Un grupo de jóvenes inmigrantes eritreos caminan por la isla italiana de Lampedusa días después de haber sido rescatados en aguas del Mediterráneo
Un grupo de jóvenes inmigrantes eritreos caminan por la isla italiana de Lampedusa días después de haber sido rescatados en aguas del Mediterráneo - LUIS DE VEGA

Europa, incapaz de contener la desesperación de sus vecinos

Medio millón de inmigrantes pueden llegar este año al continente por el canal de Sicilia en frágiles embarcaciones

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Un antiguo búnker de tiempos de Benito Mussolini, a mediados del siglo pasado, fue reconvertido en chiringuito veraniego asomado al mar Mediterráneo en las costas de la isla italiana de Lampedusa. Es el club O’Scià, decorado con esculturas hechas de troncos, carteles con las distancias a numerosas ciudades del mundo (a Madrid 1.529 kilómetros) y embarcaciones de madera que, aunque estén pintadas de colores, tienen detrás una negra historia. «En estas barcas empezaron a llegar los emigrantes a la isla», explica el responsable del lugar, que se afana en adecentar el entorno ante la llegada de la temporada de verano.

Nada hace pensar que en las aguas del canal de Sicilia que tenemos delante hayan muerto unos 1.750 inmigrantes solo en lo que va de 2015.

Las previsiones del director de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Koji Sekimizu, son que se podría acabar el año con un flujo de medio millón de inmigrantes, frente a los 170.000 de 2014, 10.000 de ellos muertos. A bordo de tres pesqueros, ayer llegaron al puerto tunecino de Zarzis un centenar de africanos que partieron en una embarcación neumática el viernes de Zwara, al oeste de Trípoli, en dirección a Lampedusa y que fueron rescatados en el mar. Esa misma acción de socorro es la que ha llevado en más de una ocasión a las autoridades italianas a denunciar, por cooperar en la emigración clandestina, a pescadores de Lampedusa que se habían atrevido a atender a los inmigrantes.

Primer puerto

Debido a su proximidad a los puntos de donde zarpan, Lampedusa, a un centenar de kilómetros de las costas de Túnez y algo más de Libia, se ha convertido en el principal puerto de llegada de inmigrantes sin papeles que intentan alcanzar Europa. La población local, unas 5.000 personas, convive desde los años noventa con ese flujo de extranjeros; sin rastro de racismo, a pesar de que su número no ha dejado de aumentar, en especial en el último lustro. «Los habitantes lo han dado todo por la emigración», reconoce un mediador intercultural de origen argelino, que no puede dar su nombre porque trabaja para el Ministerio del Interior identificando las nacionalidades de los inmigrantes que alcanzan la isla. Parte de su misión es impedir que egipcios y tunecinos, países con los que Italia tiene un convenio de repatriación casi automásstico, no se hagan pasar por sirios que huyen de la guerra para quedarse en suelo europeo.

«Isla maravillosa»

En el restaurante La Aragosta, una joven rubia de ojos azules atiende a los clientes de mesa en mesa. Es la misma que aparece en las paredes del local posando en diferentes fotos. Francesca Zucchero, nacida en 1993, representó a la isla en el certamen de Miss Italia en 2011. «Me parece muy negativo que esta isla tan maravillosa sea conocida por la inmigración en vez de por sus playas y el turismo», se queja. «Muchos turistas no vienen por miedo, cuando eso aquí no es un problema. Son personas como nosotros, solo nos distingue el color de la piel. Huyen de la guerra. ¿Y si estalla aquí una guerra un día y tenemos que irnos todos a África?», se pregunta. Otros, al contrario, han llegado a Lampedusa más por curiosidad que por hacer turismo en sus playas, como un grupo de japoneses atraídos por la constante presencia de la isla en los telediarios. Ni siquiera cuando Muamar Gadafi bombardeó en 1996 una base estadounidense en la isla, sin causar daños, se había hablado tanto de ella.

En los telediarios

Pero hay quien pide más minutos en las noticias. El terremoto de L’ Aquila, que dejó 300 muertos en esa localidad italiana en abril de 2009, coincidió con un naufragio frente a Lampedusa, pero los muertos en el mar apenas tuvieron espacio en el telediario frente a los que habían perdido la vida en el temblor de tierra. Eso indignó al carpintero y artesano local Franco Tuccio, que empezó desde ese día como un pequeño acto de rebeldía artística y personal a realizar objetos con la madera de las barcas en las que llegan los inmigrantes. Para la misa que el Papa Francisco ofreció en la isla en 2013, el carpintero fabricó el cáliz con la madera de un naufragio en el que se habían salvado 500 inmigrantes y solo dos murieron, y el atril con el timón de un barco llegado de Libia. «Aquí estamos acostumbrados, pero no vemos que las cosas mejoren», señala Tuccio.

Tanto este artesano como Miss Lampedusa coinciden, sin embargo, en que «en Italia no hay trabajo para todos los que vienen» y eso lleva a muchos a acabar en el mundo de la delincuencia o la prostitución. Ninguno de los vecinos de la isla consultados se muestra contrario a que sigan llegando ni piden medidas represivas. Tanto Tuccio como el joven vicario parroquial Giorgio Casula, de 30 años, proponen la creación de corredores humanitarios para facilitarles el camino. Las autoridades de la Unión Europea -y eso incluye a las italianas- no están por la labor y prefieren incrementar la vigilancia.

Lo cierto es que el baile de decenas de nacionalidades, la mayoría africanos, no altera el ritmo de la pequeña isla. En el centro de acogida de inmigrantes, con 400 plazas, ayer solo había 60 personas. Con 17 años, el eritreo Robel Tuemzghi habla con soltura de represión y falta de democracia. Tras dos años de viaje llegó a Lampedusa hace dos semanas huyendo de la dictadura de su país. «Después del colegio el único futuro que nos queda es convertirnos en militares» y «yo aspiro a ser diseñador de moda en Londres».

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