Crítica de «Nunca estamos solos»: Carcamales en su tinta

Petr Vaclav se pone al frente de una película ardua y empinada en la que no destacan ni actores ni el cineasta

Oti Rodríguez Marchante

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Salvo excepciones, no se entra alegremente al cine checo , y esta película cuyo título tiene cierto eco a himno futbolero no es una de ellas, pues desde su comienzo , las descripciones del lugar y de los personajes, la historia toma empeño en no darte ni media alegría.

Petr Vaclav, el director, se fija en un pequeño lugar cuyos ejes son el supermercado y el burdel, y entrecruza las vidas lamentables de un matrimonio, sus vecinos y el portero del local nocturno. Una vez que conocemos a los personajes, la cosa no mejora: un fulano hipocondríaco que cree que se va a morir (y que nos mata de asco a los demás), su infortunada y desesperada esposa, el vecino ultra nacionalista que trabaja de carcelero…, en fin, transcurre la acción entre sordideces y amores que se persiguen con todos los ingredientes físicos y anímicos de la fealdad, y sin que el director o los actores parezcan tener la idea de inmiscuirnos en ellos.

Por suerte para el director y su película, frente a este mundo indeseable se sobrepone el infantil, con unos niños, los hijos de los fulanos, que aportan cierto color a la negrura y que le dan algo de sentido simbólico. Una película ardua, empinada y que habrá quien le encuentre su interés.

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