Ignacio Moreno Bustamante - OPINIÓN

Líneas rojas

La base principal e innegociable de nuestro sistema de convivencia es que todo el mundo tiene derecho a defender cualquier idea política

IGNACIO MORENO BUSTAMANTE

La base principal e innegociable de nuestro sistema de convivencia es que todo el mundo tiene derecho a defender cualquier idea política, por disparatada que sea, siempre que lo haga dentro de la legalidad y sin utilizar la violencia. Lo que viene siendo una democracia de toda la vida, desde que la inventaron los griegos. A uno le puede parecer bien o mal según qué idea, pero las respeta todas porque en eso consiste la cosa. En que todos sepamos convivir en paz y armonía. Por eso, estando o no de acuerdo con la independencia catalana, me parece legítima como reivindicación política. El problema es que para tratar de conseguirla –al igual que ETA se lió a tiros– los catalanes han radicalizado las formas y han traspasado la línea que marcan la legalidad y la Constitución. Y ahí han perdido ya todo el derecho. Incluso han retorcido y pervertido el lenguaje hasta límites insospechados, hablando de democracia cuando es todo lo contrario, exigiendo su derecho a decidir pero hurtándonoslo al resto de los españoles.

Y lo peor de todo es que han provocado una fractura social que veremos cómo y cuándo se repara. En Cataluña y en el resto de España. Como si no estuviésemos ya suficientemente divididos. El último argumento de los detractores del actual Gobierno de la nación es que Rajoy no ha sabido defender la unidad de España con diálogo. Que en los últimos años ha dejado que los catalanes se radicalicen sin poner pie en pared. Como si hace cinco años, cuando la crisis nos comía por los pies, no hubiese habido otras prioridades a las que dedicarse. No recuerdo ningún estudio que reflejara hace un lustro que el asunto catalán era una de las grandes preocupaciones de los españoles. Recuerdo la economía, la corrupción, el desempleo, la vivienda... pero Cataluña no. Y por lo visto, a toro pasado, para muchos sí lo era. ¿Cómo es posible que el Gobierno no viera venir que Puigdemont y sus adláteres iban a saltarse todas las normas que nos han regido en pacífica convivencia a todos durante los últimos 40 años?, se preguntan. Y que no detectara que iban a mearse en jueces y fiscales, con la connivencia de las fuerzas de seguridad autonómicas. Al parecer todo esto no es culpa de unos dirigentes catalanes radicalizados hasta la irresponsabilidad extrema, que han sabido extender su caldo de cultivo a una gran parte de la sociedad catalana. No, la culpa es del Gobierno de España.

Por eso nos va como nos va. Porque aún estando de acuerdo, siempre buscamos por dónde meternos mano. Jamás damos nuestro brazo a torcer. Siempre queremos quedar por encima, aunque busquemos el mismo fin. Y en ese río revuelto que es España pescan los catalanes. Si de verdad todos estuviésemos unidos en esta causa, se acababa el problema. Pero si unos apoyan la secesión para quedar bien y otros se ponen de perfil, al final el que gana es Rufián. Ufff, Rufián. La imagen personificada del patetismo de todo este ‘process’. Que ya es decir.

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