Hugo Chávez, con su hija Gabriela
Hugo Chávez, con su hija Gabriela - afp
horizonte

La camaradería de la revolución bolivariana

Desde el principio la revolución bolivariana demostró lo que valían para ella la democracia y la división de poderes que le enseñaron Monedero, Bescansa, Errejón e Iglesias

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El 3 de febrero de 1999 amaneció un día húmedo y soleado en Armenia, la capital -en ruinas- del Quindío en el Eje Cafetero colombiano. Una semana antes un seísmo «de proporciones bíblicas» en palabras del presidente Andrés Pastrana había arrasado la región. A media mañana el presidente Pastrana llegaba a Pereira, capital de Risaralda, acompañando al Príncipe de Asturias, con el que había coincidido la víspera en la toma de posesión -la primera de tantas- de Hugo Chávez Frías como presidente de Venezuela. Pastrana pidió al Príncipe que improvisara una visita al Eje Cafetero y al día siguiente se hacía. Ya en Armenia se organizó un almuerzo para Don Felipe en el jardín de un domicilio particular, uno de los pocos que casi no habían sufrido daños.

A los postres el periodista de ABC preguntó por la ceremonia del día anterior en Caracas. «Esto va a ser difícil. Muy difícil…», murmuró un Pastrana sombrío, que en medio del titánico esfuerzo que estaba poniendo en marcha para ayudar a 350.000 damnificados, todavía creía que podía haber otras cosas que fuera difíciles.

Pero probablemente ni en sus más sombríos presagios hubiera podido imaginar ni Pastrana ni ninguno de los allí presentes el futuro que aguardaba a Venezuela y a tantos países con estrechos vínculos. El pasado martes veíamos a la ministra de Relaciones Exteriores venezolana Delcy Rodríguez instruyendo a España sobre los rescates bancarios o sobre la «tiranía mediática» (¡de ABC!) por pedir libertad en su país mientras su Gobierno financia a un partido político en España para que acabe con la democracia como Chávez hizo en su país. Eso me ha recordado aquel almuerzo en Armenia y lo que Chávez representó para Colombia desde el primer momento.

En su libro «La ilusión posible» (Norma. Bogotá, 2004), Guillermo Fernandez de Soto repasa sus cuatro años como canciller de Pastrana. El capítulo VI «Venezuela. Historia de los amores difíciles» crea la duda de cómo era posible que subsistiera algún amor tras las injerencias brutales de Hugo Chávez en Colombia apoyando a las FARC y el ELN y descalificando a la democracia colombiana. «A finales del mes de marzo de 2002, aparecieron nuevas evidencias sobre contactos entre oficiales de las Fuerzas Armadas de Venezuela con grupos guerrilleros colombianos. En un vídeo ampliamente difundido en los medios de comunicación de ambos países, se pudo confirmar la visita de militares venezolanos de alto rango a un campamento guerrillero en el oriente del país en el que fueron recibidos con especiales muestras de reconocimiento y “camaradería” por su apoyo a la “causa revolucionaria”», recuerda Fernández de Soto.

Desde el principio la revolución bolivariana demostró lo que valía para ella la democracia y la división de poderes que le enseñaron Monedero, Bescansa, Errejón e Iglesias. Recuerda Fernández de Soto que a raíz de la petición de asilo en Colombia que hizo el golpista Pedro Carmona, Pastrana discutió el asunto con Chávez, al que recordó que a Carmona se le acusaba de rebelión y que de acuerdo con el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela este delito se caracterizaba «como político por antonomasia». El presidente Chávez le respondió: «¿Y tú también le crees al Poder Judicial?» De aquellos polvos, estos lodos.

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