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Reichstag, la huella de la historia democrática de Alemania

Ha sido testigo de momentos de relevancia extrema, desde los discursos encendidos de Hitler, los bombardeos en la II Guerra Mundial y las lágrimas de Helmut Kohl que simbolizaron la unión del país

CORRESPONSAL EN BERLÍN Actualizado: Guardar
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Tres veces golpeó el káiser Guillermo I los cimientos del Reichstag en la ceremonia de inauguración de sus obras, el 9 de junio de 1884, y cuenta la leyenda berlinesa que la herramienta se le hizo añicos en las manos al tercer impacto. Al káiser no le gustaba el proyecto de Paul Wallot para el Parlamento y había dado el visto bueno de mala gana a una cúpula más grande que la del Palacio Real y que intuía como una amenaza a la monarquía.

En 1894, tras diez años de trabajos de construcción, su nieto Guillermo II, montó en cólera por lo que él consideraba el “súmmum del mal gusto”. Denominó en público el edificio del parlamento “Reichsaffenhaus”, que significa casa de los monos del imperio, y prohibió la inscripción de “Dem Deutschen Volke” (“al pueblo alemán”), que no ocuparía el frontispicio hasta 1916, y desautorizó la cúpula de metal y cristal calculada por el ingeniero civil Hermann Zimmermann.

Esta antipatía de la familia imperial hacia el Reichstag no era infundada. El 9 de noviembre de 1918, el diputado Philipp Scheidemann proclamó allí la república y dio inicio con ello una época convulsa que dejaría inconfundibles cicatrices tanto en el edificio como en el alma de Alemania.

El 27 de febrero de 1933, un incendio devastador destruyó la sede del Parlamento alemán. El joven holandés Marinus van der Lubbe fue identificado como culpable y detenido, pero los hechos no quedaron nunca del todo aclarados y Hitler aprovechó la confusión para culpar del incendio a sus enemigos políticos y desencadenar una cruel y sistemática persecución. Declaró el estado de emergencia e inició una violenta campaña de represión contra socialdemócratas y comunistas. Poco después, el presidente de la República, Hindenburg, sancionó a solicitud de Hitler de una ley “para la defensa del pueblo y del estado” por la que quedaron suspendidas las libertades políticas. Era el prólogo del III Reich.

Todavía hoy impresionan las fotografías del discurso de Hitler en la tribuna del Reichstag, el 1 de septiembre de 1939, con la cruz gamada al fondo y justificando la invasión a Polonia con la que daría inicio la II Guerra Mundial. "Desde hace años estamos sufriendo bajo la presión de un problema que nos planteó el Dictado de Versalles, y que con su degeneración y sus consecuencias, ha llegado a sernos insoportable. Danzig ha sido y es una ciudad alemana. El Corredor ha sido y es alemán. Danzig fue separada de nosotros. Los polacos se anexionaron el Corredor. Como en todas las regiones alemanas del Este, los habitantes del Corredor han sido maltratados de manera intolerable. En 1919 y 1920, más de un millón de hombres con sangre alemana tuvieron que abandonar su patria. Como siempre, intenté obtener una modificación de este intolerable estado de cosas por medio de proposiciones de revisión pacífica. Es una mentira, cuando en el extranjero se declara que nosotros nos servimos sólo de presiones para obtener nuestras reivindicaciones. En los quince años que precedieron al advenimiento del Nacionalsocialismo al Poder, se habría tenido ocasión de provocar revisiones por procedimientos de libre conciliación. Pero, no se hizo nada", fueron sus argumentos. Solo tras 60 millones de muertes y después de que el Ejército Rojo difundiera la mítica fotografía de sus soldados clavando la bandera en el Reichstag, pudo darse por terminada la guerra.

Los bombardeos aliados dejaron seriamente dañado el edificio y la partición de la ciudad lo abandonó directamente junto al Muro de Berlín, en la denominada “área de la muerte”, una zona militarizada e intransitable, mientras la actividad parlamentaria de la República Federal alemana se trasladaba a Bonn. Las autoridades se limitaron a dinamitar los restos de la cúpula en 1954 para evitar derrumbes y desgracias, y a apuntalar y techar para que la lluvia y la nieve no terminasen en ruina completa. En 1961 y 1971, el arquitecto Paul Baumgarten dirigió dignamente unos trabajos de conservación que, sin embargo, solamente podrían ser retomados tras la reunificación.

Si hay una imagen que los alemanes asocian de corazón al Reichstag y que les ha permitido reconciliarse con él, esa es la del canciller Helmut Kohl, llorando ante una multitud en la celebración, el 3 de octubre de 1990, de la reunificación de Alemania. De inmediato la Cámara Baja decidió volver a utilizar el edificio como sede del Parlamento y se abrió el concurso público para su definitiva restauración, un caramelo para los 80 equipos arquitectónicos que se presentaron, debido al carácter simbólico del edificio. Este es el momento en el que el talento español dejó, aunque indirectamente, su sello en la magnificencia del Reichstag.

La cúpula en cuestión tiene un diámetro de cuarenta metros, una altura de veintitrés metros y medio y un peso de ochocientas toneladas soportadas por doce columnas de hormigón armado. El caparazón está compuesto por veinticuatro perfiles de acero a intervalos de quince grados y cubierto por más de tres mil metros cuadrados de cristal. En su interior, un cono invertido que parte desde la base, culmina en un círculo de dos metros y medio que corona la sala de plenos, dotándola de luz natural indirecta. El aire usado es canalizado por dentro del embudo y expulsado al exterior por medio de una abertura en lo alto de la cúpula. El sistema de calefacción y suministro energético del edificio es una combinación de energía solar, utilización de reservas de agua para calentar o enfriar el edificio y de ventilación mecánica, de forma que es autosuficiente en un 82% e incluso suple de energía a otros edificios públicos vecinos, convirtiéndose en un ejemplo de arquitectura sostenible.

Desde 1999, el edificio vuelve a ser sede de la Cámara Baja del Parlamento alemán y hoy en día es el segundo edificio más visitado de Alemania, solo por detrás de la Catedral de Colonia. Fue icono mundial en 1995, cuando el artista Christo y su esposa Jeanne-Claude realizaron la obra “Wrapped Reichstag”, que consistió en envolver el todo el edificio con una gigantesca tela plateada durante dos semanas. Y en sus pasillos ha hecho historia de la República federal de Alemania uno de los ujieres que, vestidos de frac, se encargan del estricto protocolo de la sala de plenos. Hijo de murcianos que emigraron a Alemania en 1967, cuando él tenía solo tres años, fue el primer no alemán en acceder al estatus de funcionario del Estado en 1997 y desempeña su labor desde entonces en el Reichstag. Su nombre es José Cases, pero la comunidad española en Berlín lo conoce como “Pepito Bundestag”.

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