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Slavey cuenta su curación «milagrosa» gracias al programa Hábitat de la Fundación RAIS - VÍDEO. JESÚS CUESTA

«Caí en la calle por ser alcohólico y, ahora que tengo un techo, solo me preocupa mi salud»

LLega a España el programa Housing First», presente en EE.UU. desde hace 25 años, que da un hogar a personas que no tienen visos de salir de la calle

Slavey, búlgaro de 38 años, es una de las 38 personas a las que la Fundación RAIS ha ayudado entre Madrid, Málaga y Barcelona. Recibe a ABC y cuenta su historia

MADRID Actualizado: Guardar
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Slavey nació en Pazardzic hace 38 años. A 109 kilómetros de Sofía, por lo que cuando llegó en el año 2001 a Madrid todos sus compañeros en el oficio de la construcción lo apodaron «el búlgaro».Recuerda con nitidez las 500.000 pesetas que le pagaba su primer jefe, y la montaña de dinero que llegó a tener. También cómo cuando éste se esfumó por la crisis, lo hizo con el que sigue llamando «el amor de su vida». «Se casó con un señor mayor. La vi en Facebook con su marido e hijos. Tengo el corazón roto desde entonces».

El «búlgaro» no se ha recuperado. La nombra en infinitas ocasiones durante las horas que recibe a ABC en su hogar, a pocos metros del Ensanche de Vallecas.

Y es que sitúa su ruptura como el principio del fin. Hace dos años, el alcoholismo severo lo arrastró a la calle Barceló, en la zona de Tribunal de la capital, y allí formó una nueva «familia», los indigentes con los que vivió los momentos más delicados de su vida «entre risas» y embriagado por el licor. Y, al mismo tiempo, tejió la más estrecha de las amistades con Amador, español de 66 años, al que ha «recogido» de la calle para llevárselo con él y turnarse el sofá y el colchón que tiene en su nueva guarida.

La de Slavey, Amador y su amigo Jorge, al que recuerda el fornido búlgaro bañado en lágrimas porque murió con el hígado reventado por el alcoholismo hace pocos meses con solo 49 años, podría ser una más de las 23.000 historias de personas sin un techo que viven en nuestras calles y cajeros. A los que los ciudadanos miran con un pellizco de miedo, pena y angustia en el corazón. Según estos varones, las personas sin hogar tienen más temor a lo que les pueda hacer el que les mira que viceversa. Slavey y Amador recuerdan las palizas con las que les recibieron varias veces los jóvenes ebrios salidos de una discoteca, o el día que el búlgaro amaneció pintado de verde hasta la cintura. «Y es pintura que tarda meses en quitarse. Tendrías que haber visto las miradas llenas de odio de la gente que me observaba en esas condiciones», se duele meses después Slavey.

El milagro del retorno

Pero la suya es también la historia de una vida mejor, de un particular «milagro». «Llevo sin beber desde el 2 de marzo. Me dieron esta casa en noviembre del año pasado», dice Slavey. A su lado, escuchan con atención Fernando Vidal, presidente de RAIS, y el técnico de la ONG que supervisa semanalmente el estado de Slavey, David Fortuño. La Fundación ha puesto en marcha por primera vez en España la iniciativa que lleva 25 años trasladando a personas sin hogar en EE.UU. a un rincón bajo techo, y que en los últimos años ha conseguido réditos increíbles en Europa. En Finlandia, recientemente, han acabado con una suculenta inversión de millones de euros con los últimos 1.200 sin hogar que tenían en sus calles.

Vidal cuenta ahora con el respaldo del Ministerio de Sanidad para que esta estrategia, llamada «Housing First» y que se aplica por primera vez en España dentro del proyecto Hábitat, llegue a buen fin. «Se han dado cuenta de que el modelo asistencialista falla», señala Vidal. El sinhogarismo se ha incrementado de media en el continente un 20%, y aunque el Instituto Nacional de Estadística (INE) muestra que aquí también aumentan los albergues para darles cama o comida, la mayoría de los que pueblan los cajeros no quieren ir por miedo a las agresiones. «Hay muchas movidas. Yo prefería dormir en la calle», admite Slavey, y como él el 59% de los sin hogar preguntados que hay en este país.

