Autenticidad. La sevillana empezó el espectáculo descalzándose en las tablas del Villamarta. :: ESTEBAN
Jerez

Pastora triunfa con un baile apabullante

La bailaora sevillana pone en pie al Teatro Villamarta con un montaje basado en la esencia festera de Triana y transmite una sensación de autenticidad fuera de lo común

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Ya lleva uno algunos años viendo espectáculos, de todos los colores y pelajes. Espectáculos con y sin argumento, con una dramaturgia barroquísima o una clara sencillez. Pero este 'Pastora' hace que uno se plantee si el arte de mostrar el baile no es tan simple como lo que propone la sevillana sobre las tablas.

Se ha comentado casi todo sobre esta propuesta que Pastora Galván presentase en Jerez hace dos años, en la Sala Compañía. La Bienal de 2010 refrendó las buenas sensaciones y puso a la hermana pequeña en su lugar. La sacó de la alargada sombra de Israel y la catapultó a la primera división del baile.

Quien no haya disfrutado del espectáculo debe saber que lo que 'Pastora' ofrece no es más que baile, toque y baile. Tan sencillo y tan complicado. Baile como se ha hecho desde que Triana era la Cava de los gitanos. Baile como ese que a uno le evoca ecos antiguos, imágenes en blanco y negro.

Pastora Galván baila descalza, ataviada con un bambito y sin más suelo que una alfombra. Baila por bulerías, descarada, redonda, exagerada. Bulerías de refajo, donde mandan las caderas. Bulerías de culo danzón y de saltitos cortos. Atrás en una mesa y cuatro sillas de enea, Bobote, Ramón Amador y Cristian Guerrero le dan tono y pulso al inagotable cantar de José Valencia. Pastora se sienta en la mesa y jalea al lebrijano, mientras la fiesta deja de ser una ficción para hacernos llegar la autenticidad del momento. La mesa bulle, no hay interpretación dramática posible.

Cristian Guerrero pausa el desenfreno por marianas, pero enseguida vuelve Pastora, ahora si calzada con sus tacones. Y baila en una mixtura de la tradición trianera y la tradición 'galvánica'. Por corraleras para concluir la primera parte de las cuatro que conformaran el espectáculo.

José Valencia enorme por soleá da paso a los pregones. Se entrelazan letras y la bailaora va marcando el tiempo de seguiriyas para que el cante vaya virando a lo que la danza propone. La velocidad va variando a capricho del grupo, ahora la mesa es un bullir de nudillos y Pastora se entrega al exceso, a la escobilla vertiginosa y a las formas puntiagudas. Un fandango pone pausa, pero casi no hay tiempo para respirar. El baile arranca desde el centro mismo del cuerpo, el desequilibrio provoca remates y el balanceo va ligando los diferentes pasos de la coreografía. La segunda letra de sevillanas concluye el cuadro.

El turno de Cristian Guerrero al cante se produjo por malagueña y abandolaos. Cante bien medido y con gusto, transición hacia la cola y el mantón por alegrías.

Pastora da una lección de baile festero, aire en los movimientos y guasa en las intenciones. En el silencio, Bobote la enrosca en la bata y esculpe un clavel. Pastora se centra y todo el escenario parece enfocarse hacía su movimiento. Magistral.

La tercera de las letras de sevillanas nos deja a disposición de la guitarra de Ramón Amador, que toca y se canta a sí mismo por levante. Y como respuesta, el compás de tangos sobre la mesa. Para embocar el final de 'Pastora', viajando de nuevo a las formas trianeras, de nuevo a la fiesta sin tapujos, sin máscaras.

Pastora le acaba cantando a Bobote por bulerías y ambos bailan cara a cara una silenciosa cuarta letra de sevillanas que marca el punto y final.

Espectáculo grande, trenzado con mimbres de calidad. Con un poco de esa locura que destilan tanto Pastora como Israel Galván.

¡Bendita locura!