«Más valientes son los que hacen todos los días lo mismo»

Tres familias dejan su trabajo y estudios para hacer un apasionanate viaje alrededor del mundo durante mses con sus hijos

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Las personas que deciden romper con su rutina y hacer la maleta para viajar por todo el mundo largas temporadas suscitan todo tipo de sentimientos. Se las considera aventureras, afortunadas, irresponsables, «alocadas»... Las críticas se endurecen aún más cuando la decisión incluye a niños. Pablo Strubell, organizador de las jornadas «Iati de los grandes viajes» y creador de « La editorial Viajera», asegura que «tener hijos no es un impedimento para ir a lugares lejanos durante meses y los beneficios que aporta a una familia son estupendos y de por vida».

La psicóloga y madre viajera de dos niñas de 11 y 7 años, Cristina Silvestre, asegura que «lo que más necesitan los niños es estar con sus padres, por lo que el apego físico y emocional en estos viajes es total, lo que aportará a los hijos tranquilidad y seguridad para cuando sean adultos».

Las voces más severas aseguran que los niños que van de un sitio a otro se desorientan, no tienen rutinas. Sin embargo, esta experta lo desmiente porque «saben que cuando es de día hay que despertarse, que después de comer hay que descansar... Los padres, además, les explican el plan de cada día –coger un tren, un avión...– lo que requiere ajustarse a horarios».

Una clase diaria

Explica que estar en contacto con la naturaleza les fortalece. También ganan en seguridad porque aprenden a superar retos, a ser creativos ante las dificultades, a ser flexibles ante otras culturas... «La educación tampoco es problema, puesto que pueden formarles sus padres y, por acuerdo con el Ministerio de Educación español, examinarse en las embajadas españolas allá donde estén. Además, viajar les aporta una clase diaria de sociales y naturales, por todo lo que descubren; de lengua, por los idomas; de matemáticas, por las diferentes monedas, medidas de peso...».

Pero no todo es color de rosa. «No es fácil encontrar servicios médicos tan buenos como en España –asegura Silvestre– y dormir en caravanas o tiendas de campaña no es lo mismo que hacerlo en un hogar». «Hay padres que se preocupan por las relaciones sociales y, es verdad que no necesitan tantos lazos de amistad hasta los ocho años. Otra cosa es cuando son adolescentes».

El otro matiz negativo es que mantienen un contacto muy reducido con su familia extensa, lo que les rompe su vínculo con ellos, «a pesar de hablar con ellos por internet», concluye.

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  1. Jon y Nina: «Mi hija ha dejado de ser materialista y valora mucho más las pequeñas cosas»

    Jon Vallejo, de Familia Viajera Veoveo, reconoce que la ilusión de toda su vida fue dar la vuelta al mundo. Al poco de casarse, Nina y él tuvieron a Bianka y al principio su sueño se desvaneció un poco. «Descubrí que muchas familias viajaban con niños y al final decidimos hacer juntos la aventura. Compramos un todoterreno y le coloqué en la parte posterior una célula habitable para poder acceder a sitios que con una autocaravana no podríamos llegar».

    El viaje comenzó cuando la pequeña Bianka, de 8 años, acabó el curso en junio de 2014. «El objetivo era viajar durante 14 meses. Aprovechamos las vacaciones escolares y todo el año siguiente para que en septiembre de 2015 retomara el colegio. Nos encargamos de su formación y de vez en cuando acudíamos a las embajadas españolas, como nos ocurrió en Bombay, para que se examinara por un acuerdo con el Ministerio de educación español. Sacó un notable», afirma orgulloso.

    Reconoce que su hija era algo tímida al emprender el viaje y que su preocupación era que no tendría amigos. «Sin embargo, como no estábamos mucho tiempo en el mismo lugar, se dio cuenta de que debía vencer su timidez y relacionarse con otros niñoss. Y así lo hizo. Se ha vuelto muy sociable y ha aprendido idiomas, sobre todo inglés».

    También le ha llamado la atención a Jon que su hija ya no es materialista, «ha visto a niños felices por jugar con una rueda de bicicleta a la que cuidaban como a un tesoro. Ahora ella es capaz de sentirse bien jugando con cualquier cosa», reconoce.

    En cuanto a su relación de pareja, explica que se ha reforzado. «Dicen que después del verano hay muchas separaciones porque los matrimonios pasan juntos un mes entero. Nosotros hemos estado 14 meses, las 24 horas del día, y hemos sido felices. Eso sí al regresar ya hemos discutido alguna vez –dice riendo–. Nos vamos a tener que ir pronto otra vez de viaje».

    Esta familia viajó los 14 meses, pero no logró dar la vuelta al mundo. «Cuando llegas a los sitios te sorprenden tanto que se require más tiempo de lo planificado para disfrutarlos. Por eso solo llegamos a Asia y la recorrimos entera porque nos ha encantado. El año que viene emprenderemos de nuevo nuestra aventura para completar nuestro sueño», asegura Jon Vallejo.

