El abandono

Lo que importa para los nacionalistas es la Idea con mayúscula que está por encima de las necesidades de las personas

Pedro García Cuartango

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El abandono es una sensación, pero también una categoría filosófica que se manifiesta cuando el pensamiento se distancia de la realidad y se centra en nociones abstractas que ignoran las condiciones materiales de la existencia.

Hay muchos filósofos que se han extraviado en las utopías y los resultados de ese alejamiento fueron catastróficos. Ahí está el ejemplo de Heidegger, que, deslumbrado por la atracción de Hitler, no quiso ver las consecuencias de un nacionalsocialismo que iba a llevar a Alemania a la guerra y a la destrucción de Europa.

Salvando las distancias, los independentistas catalanes están cometiendo el mismo pecado al anteponer una idea abstracta de la nación a la realidad plural de una sociedad cada vez más asfixiada por su presión. Esto lo pude constatar el pasado domingo en la manifestación de Barcelona, en la que escuché las quejas de muchas personas que se sentían oprimidas por el aparato político y mediático independentista, a la vez que se lamentaban de la falta de presencia del Estado en Cataluña.

El peor pecado que han cometido Puigdemont y los suyos es ese abandono ideológico de la realidad que coloca las ideas por encima de las personas, como se puede constatar en el terreno de la inmersión lingüística. No hay ni una sola razón para que la Generalitat niegue a los ciudadanos el derecho a optar por el castellano como lengua vehicular de la enseñanza. Y no la hay porque no se produce ningún perjuicio ni lesión por el hecho de que unos padres decidan que sus hijos tengan una escolarización en su idioma materno.

La enseñanza podría ser perfectamente bilingüe en Cataluña en función de las opciones de cada familia, pero los independentistas no quieren renunciar a utilizar la lengua como palanca para la construcción nacional. Por eso no ceden en su imposición.

Lo que importa para los nacionalistas es esa Idea con mayúscula que está muy por encima de las necesidades de las personas o de la convivencia. Para ellos, los derechos son una abstracción que hay que obviar para avanzar hacia su meta. Igual sucede con el respeto a la ley.

Ese desprecio al prójimo y sus sentimientos, ese rodillo social y político, ese concepto de la nación como absoluto evoca peligrosamente al totalitarismo que sacudió Europa en los años 30. Hay muchas diferencias, sí, pero existe detrás la misma vocación de imponer un modelo de sociedad a los ciudadanos.

La frustración que pude observar en la manifestación de Barcelona tenía mucho que ver con esta situación de desamparo, unida a la falta de una respuesta del Estado que vaya más allá del artículo 155. Y esa respuesta sólo puede venir de la articulación de un discurso político que se enfrente al nacionalismo en su propio terreno.

Puigdemont y los suyos no sólo no tienen el monopolio de la razón sino que encarnan lo contrario de lo que siempre hemos defendido: la libertad, el respeto a las minorías y la tolerancia que tanto nos costó conseguir.

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