José María Carrascal

El maldito 3 por ciento

Era un secreto a voces en Cataluña desde que Maragall se lo echó en cara en el Parlament

José María Carrascal
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Artur Mas prometió a los catalanes obtener la independencia "por astucia". Hoy, les promete una batalla "por tierra, mar y aire". Es la última mentira de unos políticos que no han hecho otra cosa que mentir y embolsarse ilegalmente dinero para su partido, al que han tenido que cambiar hasta el nombre. Todo apunta a que los líderes de la vieja Convergencia sueñan hoy con los tanques del Ejército español por la Diagonal, su Armada cañoneando Barcelona y sus reactores ametrallando a sus habitantes, con el consiguiente impacto mediático mundial. Para ello están dispuestos al choque de trenes, a la confrontación abierta con el Estado español, al referendo de autodeterminación, que incluso planean anticipar al próximo junio. Pero el tiempo les aprieta, tras haber sido reconstruidos documentos triturados en el despacho de su tesorero, talonarios de donantes anónimos, pagos a cambio de contratos y haber admitido un empresario tales prácticas.

Era un secreto a voces en Cataluña desde que Pascual Maragall se lo echó en cara en el Parlament, antes de que su mente empezara a nublarse, aunque nadie había vuelto a hablar de ello en sede oficial y apenas en los medios de comunicación. Pero como se puede mentir a uno una vez, pero no a todos siempre, el maldito 3 por ciento regresa cuando Mas ya ni siquiera está al frente de la Generalitat, sino citado por varias causas, como el primer presidente de la misma, junto a prácticamente toda su familia inmediata. Es cuando, presos del pánico, no se les ocurre otra cosa, como acostumbran mentirosos y cobardes, que clamar que no es un ataque contra ellos, sino contra Cataluña. Ya decía Samuel Johnson que "el nacionalismo es el último refugio de los truhanes". Lo malo es que, a estas alturas, se conocen de sobra sus picardías y que se enfrentan, no al ejército español, sino a las citaciones de sus propios tribunales. Que van a continuar con su farsa hasta el último minuto, no cabe la menor duda. Que el pueblo catalán les siga con los ojos cerrados como hasta ahora, es la gran incógnita. Sin duda, los que han sacado provecho de sus bellaquerías, que son muchos –los empresarios adictos, que recibían los mejores contratos; los no adictos al no quedarles otro remedio; la gran maquinaria administrativa creada por la Generalitat para montar un estado; los ingenuos que creyeron todas las mentiras sobre una independencia fácil y gratis–, seguirán apoyándoles porque, además de catalanes, son españoles, y nada cuesta más a un español que admitir que le han engañado. Pero tengo la esperanza de que los también muchos, o muchísimos, que conservan el seny, no van a acompañar a quienes les han estado mintiendo y robando durante tantos años. Aunque andando por medio el nacionalismo, que es sentimiento más que razón, no lo sabremos hasta que la gran batalla judicial tenga lugar. En cualquier caso, el Gobierno hace bien en mantenerse en el marco legal, como impone todo Estado de Derecho. 

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