Francisco Apaolaza

Rufián se trae algo entre manos

Rufián se trae algo entre manos, da igual cuándo lea esto. Este miércoles muestra unas esposas

Rufián se trae algo entre manos, da igual cuándo lea esto. Este miércoles muestra unas esposas. Siempre acarrea con alguna cosa, la enseña y entonces rufianea. Rufianear es decir frases para escandalizar y desplegar la oratoria con el deje autosuficiente del que se sabe amado -mucho-, del que se sabe poseedor de una fragancia especial. Rufián habla ahora de la represión tardofranquista del Estado el 1-0 y de los mil heridos, que son el triple de los que hacían cada día en la Batalla del Ebro. Para hacer mil heridos habría que haber tomado Flandes a caballo y llegados a este punto no se debe desechar ninguna posibilidad. Rufían habla en la tribuna con swing suntuoso, seguro de sí mismo, como si viviera en ese instante de inflexión en el que las películas porno abandonan el argumento vestido y comienza el ‘vamonós’. Rufián, que habita ese momento X, levanta de pronto las esposas y asegura que le gustaría ver a M. Rajoy con ellas puestas. Si la política no hubiera dinamitado las fronteras entre los géneros cinematográficos, en ese momento sus señorías tendrían que comenzar a quitarse la ropa.

A veces pienso qué será Gabriel sin Rufián, sin acaso toma una taza de cacao con leche antes de dormir, aunque se me hace difícil porque el personaje es de tal intensidad que apantalla cualquier rastro de normalidad. Rufián, subproducto de la política de ‘peepshow’. No sé qué cara se le quedaría cuando después de declarar la DUI, en lugar de construir un país y tomar la tierra con sus manos, el pueblo de Cataluña se tomó una cerveza más de las que vende el latero de Sant Jaume y se fue a casa. Puigdemont, al que ahora Rufián y los suyos consideran políticamente menos que la sombra de su perro, en lugar de levantar el teléfono rojo y anunciar al mundo el nacimiento de una nueva patria, se echó a soñar con la victoria del Girona ante el Madrid. A soñar en la cama.

Rufián representa toda esa vanguardia secesionista ‘early adopter’, una suerte de generación desengaño. Es extraño que alguien pensara que esa patria imposible no fuera a terminar como la casa de Kurtz en ‘Apocalypse Now’, que es a lo que se parece a día de hoy el cuartel del independentismo. Están a punto de asomar por encima de las empalizadas clavadas sobre lanzas las primeras cabezas cortadas. Bajan las temperaturas en Estremera y en el vis a vis flaquean las visitas de la insurgencia encarcelada. En el trullo se ha presentado el invierno de súbito, como si alguien hubiera abierto una ventana de la galería norte.

O todo este Hundimiento responde a una estrategia política y veremos en qué remata -que es lo más probable- o bien alguien se pasó de frenada. O quizás ambas opciones sean ciertas. La hemeroteca estos días se parece bastante a la antología de chistes de Eugenio. Cuesta imaginar no ya cómo explicarán la DUI a los catalanes; si no cómo se la explicarán a ellos mismos. Es cierto que el político es un ser humano con una capacidad extraordinaria para concederse el perdón, una técnica depurada durante siglos y siglos de selección electoral, pero asimilar esto va a ser duro. Hasta Rufían, para el que el largo plazo es la cola de reproducción de Youtube, prometió que en 18 meses abandonaría la cámara para regresar a la República Catalana. En junio se le acabó el plazo.

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