«Pascualete», la joya familiar de los Romanones

El nombre de Pascualete proviene de un niño de 10 años, hijo del dueño de estas tierras y víctima de una guerra de clanes entre las dos familias principales de Trujillo, que duraría dos siglos. Era finales del siglo XIII. «Pascualete» ahora es una finca de caza y una moderna explotación quesera bien gestionada por el segundo hijo de Aline Griffith y actual conde de Quintanilla, Luis de Figueroa, y su hijo Juan de Figueroa Sayn-Wittgenstein-Sayn . Además de criar ovejas merinas y burros, se comercializan distintas variedades de los típicos quesos de la zona, que llevan el nombre de la propiedad. Mucho antes, desde el S. XIII, esta finca de caza, labranza y ganadería perteneció a la familia de los marqueses de Santa Marta, antepasados de los condes de Romanones. Desde Francisco Franco hasta Gracia de Mónaco, numerosos han sido los grandes personajes que transitaron, cazaron y se alojaron en este lugar.

Pocos saben, sin embargo, cómo fue el aterrizaje en Extremadura de Aline Griffith, tras su matrimonio con Luis de Figueroa en 1947. Nos lo contó ella misma en una entrevista concedida a ABC, en la que recordaba fascinada su primera visión de aquel campo y su llegada a una casa semi abandonada. «Eran los años 50, en invierno y de noche; y todos los labradores se encontraban esperándonos con antorchas. Nos contemplaron con enorme curiosidad», recordaba.

Desde hacía un siglo, los propietarios de las tierras no habían aparecido por allí, debido a su lejanía y al mal estado de las carreteras. «Tuve la enorme suerte de conocer Extremadura en los años 50 -continuaba Aline-, lo que vi entonces debía de ser muy parecido a la Europa medieval. El tiempo había quedado detenido. Las hogueras, las chozas de techo de paja donde vivían las familias alrededor del fuego, todos ellos dedicados a las tareas del campo que se realizaban como siglos atrás. Se araba con yuntas, las mujeres cocinaban arrodilladas en el fuego del hogar, las casas se calentaban con braseros y chimeneas... Recuerdo los colchones altísimos y de paja. Y la elegancia de la gente, que vestía al modo tradicional con blusones y sombreros de faena durante la semana, y trajes negros con preciosos bordados artesanos, los domingos».

Pero el progreso llegó muy rápido a esta remota región. Pronto se introdujo la luz y, después, el teléfono, que al principio miraban asustados; también, los tractores. Tanto el conde como Aline Griffith empezaron a frecuentar aquella antigua propiedad, a estudiar sus orígenes y a dotarla de mayores comodidades. «Reformamos la casa con ayuda de Duarte Pinto Coelho . Comprábamos muebles en los anticuarios de Toledo, Córdoba y Salamanca, y todo lo que encontramos fue gracias al buen gusto de Luis, pues yo era un desastre», continuaba. También mejoraron la explotación de la finca, hicieron pantanos y crearon una fábrica de alfombras trayendo tejedores de las Alpujarras para que les enseñara la técnica.

Empezaron a ir cada vez mas a menudo. Semana Santa, fin de año, verano... rodeados de amigos de todo el mundo tan fascinados como el conde y su esposa. «A todos les insistía en que esta casa es una alquería, no un palacio. En ‘‘Pascualete’’ no hay lujo. Decía Luis, mi marido, que aquí en el campo a cualquier montón de piedras ya le llaman palacio», evocaba la condesa viuda de Romanones.