José Francisco Serrano Oceja

El Lignum Crucis

El misterio de la cruz, que vamos a celebrar estos días, se configura como el acontecimiento que cambió la historia de la humanidad

José Francisco Serrano Oceja
Madrid Actualizado: Guardar
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Leyendo estos días la preciosa carta pastoral del obispo de Santander, monseñor Manuel Sánchez Monge, con ocasión del inminente Año Jubilar Lebaniego, «Nuestra gloria, Señor, es tu cruz», recordé la polémica epistolar sobre la herejía adopcionista entre Elipando, arzobispo de Toledo, y uno de los habitantes más ilustres del monasterio lebaniego, el monje Beato.

Una «algarada teológica» de altos vuelos entre uno de los eclesiásticos más relevantes de su tiempo, que había caído en el error doctrinal, y un cántabro del siglo VIII. Una polémica en la que no se ahorraban descalificaciones. Mientras el arzobispo metropolita se preguntaba en una carta al abad asturiano Fidel, «¿Cuándo se ha oído que los de Liébana vinieran a enseñar a los toledanos?», Beato de Liébana, en su «Apologético», calificaba al prelado de «testículo del anticristo», en referencia al monstruo Behemoth del libro de Job. Don Marcelino Menéndez y Pelayo dice de ese libro que «los montañeses vemos en él la más antigua de nuestras preseas literarias».

En el Monasterio lebaniego de Santo Toribio, a la sombra de los Picos de Europa, se conserva desde el siglo VIII el trozo más grande de la cruz de Cristo, el Lignum Crucis, traído según la tradición por el obispo de Astorga Santo Toribio. Es además el lugar de fundación de una de las primeras cofradías de la cristiandad, la de la Santísima Cruz, erigida por los obispos Juan de León, Raimundo de Palencia, Rodrigo de Oviedo y Martín de Burgos.

Pero la carta pastoral del obispo de Santander, un género parece que en desuso últimamente, es una cuidada reflexión teológica sobre el misterio de la cruz y una alerta ante un cristianismo sin cruz, deslavazado. El misterio de la cruz, que vamos a celebrar estos días, se configura como el acontecimiento que cambió la historia de la humanidad. Vencida la muerte en la cruz, la tierra se ha transfigurado en el teatro de las maravillas de Dios. Y como dijo el Papa Francisco, si permanecemos dentro del misterio de la cruz, estaremos a salvo de una visión mundana y triunfalista de la misión evangelizadora y de la Iglesia.

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