  2. Beti y Juan: «Lo más complicado es abandonar tu zona de confort»

    Beti Faura y Juan Rovira se conocieron durante un viaje en bici a Marruecos. En otra aventura, esta vez para escalar en Perú, fue cuando esta pareja de Andorra comenzó su relación. «Tanto él como yo ya teníamos mucha experiencia viajando», apunta Beti, quien de pequeña ya se atrevió a cruzar con su familia el Atlántico en un velero.

    Ella es arquitecto y él ingeniero. En 2005 sintieron la necesidad de tomarse un año sabático para cruzar Asia en bici. «Lo más complicado de esta aventura es tomar la decisión y abandonar tu zona de confort».

    Pero fueron valientes y emprendieron la marcha. Pedaleo a pedaleo desde Turquía a Nepal. De vuelta a casa tuvieron dos hijas, con las que de vez en cuando hacían escapadas por Europa. Cuando Ares tenía 6 años y su hermana Maiana 3, de nuevo llegó la hora de viajar. El petate esta vez fue para siete meses de no parar en bici y con la tienda de campaña a cuestas. Objetivo: conocer Sudamérica.

    Beti explica que como las niñas eran muy pequeñas, su educación no fue un problema. «El aprendizaje era continuo porque querían saber lo que ponía en cada cartel, contaban el tiempo y los kilómetros que nos faltaban, entendieron el funcionamiento de la naturaleza, las costumbres de la gente... Les ha quedado más grabado que el discurso de un profesor».

    Pero no fue lo único que aprendieron. Según sumaban kilómetros, añadían una serie de valores que para estos padres son fundamentales para formar buenas personas. «Se han dado cuenta de que se puede vivir con muy poco, que se puede llevar una vida sin ser esclavo del consumismo, que hay que respetar el medio ambiente... Al viajar el bici, una de ellas delante y otra en un carro detrás, han sabido afrontar las inclemencias del tiempo, que se puede vivir sin tanto confort, lo que les ha hecho ser mucho más fuertes y no quejarse por pequeñas cosas. Ahora saben que tras el esfuerzo hay una recompensa de llegar a un lugar y disfrutarlo. Además –insiste– al ver a sus padres ante momentos de duda o riesgo, ellas han sabido ser solidarias y colaborar para solucionar la situación».

    Esta madre asegura que es una experiencia muy recomendable, «sobre todo para los que quieren vivir a tope con sus hijos. Lo mejor del mundo es estar juntos 24 horas. Como familia nos ha beneficiado en muchas cosas, pero resaltaría la mayor complicidad y comunicación, la fuerza para afrontar retos juntos y el sentimiento compartido de satisfacción al conseguir la meta planteada».

  3. Julio y Elena: «Más valientes son los que hacen todos los días lo mismo»

    Julio Santos y Elena Revilla se enamoraron a los 16 años. Ambos son de San Sebastián y cuando decidieron formalizar su relación se compraron un piso y un pequeño velero para de dar la vuelta al mundo. Después de varias tormentas a bordo decidieron que el mar no era lo suyo.

    Metidos de lleno en su trabajo, él como informático y ella como monitora de gimnasia, tuvieron a los mellizos Iker y Unai. Cuando los pequeños cumplieron 6 años, a Julio le volvió a rondar la idea recorrer el mundo en autocaravana.

    El planteamiento inicial cambió por el de comenzar en 2014 la aventura de estar nueve meses por toda Europa y regresar tres a España; en 2015 hacer lo mismo pero en Sudamérica y en 2016 en Norteamérica, aunque este último destino se cambio por recorrer España debido a un problema familiar.

    Así fue cómo en 2014 cogieron carretera y manta. «Dejamos los trabajos, pero viajando nos gastamos casi menos que estando en casa, puesto que la alquilamos y nos ahorrábamos pagar la luz, el agua, los colegios... Eso sí, tuvimos que gastar en combustible y comida. En total nos salió la aventura por unos 1.600 euros al mes», asegura Julio.

    El objetivo no era darse grandes palizas conduciendo, el máximo del recorrido en un día era de unos 100 kilómetros. Al llegar a la ciudad o pueblo establecido, según su interés, estaban un par de días o un par de semanas.

    Cada día, a las 9 de la mañana ya estaban en pie. «Lo primero era dar clase a Iker y Unai. Nos adherimos al programa Cidead del Ministerio de Educación español y nos mandaban material y deberes por ordenador y cada tres meses los dos se se examinaban. Fue duro hacer de padres y profesores –recuerda Elena– y exigirles que atendieran nuestras explicaciones durante cuatro horas diarias».

    Tras la comida, Elena y Julio daban un paseo o leían y, después, emprendían la marcha al nuevo destino si ese día tocaba desplazarse. «Al llegar visitábamos lo planificado y cenábamos no muy tarde para no perder ritmo en nuestra rutina», explica Julio.

    En su entorno hay familias que les dicen que «están locos» y, otros muchos, que «les damos mucha envia y somos unos valientes. Yo no creo que sea valentía –puntualiza Julio–. Más valiente es, por ejemplo, el que a las 8 abre su tienda y la cierra a las nueve, va a su casa, cena con los niños, pone lavadoras... y al día siguiente más de lo mismo».

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