«Es más cara una plaza de albergue, que cuesta de media 39 euros al mes, que este método (que supone unos 34 euros de media, 27 euros en Madrid gracias a la inversión de Ayuntamiento y Comunidad) de dar una vivienda a personas que llevan más de tres años en la calle, con una discapacidad grave o un problema, como el de Slavey, que tiene retorno», comenta Vidal, que apunta con ello una de las claves: se da una casa a personas que han sufrido mucho tiempo las penurias de la calle. Sinhogarismo de larga duración, al que no se pone condiciones sobre su «propiedad», que costean con un 30% de su renta de reinserción social (375 euros), lo cual «es muchísimo dinero para ellos, así que se sienten comprometidos con su hogar, al vecindario y la prueba es que el 100% de los que han recibido una vivienda, continúan en ella», dice Fortuño. RAIS ha conseguido dar 38 hogares en Málaga, Barcelona y Madrid.

Como en el caso de Slavey, que se ha llevado a su amigo del alma a su casa, se multiplican los beneficios colaterales del programa «Housing First». para personas sin hogar. Slavey no concebía la casa sin el miembro de su familia más estimado, «el viejo Amador». Ahora conviven como un matrimonio: uno ha visto deshacerse como un azucarillo en café el cuerpo del otro drogado por el alcohol en el sofá que ahora le sustenta; el otro le espera con su desayuno cocinado cada día sobre la mesa, «como a Amador le gusta», en señal de agradecimiento. Ambos no tienen contacto con sus familias, pero sí han retomado el hilo con algunas relaciones perdidas, gracias al teléfono, que hasta pueden devolver al búlgaro al mercado laboral.

En España, muere una persona en la calle cada seis días y viven 20 años menos

Todo en ellos parece puro. Sus miradas cómplices y sus sonrisas, y lágrimas, cuando recuerdan a Jorge. Cada seis días muere una persona en la calle en España por las duras condiciones que atraviesan y su esperanza de vida se acorta 20 años, afirma Fernando Vidal, que recuerda con amargura las seis personas que la RAIS Fundación se ha dejado en el camino estos últimos meses. Gracias a sus clases de carpintería, Slavey, un trabajador nato, como todos le recuerdan en la obra, ha elaborado una especie de relicario de madera en recuerdo del amigo muerto en la indigencia, como la tercera pata de esta mesa corporativa que se construyó entre cartones. Slavey se ha tomado las clases «como un trabajo», «al que respeto», confiesa, porque le hace levantarse y adorna su rutina. Viven con pocas comodidades, sin apenas dinero, y salen adelante acompañados de la solidaridad de sus vecinos que acaban de regalarles chaquetas para el invierno y cómodos sofás. «Costaban 400 euros», se relame Slavey, como si ya no fuese a reunir jamás esa cantidad.

La puerta abierta del futuro

Pero la puerta abierta al futuro está ahí. «Tener un hogar supone para estas personas retomar relaciones, aumentar su autoestima, como en el caso de Slavey dejar malos hábitos. Lo crucial es darles una palanca. El hogar es la palanca con la que generan otros procesos que les hacen salir de la situación en que se encontraban», remarca Vidal. Yañade: «A las personas sin hogar se les aplica normalmente el método de la escalera: si cumplen las exigencias que se les ponen pueden ir subiendo muy cuesta arriba peldaño a peldaño a mayores niveles de asistencia hasta poder alcanzar una vivienda normalizada. Para la mayoría, no funciona».

Mirar arriba hacia un techo sólido ha conseguido que Slavey deje de escrutar el pestillo cada vez que cierra la puerta por temor a una agresión, como las que recuerda jalonaron su estancia en el cajero y el aparcamiento donde residió durante dos años continuados. «Mi futuro es operarme en febrero de la fístula, volver a trabajar después. Nada más». «La mejora que notamos es que, con higiene y techo, acuden al médico sin vergüenza y empiezan a cuidarse y preocuparse por su salud», añade David Fortuño, de RAIS.

«El otro día llevé una tortilla de patata que hice a los que siguen en la calle Barceló. Uno dijo que era el mejor regalo de su vida», se arruga Slavey, este hombre renacido.

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