Luis Ventoso

«Nuestros valores»

Todos los invocan tras tan espeluznantes atentados, ¿pero cuáles son?

Luis Ventoso

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Las condenas y frases de aliento de los políticos tras atentados yihadistas tan espeluznantes como los de Cataluña son necesarias, nunca deben faltar. Pero por desgracia las palabras no son inmunes al desgaste. Eslóganes absolutamente honorables van perdiendo su poder balsámico a medida que resuenan como el mantra que sigue al dolor de una violencia islamista incesante. Hollande y después Macron, Merkel, May… ahora Rajoy, a todos les hemos escuchado citas idénticas: «La democracia vencerá», «nuestros valores prevalecerán», «no conseguirán cambiar nuestro modo de vida». Estamos de acuerdo con sus frases, por supuesto, y todavía nos confortan, a pesar de que los atentados constantes las han vuelto rutinarias, con algo de liturgia funeraria que se salmodia con cierto automatismo. ¿Pero cuáles son «nuestros valores»? ¿En qué consiste ese precioso corpus que todos nuestros políticos invocan al unísono con máxima solemnidad? Me temo que ni ellos mismos comparten ya un acuerdo básico al respecto.

Si un profesor del otro confín del mundo tuviese la extraña curiosidad sociológica de timbrar a mi puerta y preguntarme cuáles son mis valores, de entrada entendería que me está interrogando sobre los occidentales, los que me definen como europeo. Entonces le respondería que el primer pilar que ha conformado nuestro mundo es la moral judeocristiana, a la que se han ido superponiendo durante siglos una serie de extraordinarias innovaciones, que nos han convertido (todavía hoy) en un oasis de prosperidad: el respeto a la ley y la igualdad de todos ante la misma; la democracia parlamentaria y las brisas de economía abierta y libre comercio de raíz inglesa; la apertura mental de las Luces francesas; la filosofía grecolatina y el canon literario occidental, de Homero a Petrarca, de Cervantes a Goethe pasando por Shakespeare; el triunfo del feminismo para igualar por fin a mujeres y hombres; la libertad de prensa, debate y opinión; el extraordinario colchón de protección del Estado del bienestar y, por último, añadiría un cierto talante lúdico, que resumiría como «el gusto por el buen vivir».

Y ahora hemos de reconocer dos verdades enormemente incómodas: buena parte del mundo musulmán, incluido el que vive en Europa, no comparte para nada ese esquema de valores -de hecho, satrapías petroleras a las que adulamos han invertido dinerales para combatirlo-, y lo que es casi peor, algunas de nuestras fuerzas políticas aspiran a liquidar aquello que podríamos llamar «el consenso occidental». En España existen políticos que afirman que si no te gusta una ley debes incumplirla y que rechazan la economía abierta y el libre comercio, o que abominan del legado moral cristiano, que consideran represivo. En España abundan, y van a más, los mandatarios y periodistas que niegan al adversario ideológico el mero derecho a existir. Incluso está calando una forma de resentimiento -magníficamente descrita ayer por Luis del Val en la Tercera de ABC- que desprecia el afán de ir a más y el gusto por vivir que han distinguido a Europa. Va a resultar muy difícil que a la larga triunfen «nuestros valores» cuando muchos ya no saben ni de qué están hablando.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación