Aulas inteligentes

Ipads en las aulas: prudencia y responsabilidad ante la ausencia de evidencias

No son pocos los que dudan de la verdadera efectividad de su uso ante la falta de conjunto de estudios que así lo demuestren con datos

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En los últimos años, el interior de las mochilas de muchos alumnos está cambiando: el libro está dejando un espacio libre que es sustituido por el ipad, que se utiliza como una nueva herramienta de estudio. Se ofrece como un nuevo aprendizaje adaptado a los nuevos tiempos, con una información más dinámica, interactiva, visual, práctica... Ante este cúmulo de posibles ventajas, no son pocos los padres que se preguntan si este cambio tan revolucionario supone una verdadera ventaja para el aprendizaje de sus hijos durante el curso escolar.

Catherine L’Ecuyer, autora de Educar en el asombro ( Plataforma, 10ª ed.) y de The Wonder Approach to learning (Frontiers in Human Neurosicence) apunta que ante ese cambio, muchos padres dudan sobre las ventajas y las desventajas de ese cambio.

Los padres que buscan información están rodeados de argumentos a favor, mientas que son pocas las voces que piden una actitud prudente y responsable frente a la digitalización masiva de las aulas.

«Lo que poco se sabe y se dice, es que hoy por hoy, no existe evidencia suficiente que avale los supuestos beneficios de los ipads en las aulas. En un artículo del New York Times "Aulas del futuro, resultados estancados", Tom Vander Ark, un ex-directivo de la fundación de Bill Gates, también inversor en tecnología aplicada a la educación, preguntado por los beneficios de la tecnología en las aulas, reconocía: "Los datos son muy flojos. Cuando nos presionan para dar evidencias, lo tenemos muy complicado. O nos hemos de poner las pilas, o nos hemos de callar"».

Esta autora añade que Larry Cuban, profesor Emérito de Educación de la Universidad de Stanford, afirma en su blog que «no hay cuerpo de evidencia (numerosos estudios que marcan una tendencia) que el uso del iPad pueda mejorar los resultados en lectura o en matemáticas, y tampoco lo hay que puede dar mejores oportunidades de trabajo después de la universidad”. En el artículo arriba citado, el profesor Cuban asegura: "hay insuficiencia de pruebas que justifique emplear dinero en eso. Punto. Punto. Punto." «Hoy, lo único que existe son estudios puntuales que no marcan tendencia a favor, la mayoría de ellos están financiados por empresas tecnológicas y, en muchos casos, carecen el rigor suficiente: ausencia de grupo de control, prejuicios en los parámetros estudiados, indicadores subjetivos ("gusta más a los profesores", "motiva más a los alumnos"), etc».

Catherine L’Ecuyer explica que es preciso decir que existe un parámetro que sale sistemáticamente bien parado en numerosos estudios sobre el uso de ipad en las aulas: la mejora de la motivación del alumno (“more engaged”). «De allí, se asume que los alumnos tendrán mejores resultados. Pero mientras lo “asumimos”, esa mejora académica nunca se ha llegado a probar seriamente, dice Cuban, que da la siguiente explicación: “existe un efecto novedad, que los defensores de las nuevas tecnologías confunden con la motivación del alumno por aprender en el largo plazo, pero el tiempo pasa y el efecto novedad desaparece.” Y añade que, mientras tanto, “la asunción de que la motivación del alumno produce mejores resultados en el largo plazo sigue siendo una asunción”. Existe otra confusión. Algunos defensores del ipad en las aulas confunden la fascinación que provoca la pantalla (que ellos llaman “motivación”) con que “el alumno esté tomando las riendas de su educación”. Todos estamos de acuerdo en que el niño y el joven debe asumir el protagonismo de su educación. Pero el efecto novedad/fascinación del que habla Cuban no es equivalente a asumir el protagonismo de su educación, porque el que lleva las riendas ante la pantalla no es el alumno, sino la aplicación "inteligente" de la tableta. Tanto el alumno como el maestro pasan a ocupar lugares secundarios. Eso es un error, porque esa educación individualizada que da la tableta, no es lo mismo que una verdadera atención personalizada».

Ante la ausencia de evidencias científicas, se recurre a menudo a argumentos que carecen de contenido educativo, como por ejemplo “existe un ahorro con respecto a los libros”, “la mochila pesa mucho”, “no podemos poner puertas al campo”, “es el futuro”, “si lo hacemos nosotros, porque ellos no”, etc. Es precio desmontar los mitos populares que se han construido en el ámbito educativo y en los medios sobre el uso de las TICs por parte de los niños.

«Por ejemplo —matiza Catherine L’Ecuyer—, lo que conviene a un adulto, no necesariamente conviene a un niño, como el café, el vino, o muchas otras cosas. Existen muchos estudios que advierten de los efectos de la pantalla en una mente inmadura, como la incapacidad de filtrar lo relevante de lo irrelevante, el deficit effect (los niños pequeños aprenden mejor a través de una demostración en directo que de una demostración a través de la pantalla), la reducción del vocabulario en niños pequeños, la hiperactividad, la apatía, la impulsividad, el déficit de atención, la adicción, la superficialidad del pensamiento, el mal funcionamiento de la memoria de trabajo, la deshumanización del aprendizaje, el empeoramiento de la lectura comprensiva on-line con respecto a la lectura sobre papel, etc. Por ese motivo, muchas asociaciones pediátricas en el mundo han recomendado el no uso de la pantalla en niños menores de 2 años, y la reducción a una hora o dos de pantalla en los jóvenes y en los niños de otras edades. Habrá que ver los efectos del uso continuo de pantalla en los niños en un contexto escolar a lo largo de los próximo años. Estamos asistiendo a un experimento a gran escala, protagonizado por niños cuyos padres no siempre están informados de ello».

En opinión de L’Ecuyer, más estímulos no es necesariamente mejor. Esa creencia viene de una serie de neuromitos (ej. “usamos sólo una pequeña parte de nuestro cerebro”, “la infancia es una etapa crítica para acumular conocimientos”…). «Esos mitos, denunciados por la OCDE y debidos a una mala interpretación de la neurociencia, a menudo se ven aprovechados por la industria del sofware y del hardware que ven en el padre preocupado por la educación de sus hijos una atractiva oportunidad económica. Esa misma industria es la que patrocina gran parte de la investigación en el ámbito de las TICs, la mayoría de los congresos de educación, paga los honorarios de los ponentes en esos congresos y cuyos gastos de publicidad constituyen un porcentaje importante de los ingresos de los medios de comunicación y de las revistas educativas, que luego difunden sus bondades, creando un estado de opinión favorable a sus intereses económicos».

«También hemos de saber —prosigue— que nuestros hijos no van a perder el tren profesionalmente por no usar un ipad con 4,8 o 12 años. Hace poco, salía en el New York Times que Steve Jobs no dejaba a sus hijos usar el ipad y limitaba el uso que hacían de otras tecnologías. Hace 3 años, salía en el mismo medio que muchos ejecutivos de empresas tecnológicas mandan a sus hijos a un colegio que hace bandera de no usar las TICs. “Hacemos la tecnología tan fácil de usar como la pasta de dientes”, dice un padre de este colegio, ejecutivo de Google. Y añade, refiriéndose a sus hijos, que “la tecnología tiene su tiempo y su lugar”. Nadie puede negar que Internet es una herramienta imprescindible en el presente y el futuro de la economía de la información, pero para poder aprovecharla, uno tiene que saber muy bien lo que está buscando, lo que no, y por qué lo está buscando. La capacidad de responder a esas preguntas se desarrolla off-line, no on-line, y puede variar de un niño a otro, por lo que compete exclusivamente a los padres, que son primeros educadores, decidir el momento apropiado».

Para la autora de Educar en el asombro, los argumentos de poco peso educativo (peso de la mochila, coste de los libros) han de ceder el paso ante la ausencia de evidencias científicas suficientes sobre los beneficios del uso del ipad en las aulas. «Ese hecho debe llamar a los colegios a una actitud de prudencia y de responsabilidad, que consiste concretamente en 1) estar al día de las tendencias que marcan, o todavía no, los estudios científicos sobre el tema 2) estar al día de los estudios científicos sobre los efectos perjudiciales, 3) dar toda la información a los padres sobre los pros y los contras, para que ellos pueda decidir libremente si quieren que sus hijos participen en ese “experimento a gran escala” y 4) darles la oportunidad de excluir a sus hijos de ese experimento, ofreciendo una línea no digital».

Añade que en 1996, Steve Jobs decía (Wired): «Había llegado a pensar que la tecnología podría ayudar la educación. Probablemente haya encabezado esa creencia, siendo uno de los que más equipamientos tecnológicos haya regalado a colegios en todo el planeta. Pero llegué a la conclusión inevitable de que el problema no es uno que la tecnología pueda esperar solucionar. Lo que no funciona con la educación no se arregla con la tecnología. La cantidad de tecnología no tendrá el más mínimo impacto. (…) Los precedentes históricos nos enseñan que podemos convertirnos en seres humanos asombrosos sin la tecnología. La experiencia también nos dice que podemos convertirnos en seres humanos poco interesantes a través de la tecnología». «En ese sentido, podemos preguntarnos —matiza L’Ecuyer— por lo que hubiera ocurrido con Steve Jobs, Mozart, Picasso, Aristóteles o Chesterton, de caer uno de estos dispositivos en sus manos con 8 años».

Y para concluir, «podemos preguntarnos —señala Catherine L’Ecuyer— por los motivos por los que toda esa información no llega a los padres. Como dice Huxley, “una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante”».

Catherine L’Ecuyer es también autora del blog Apego & Asombro:

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