La reverenda Betty Deas Clark
La reverenda Betty Deas Clark - M. TRILLO
ANIVERSARIO DE LA MATANZA EN CHARLESTON

«Claro que puede volver a pasar una masacre, pero no puedo darle vueltas»

ABC visita el templo afroamericano donde hace un año un joven mató a nueve personas

Enviado especial a Charleston (Carolina del Sur) Actualizado: Guardar
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Pasadas las 9,30 de la mañana, los hombres y mujeres del coro entran cantando en la iglesia africana metodista episcopaliana Madre Emanuel. En filas paralelas, balanceándose al ritmo de la música, recorren la nave entre los bancos repletos de feligreses en este histórico templo de Charleston, la antigua capital de Carolina del Sur. Comienza así el servicio dominical que, lejos del recogimiento de las misas católicas, es una apasionada fiesta de exaltación religiosa de más de tres horas, en la que se suceden cánticos acompañados de percusión y trompeta, bailes y encendidas prédicas de la pastora, que llama a gritos a «servir al Señor con alegría» mientras salta y se agita de forma convulsa.

La alegría de la ceremonia apenas recuerda el horror que vivió esta iglesia el 17 de junio del pasado año.

Aquella noche un joven de 21 años, Dylann Roof, entró preguntando por el reverendo y se unió a una sesión de estudio de la Biblia durante una hora. A continuación sacó una pistola semiautomática del calibre 45 y mató a tiros a nueve de los participantes, incluido el propio pastor, Clementa Pinckney. El autor de la masacre pretendía desatar una «guerra racial», según confesó tras su detención. Ahora permanece en prisión a la espera del juicio, previsto para noviembre, en el que se pedirá para él pena de muerte.

A punto de cumplirse hoy un año de la matanza, la algarabía en el servicio dominical se corta en seco para recordar a las nueve víctimas. Durante unos momentos, un silencio helador reina en la iglesia y permite advertir que un profundo dolor permanece entre los miembros de la comunidad.

Sentimiento «agridulce»

Acudir ahora al templo resulta «agridulce», confiesa a ABC un joven que perdió en la masacre a una tía y un primo y que, aunque se siente reconfortado por el espíritu optimista de la ceremonia, echa en falta a sus parientes.

«No creo que un año o diez sean suficientes para superar tal dolor», explica por su parte la reverenda Betty Deas Clark, actual pastora del templo en sustitución del asesinado Pinckney. No obstante, los feligreses aprenden a vivir con ello. Con un tono sereno muy distinto al de sus ardorosos sermones, la pastora explica que, al tiempo que lamentan las nueve vidas segadas, agradecen a Dios las muchas otras que salvó, ya que «podía haber sucedido un domingo, podía haber sido toda la congregación», asegura.

La pastora de Madre Emanuel aboga por seguir adelante. «¿Podría volver a pasar? Claro. ¿Volverá a pasar? No lo sé. ¿Tengo que estar dándole vueltas toda la noche? No me lo puedo permitir», se pregunta y responde a sí misma con la vista puesta en el futuro.

La tragedia desató una corriente de solidaridad entre blancos y negros en esta ciudad que fue el centro histórico del Sur algodonero y esclavista. Pero, además, puso en cuestión la exhibición de símbolos y monumentos de la antigua Confederación sudista. Tras la masacre, se arrió la bandera confederada frente al capitolio en Columbia, actual capital de Carolina del Sur, y en este año se han sucedido otras medidas, en ocasiones con polémica. Es el caso de la propuesta municipal para retirar la estatua del general Robert E. Lee en Nueva Orleáns, paralizada en los tribunales por la oposición con que se ha topado.

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