padre. Somos hermanos, y queremos vivir en paz».

A ese deseo se oponen «los fabricantes y los traficantes de armas, que quieren la sangre y no la paz, que quieren la guerra y no la fraternidad». En cambio, «cada uno de vosotros tiene una historia dura a sus espaldas, pero tiene un corazón que desea la fraternidad». A continuación empezó a lavar los pies, despacio, a las doce personas elegidas. Algunos pies mostraban las heridas de las caminatas, o de la prisión en las cárceles de Libia. «Pobres aquellos que compran las armas para destruir la fraternidad», ha incidido en el Papa

Francisco tomaba cada pie con la mano izquierda y vertía el agua de una jarra, recogiéndola en una jofaina. Después lo secaba bien, casi acariciando el pie, lo besaba despacio, levantaba la cabeza y sonreía a cada persona. Debido a problemas de articulaciones, el Papa no se arrodilla nunca en las ceremonias litúrgicas, pero lo hacía en este caso ante cada persona, con mucha dificultad y ayudado por dos sacerdotes, sobre todo a levantarse.

Emocionados

Después de lavar los pies a una joven eritrea con un velo blanco y un niño en brazos, el Papa dedicó una caricia a la criatura, cuidadosamente envuelta a causa del frío en el patio del centro de acogida. Algunos de los africanos y asiáticos, le besaban la mano cuando el Papa, después de haberles besado los pies, les sonreía. Muchos, tanto hombres como mujeres, rompían después a llorar. Otra mujer eritrea, también con un niño en brazos, lloraba a lágrima viva sin ningún recato.

Los rostros mostraban la emoción de ese momento, pero también las huellas del sufrimiento anterior. En algunos casos, las facciones tensas y duras de hombres jóvenes parecían recordar las de los antiguos esclavos.

Durante la misa, en el gesto de la paz, muchos se abrazaban, tremendamente conmovidos, igual que el imán Sami Salem, del barrio de La Magliana, que asistía en primera fila, como es normal en tantos lugares donde cristianos y musulmanes han vivido en armonía durante siglos.

Francisco llega al centro de acogida de Castelnuovo di Porto, a 30 km de Roma
Francisco llega al centro de acogida de Castelnuovo di Porto, a 30 km de Roma - AFP

Era la primera vez que un Papa celebraba los oficios del Jueves Santo, que recuerdan la Última Cena del Señor y la institución de la Eucaristía, fuera de Roma. El gesto de Francisco pretendía subrayar la dignidad de los casi sesenta millones de refugiados que hay en todo el mundo según los últimos datos del Alto Comisario de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).

Refugiados, un 0,3% de la población

Ponía también, ante los países europeos ciegos al sufrimiento de los demás, la urgencia de ayudar a estas personas. Los refugiados que hay en Europa son menos del 0,3 por ciento de su población, mientras que en países pobres como Líbano suponen aproximadamente la mitad del total. Y nadie piensa en echarlos. Lo mismo sucede en Jordania.

Precisamente el jueves, Unicef anunciaba que el número de niños menores de siete años que ha pasado toda su vida en zonas de guerra, con las consiguientes dificultades y traumas, asciende ya a 86 millones.

Hace tres años, el Papa comenzó a denunciar que el mundo vive una «tercera guerra mundial a trozos», ante la indiferencia general y la continua propaganda de quienes ganan dinero o influencia promoviendo guerras en otros países.

Cada uno de los 770 hombres, 33 mujeres y siete menores de edad que viven en este centro de acogida tiene una historia muy dura. Pero el trabajo de las 144 personas que están a su servicio ocupándose de las comidas, la limpieza, las clases de italiano, la ayuda médica, legal, etc. les ayuda a reconciliarse con el mundo.

Cuando terminó la misa, los eritreos cantaron –sin música- una canción de su país para el Papa, que les escuchaba conmovido mientras unos niños se acercaban con un regalo de recuerdo. Varios refugiados le regalaron cuadros que han pintado ellos, incluido uno de Jesucristo que parte un trozo de pan: la Eucaristía.

El Papa volvió a darles las gracias antes de despedirse dando la mano uno a uno a todos los refugiados y las personas que les ayudan Al cabo de un rato, le dolía el brazo derecho, y tenía que sostenerlo con su brazo izquierdo. Pero siguió hasta el final.

Sira Madigata, de Malí, que ahora tiene 37 años, no se lo creía cuando le dijeron que había sido seleccionado para el lavado de pies: «Soy musulmán, y me lavará los pies un grandísimo personaje como el Papa Francisco, líder de los católicos. Esto significa que la convivencia, en todas partes, es posible».

Muchos le entregaban cartas. Kamasso Guiro, senegalés musulmán de 30 años, escribía en la suya: «Tuve que escapar por la guerra interna al sur del Senegal. Durante la guerra perdí a mi mujer y mi padre, y me quedé solo. Hui a Italia para empezar una nueva vida en un país en paz. Querría decirle que los musulmanes no son terroristas. Siento mucho lo que ha sucedido en Francia y en Bélgica. También nosotros, los musulmanes, rezamos con el Papa para que haya paz entre nosotros y en todo el mundo».

Entre las personas más emocionadas se encontraba Luchia Mesfun, una mujer eritrea que estaba encinta cuando se lanzó a cruzar el Mediterráneo, y dio a luz a su hija al día siguiente de llegar a este centro de acogida. La pequeña, que ahora tiene cinco meses se llama Merhawit, que en su idioma significa la palabra más hermosa para ella: «Libertad».

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