Atardecer en la playa de Matalascañas (Huelva)
Atardecer en la playa de Matalascañas (Huelva) - N. BLAY

Un salto hacia el rocío y Doñana

Almonte es sinónimo de marisma y pinar, de naturaleza virgen, de dunas y playas eternas con 28 kilómetros de arenas finas hasta la desembocadura del Guadalquivir

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Tras la capital y Lepe, Almonte es la tercera localidad de Huelva en población y densidad industrial, pero probablemente es la primera en sentimientos y vivencias. Almonte es sinónimo de marisma y pinar, de naturaleza virgen, de dunas y playas eternas con 28 kilómetros de arenas finas hasta la desembocadura del Guadalquivir… Almonte es sinónimo de fervor de Rocío y belleza en Doñana. Su origen es tarteso y fue germen de pequeñas villas romanas en las que se halló hasta una incipiente fábrica de salazón en el siglo VI. Al norte, linda con la sierra más afamada del jamón. Al sur, con la playa de Matalascañas abierta al Atlántico. Al este, con el Parque Nacional reserva de la biosfera, y al oeste con la historia viva del descubrimiento de América en Palos o la Rábida.

Durante el dominio musulmán, Almonte fue un paraíso de la cría caballar en sus marismas, hasta que en 1262 se incorporó a los reinos castellanos y se fundó como villa en 1335. Alfonso X eligió sus campos como cazadero real, erigiendo en él una pequeña ermita en la que rendir culto a una imagen de la Virgen de las Rocinas. Fue la semilla de lo que hoy es la romería del Rocío, ya con más de siete siglos entre caminos de jara y polvo. Hacia 1500, la Casa de Medina Sidonia logró la jurisdicción de Almonte y se anexionó el antiguo bosque de La Rocina, hoy conocido como Coto de Doñana, convertido por la grandeza de su biodiversidad en Parque Nacional con reconocimiento internacional por su riqueza, especialmente en aves y linces en peligro de extinción.

En ese entorno surgió la más conocida romería de todo un pueblo, que recorría los pocos kilómetros que separan Almonte de El Rocío para agradecer a la Virgen su protección frente a las plagas, las enfermedades o la sequía, e incluso contra la invasión de las tropas napoleónicas en 1810. Cuenta una leyenda que en el siglo XV la imagen de la Virgen fue casualmente hallada por un almonteño escondida entre zarzas en el campo. Cuando consiguió rescatarla, se durmió de regreso al pueblo. Al despertar, la imagen no estaba y se inició una búsqueda popular. Esa imagen de rostro blanquecino que hoy se venera apareció en la misma zarza, como indicándoles que allí quería permanecer siempre. Y se construyó otra ermita que permitió a Almonte erigirse en 1653 en la hermandad matriz de las casi 200 de toda España que cada año «hacen el camino» para contemplar un episodio único de religiosidad popular: el «salto de la reja» en la madrugada de Pentecostés. Por tradición, solo puedes saltarla… si naciste almonteño.

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