Donald Trump y el presidente chino Xi Jinping, durante su reunion en Palm Beach
Donald Trump y el presidente chino Xi Jinping, durante su reunion en Palm Beach - REUTERS

Trump abre un nuevo capítulo en la política exterior norteamericana

Tras varios fracasos y escándalos, el bombardeo de fuerzas de Damasco mejora la imagen del presidente como estadista con capacidad de decisión

CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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En septiembre del año pasado, en plena refriega electoral, Donald Trump defendió que EE.UU. «no debe ser el policía del mundo». Era un candidato presidencial en ascenso, aupado por un discurso nacionalista de «EE.UU. primero» que en política exterior se traducía por acabar con el intervencionismo que ha protagonizado Washington en las últimas dos décadas. Era la misma posición que ha seguido la Casa Blanca en los dos meses largos con Trump como presidente, pero que se evaporó en cuestión de horas tras el ataque con armas químicas perpetrado el martes contra población civil por el Gobierno del presidente sirio, Bashar al Assad.

El impacto de las imágenes por televisión de niños y bebés atacados con gas sarín propició una respuesta rápida y decidida de Trump, que bombardeó la base aérea siria desde donde partieron los aviones de Al Assad con armas químicas.

Si el ataque del dictador sirio tuvo como efecto una represalia de Trump, la respuesta del presidente estadounidense abre un nuevo capítulo para la política exterior de Washington, con muchas incertidumbres y, sobre todo, una certeza: la ambición aislacionista de Trump era una quimera.

Trump se enfrenta a varios dilemas tras su decisión de atacar. La represalia ha sido aplaudida por sectores amplios en EE.UU. y en la comunidad internacional –aunque no ha faltado oposición, incluso entre los «trumpistas» más duros– y supone el mayor espaldarazo a su joven presidencia, después de dos meses y medio en la Casa Blanca lastrados por escándalos y derrotas judiciales y legislativas. Tras las protestas y el bloqueo a su veto migratorio, el fracaso en la sustitución de la reforma sanitaria Obamacare en el Congreso y el goteo constante de escándalos sobre las injerencias rusas en las elecciones y la conexión de su campaña con Moscú, el ataque a Siria ha reforzado la imagen de Trump como un presidente con capacidad de decisión.

Y ahora qué

El problema es qué hacer a partir de ahora. Las autoridades insisten en que el bombardeo a la base aérea de Al Shayrat no cambia nada en la política de EE.UU. sobre Siria. Según el secretario de Estado, Rex Tillerson, del ataque «no se puede en ningún caso extrapolar un cambio en nuestra política o en nuestra postura en lo relativo a nuestras actividades militares en Siria. No hay ningún cambio en ese estatus».

A pesar de las palabras de Tillerson, ese cambio ya se ha producido. En los últimos meses y semanas, incluso esta misma semana, la Casa Blanca se negaba a hablar de un intento de sacar a Al Assad del poder. Lo negaron el propio secretario de Estado, Rex Tillerson, la embajadora de EE.UU. ante la ONU, Nikki Haley, y el secretario de Prensa, Sean Spicer, que el pasado martes, con las noticias del ataque químico frescas, aseguraba que sería «tonto» tratar de cambiar las circunstancias políticas de Siria. Dos días después, 59 misiles Tomahawk de EE.UU. caían sobre una base militar de Al Assad.

Spicer asegura que lo que Trump hizo con el ataque es «lanzar una señal muy fuerte no solo a Siria, sino a todo el mundo»

La explicación oficial de que la represalia se circunscribe al uso de armas químicas, lo que vulnera la normativa internacional, es limitada y deja fuera las repercusiones e n el embrollo geopolítico que es Siria y en el resto del mundo. ¿Reaccionará EE.UU. igual ante abusos similares de Al Assad (ayer se supo que desde la misma base bombardeada partieron aviones para atacar a la misma localidad del ataque químico del martes)? ¿Aplicará la misma vara de medir en situaciones comparables que se produzcan en otros países? Spicer aseguró que lo que Trump hizo es «lanzar una señal muy fuerte no solo a Siria, sino a todo el mundo».

De momento, la represalia tiene un impacto directo en la relación más sensible de EE.UU., la que tiene con Rusia. El Gobierno de Vladímir Putin es el aliado más fuerte de Al Assad, tiene tropas en Siria desde 2015 y se le acusa no solo de colaborar en la derrota de Daesh, sino de apoyar al dictador en su guerra civil sangrienta contra los grupos opositores. El propio Putin, el primer ministro Dimitri Medvedev o el ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov condenaron con fuerza el ataque, al que calificaron de «golpe importante» a la relación entre ambos países. Esto es quizá un golpe de oxígeno en casa para Trump, que le ayuda a distanciarse de Moscú de cara a la opinión pública en medio de las investigaciones sobre los contactos de su equipo con Rusia durante las elecciones. Pero, en el terreno, añade tensión: Rusia ha dicho que ayudará a reforzar la aviación de Siria y ha suspendido la colaboración con EE.UU. para evitar colisiones entre sus naves en cielo sirio. Además, ha mandado una fragata al Mediterráneo que parará en el puerto sirio de Tartús.

La sensación mayoritaria en EE.UU. es que, para bien o para mal, Trump actuó guiado por un impulso emocional y por una capacidad de decisión de la que siempre ha alardeado. La exigencia es que ahora desarrolle una estrategia clara para Oriente Próximo. Tras el bombardeo de Al Shayrat, Trump animó la colaboración de «todas las naciones civilizadas» para acabar con «la tragedia y el derramamiento de sangre en Siria». Eso parece un objetivo mucho mayor que una simple respuesta a un ataque químico, para el cual el presidente no ha dado pistas de que tenga un plan. El Pentágono está encargado de elaborar una revisión de la estrategia de EE.UU. en la región (también respecto a Corea del Norte), que debe llegar en pocas semanas.

Varios fuegos

Sea cual sea el camino que tome Trump, estará entre varios fuegos. Hay voces que le piden que haga más: el Comité Internacional de Rescate le ha exigido que utilice el ataque como una forma de presión para llevar a Al Assad a una mesa de negociación para un proceso de paz que acabe con una guerra civil de seis años. Frederic Hof, que fue asesor de Barack Obama para Siria, ha asegurado que si la represalia se queda en un hecho aislado «será inútil».

El Comité Internacional de Rescate le ha exigido a Trump que utilice el ataque para llevar a Al Assad a una mesa de negociación para un proceso de paz

Cualquier estrategia militar de Trump deberá asumir un coste político importante. Aunque la represalia a Al Assad ha provocado el aplauso de enemigos como los senadores republicanos John McCain y Lindsay Graham o el demócrata Chuck Schumer, si hay una acción militar más ambiciosá deberá pasar por el Congreso. Ahí Trump volverá a enfrentarse a sus contradicciones: un grupo de legisladores republicanos y demócratas –algunos de ellos de la línea más dura pro-Trump durante las elecciones– han criticado el ataque, que va en contra de la ideología no intervencionista que el presidente defendió durante la campaña.

En su celebrado discurso ante el Congreso de finales de febrero, Donald Trump aseguró que actuaría como «el presidente de Estados Unidos» y no como «el presidente del mundo». La estrategia que tome en Siria en los próximos meses pondrá a prueba esa afirmación.

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