Adolfo Vigo

Paradojas políticas

El resultado de la victoria de Donald Trump, y de su política extremista, no es más que la respuesta de un pueblo aterrorizado

Adolfo Vigo
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Nos rasgamos las vestiduras los españoles, o algunos, por la victoria de Donald Trump en las presidenciales de Estados Unidos. No entendemos, o entienden, cómo puede ganar unas elecciones un candidato que no tiene ni idea de política, que se dedica a insultar o menospreciar a los otros candidatos, que hace bromas de mal gusto con algún periodista, que hace chistes sexistas que denigran a la mujer como tal, que ataca a instituciones propias del país o que representan a muchos de sus ciudadanos, y un largo etcétera…

Y, sin embargo, vemos algo natural, como un prodigio de la democracia, de nuestra democracia, que un partido formado por personas que en ningún momento han tenido una experiencia política anterior, no solo quieran gobernar el país, sino que algunos nos estén gobernando a nivel local.

No nos rasgamos las vestiduras porque haya políticos que se dediquen a mandar cartas en las que, entre otras perlas, se burlen por algún defecto a la hora de hablar de otro candidato, aunque en sus casas tengan a trabajadores sin darlos de alta. Nos reímos, o se ríen, de que haya personajes que en conversaciones de mensajería se mofen de alguna periodista, e incluso, lleguen al punto de hacer bromas de mal gusto, fantaseando con azotarla hasta hacerla sangrar. O que en una rueda de prensa denigre a una periodista intentado ridiculizarla por el abrigo que llevaba. No nos afecta, o les afecta, que dichos políticos denigren instituciones con arraigo en nuestro país como es la Guardia Civil, calificando a asesinos como agentes de paz, o se dejen vitorear por la izquierda aberchale, e incluso, se permitan el lujo de defender un presunto derecho a la expresión atentando contra los sentimientos religiosos de otros españoles.

Esa es nuestra España actual, la que pretende dar clases de política, de democracia, de libertades a los norteamericanos, y sin embargo en casa permite todas esas contradicciones. Y, a lo peor de esto, es que este que escribe puede que a su edad sea un memo, pero no entiendo que pretendamos ser el ombligo del mundo cuando no llegamos ni a uña del dedo gordo del pie.

El resultado de la victoria de Donald Trump, y de su política extremista, no es más que la respuesta de un pueblo aterrorizado por el resurgir de una nueva izquierda radical. A esa mentalidad trasnochada y arcaica que, día tras día, se está inculcando en una generación que, a todas luces, no hace más que dejarse engatusar por hijos de papa. Esos mismos que predican la austeridad, la defensa de la vivienda pública, la eliminación de la casta podrida y antigua, pero que provienen de familias ‘blacks’. De un entorno privilegiado, de haber estudiado en prestigiosos centros a los que muchos hijos de clase media nunca podrán, siquiera, llamar a la puerta. De esos que se enorgullecen de ser los hijos o los nietos de esos obreros con los que no pudieron acabar en la Guerra Civil, pero que si escarbas un poco dejan ver a altos directivos y financieros de nuestro país como sus progenitores. Esos mismos que teniendo una beca de la universidad son capaces de conseguir una hipoteca para hacerse con una vivienda de protección oficial, y con el paso del tiempo especular con la misma y ganarle dinero.

Y es que al final, si peligroso es aquel que pretende establecer una dictadura de derecha como aquellos que pretenden imponer una democracia de extrema izquierda.

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