El guitarrista da a clase a uno de los muchos alumnos que tiene en su academia./ C. O.
Jerez

Un talento capaz de contagiarse

El guitarrista jerezano José Franco, alumno de Andrés Segovia, ha desarrollado una labor docente y musical llena de retos a lo largo de su dilatada carrera

JEREZ Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Sabe lo que quiere. Es decidido y seguro de sí mismo. Los acordes de su guitarra han protagonizado mucho más que su modo de ganarse la vida, han sellado además su manera de entenderla. Donde música hubiere, cosa mala no existiere, rezan las paredes de su academia. Ha conseguido que sus alumnos aprendan en muy breves periodos de tiempo canciones que se exigen en cursos avanzados en los conservatorios. La diferencia de su método comienza en el propio local donde recibe a los estudiantes, un patio andaluz con sabor a magia y luces que matizan sonidos. Su historia es la de aquel que encaminó su vida alrededor de una pasión, aún a sabiendas de que tendría que convertirse en el mejor para alcanzarla. Y lo logró.

«Todo empezó porque mi familia vivía en una de las fincas que hay por la carretera de Sevilla, que hoy pertenecen al Aeropuerto de Jerez. Cuando los titiriteros salían de la ciudad tomaban el camino interior de la finca y mi abuelo siempre los atendía allí y hacía una pequeña fiesta. Allí escuché por primera vez una guitarra». El sonido le atrajo tanto que quiso dar sus primeros pasos para aprender a tocar. Aún era pronto para saber que estaba alejándose del futuro que sus padres querían para él de trabajador en la Renfe.

Autodidacta

«Un día, mi padres decidieron que un hermano mío mayor aprendiese a tocar el violín. Yo le iba preguntando y fui aprendiendo música. Llegué a tocar el violín más que mi hermano, mientras él decía a mi padre: es que a mí esto no me gusta, a mí lo que me gusta es tocar la guitarra, y ahí yo pensé que eso iba a ser también para mí. Así que compró la guitarra y fui yo el que empecé a aprender». La curiosidad le llevó a tantear distintas maneras de tocar, hasta que descubrió que portaba talento y ganas para tocar a nivel profesional. Creyó que Cádiz no podía darle la oportunidad que buscaba y marchó a Madrid, donde su labor artística se vería realizada. «Empecé a estudiar en el Conservatorio. Recuerdo que vivía en Madrid en la calle Libertad, y no me había graduado todavía cuando ya daba conciertos, y además me pagaban. Ellos alquilaban el local, y las sillas, y después de pagar todo a lo mejor les quedaba 10 ó 15 pesetas, y era lo que me daban cuando yo actuaba y tenía unos 17 ó 18 años».

Un buen día, fue a verle «un señor vestido de negro, que resultó ser el comisario de exposiciones de todos los pintores de España en tiempos de Franco». Él ya había actuado en ciudades como Valencia, Castellón o Zaragoza, pero el éxito de la actuación llamó su atención. Le asombró que los pintores que frecuentaban el círculo de amigos del músico no les hubieran presentado. a lo que el guitarrista respondió tajante: «Tú sabes que a mí no me importa si tengo más o menos contactos, que lo que yo quiero lo consigo». Al hombre le encantó su actitud. Fue el paso intermedio entre José Franco y su sueño, es decir, entre sus años de estudio con Andrés Segovia. «Estuve con él tres años: en el 58, 59 y 60. Aprendí idiomas por consejo de mi hermano mayor y un día, Andrés me dijo: Jose, tú que sabes inglés deberías irte a los Estados Unidos y abrir brecha allí con la guitarra clásica, porque no se está oyendo en ningún sitio. Cuando tuve la ocasión le dije: «Maestro, ¿usted me daría una carta de recomendación?» Me dio esa carta y llegué a los Estados Unidos».

Abriendo camino

Con la carta de Andrés Segovia tuvo siempre un par de universidades solicitando su formación. «Fui el primero que abrió un departamento universitario de guitarra allí, y estuve enseñando 25 años en Nueva York. En ese tiempo di conciertos además de clases».

A pesar del éxito decidió volver a la tierra que lo había visto nacer. Había llegado el momento de dejar atrás su etapa de concertista e iba a canalizar todo su esfuerzo y talento en enseñar en Jerez. «Ser concertista es un sacrificio tremendo. Tienes que viajar siempre de aquí para allá, y a veces yo salía un mes a dar conciertos y al volver, mis hijos hasta habían crecido».

En la actualidad asume el reto diario de enseñar a sus alumnos a tocar a un nivel alto en unos tiempos de aprendizaje difíciles de asumir. ¿Y qué tiene la guitarra, que ha sido capaz de secuestrar el talento musical de José Franco y hacerle dedicar su vida a ella? «La guitarra es un instrumento completo, como el piano, pero tiene algo más. Un sólo sonido tiene 3 ó 4 matices». Y es que, como en la pintura, un verde no es siempre verde, también puede ser amarillento. Sonríe entonces. Evoca al maestro Segovia. «Él decía que la guitarra es una orquesta, pero mirando con un prismático puesto del revés».