Salvador Sostres

El rostro de un fantasma

La vida sigue en las Ramblas

La plaza Cataluña durante el minuto de silencio que se guardó ayer por las víctimas de los atentados de las Ramblas y Cambrils REUTERS
Salvador Sostres

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Poco antes de ser asesinado por la Mafia, un periodista le dijo al juez Falcone que era muy valiente porque no tenía miedo. El juez respondió que por supuesto que tenía miedo y que ser valiente no significa no tener miedo sino tenerlo y continuar haciendo lo que pensamos que tenemos que hacer. En relación con esta idea, el neurocirujano y cocinero Miguel Sánchez Romera ha escrito que la bondad sin inteligencia no tiene ningún mérito.

Ayer Barcelona no era una ciudad herida -ni siquiera un rasguño se le notaba- y como si nadie hubiera sido atropellado ni un asesino anduviera suelto, turistas y barceloneses volvieron a ocuparse de sus asuntos con perfecta y gélida normalidad. Sería fácil hacer el discurso de que el miedo no nos ha vencido pero conozco a mis conciudadanos mejor que nadie y sé lo que les pasa. Tan fácil como inexacto.

De un lado hemos aprendido a incorporar la eventualidad de este horror a nuestras vidas y superado el momento de susto de que en esta ocasión haya caído tan cerca, regresamos a nuestro quehacer just like so many times before primero porque hay poco más que realmente podamos hacer y segundo porque todo, hasta el pánico, se vuelve una inercia e inevitablemente nos amoldamos a ella al cabo de un determinado número de reincidencias.

De otro lado hace tiempo que en Barcelona y en Cataluña se considera normal y hasta épico vivir al margen de la Ley y la excepcionalidad ha dejado de impresionarnos. Por eso la angustia y el luto fueron provincianamente sustituidos por la propaganda con que algunos tertulianos exaltaron la por otra parte muy buena labor de los Mossos -a los que sin duda hay que felicitar en lo que fue su bautismo de fuego- como queriendo decir que «ya estamos preparados para ser independientes» y también la tonta insistencia en que Cataluña es una «tierra de acogida», con la añadida lección moral que se pretendió mandarle a Francia, como si Israel y Estados Unidos no lo fueran y no hayan tenido que ponerse serios con la inmigración y hasta construir muros para que no les maten.

No creo que Barcelona haya derrotado al miedo porque creo que no ha llegado a asumirlo en la gravedad de lo que le ha pasado. Se nos ha vuelto la piel muy dura y aunque no sea exactamente culpa nuestra es como mínimo desconcertante este inmediato regreso a la rutina: y muy parecido a la indiferencia.

El desprecio por la Ley y el apego -como si fuera algo divertido- a la temeridad no responden a un cálculo inteligente de nuestras posibilidades, de modo que es difícil ver la victoria de una idea del bien en el hecho de que vivamos como si nada importara demasiado, cuando la vida importa, la Ley importa y el nihilismo es las puertas abiertas de La Civilización para que el islamismo nos mate tal como la ciencia sin Dios conduce a Auschwitz.

La normalidad es otra cosa y ayer en Barcelona todo aparentaba normalidad pero de fondo resplandecía el estupor en el rostro de un fantasma.

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