Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

Coronaciones

Deberían plantearse si este carrusel de coronaciones fevorece en algo la devoción

El arzobispo de Sevilla. Juan José Asenjo, impone la corona a la Virgen de la Salud J. M. SERRANO
Javier Rubio

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La prueba más evidente de que la vida sigue su curso, por encima de las llamas que queman media Galicia y el fuego político que está asolando media Cataluña, es que ya tenemos anunciada la próxima coronación canónica de una dolorosa sevillana. Los hermanos de las Cigarreras han tenido el buen detalle de aguardar a que la Virgen de la Salud de San Gonzalo se recogiera en su parroquia del barrio León para anunciar la fecha de su momento de gloria: será el 13 de octubre del año que viene. El contador se ha puesto ya en marcha hasta ese día con el listón de San Gonzalo bien alto. La emulación entre hermandades ha servido durante siglos como acicate para promover el culto externo y engrandecer el patrimonio, pero la sucesión de imágenes marianas en fila india esperando el momento en que el arzobispo las eleve de rango canónico ya apenas mueve más allá del deseo de superar a la precedente en el tamaño de la movilización popular, los actos paralelos en forma de charlas y conferencias o la duración de las procesiones de ida y de vuelta. Todo a mayor gloria de la junta de gobierno a la que le caen encima los fastos de la coronación: la alegría del primer momento en que se anuncia, la angustia de no dar la talla con los preparativos, las pullitas de los eternos insatisfechos con todo lo que se haga, el dolor de cabeza de la organización en los días previos, la emoción cierta e instransferible del momento y la nostalgia del recuerdo cuando todo ha pasado. Ya de la acción social aparejada hablamos otro día, si eso.

Los propios cofrades de las hermandades —no los que vemos los toros desde la barrera, que es la manera más cómoda— deberían plantearse si este carrusel de coronaciones en el que una le da la vez a la siguiente mientras el resto aguarda turno en la lista de espera favorece en algo la devoción popular o acrecienta el fervor entre sus fieles más allá del mundano prurito de ingresar un club selecto que año tras año va perdiendo exclusividad conforme se va incrementado la nómina de vírgenes coronadas. No se trata de arruinarle a nadie su fin de semana de gloria ni de menospreciar porque sí una expresión de piedad popular que el propio arzobispo anima a cultivar y purificar en sus Orientaciones Pastorales para la diócesis. Pero sí de reclamar cuarto y mitad de la audacia que han mostrado los hermanos mayores del Martes Santo a la hora de imponer su criterio de hacer estación penitencial del revés o el propio Consejo de Cofradías eligiendo al Cautivo de Torreblanca para el vía crucis del primer lunes de Cuaresma para replantearse algunas de las costumbres que, por inercia, se asumen sin más. Porque pudiera ser que, al final, fueran los propietarios de los bares y los dueños de los autocares los que suspiraran por una procesión extraordinaria cada otoño.

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