El legado de Michelle Obama tras su paso por la Casa Blanca

La todavía primera dama se ha pasado buena parte de sus años en la residencia presidencial dedicada a bailar. Todo por un objetivo ambicioso: acabar con la obesidad infantil

CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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Michelle Obama viajó el pasado viernes a Los Ángeles para asistir al funeral de su antecesora, Nancy Reagan -fallecida el pasado fin de semana- en la Biblioteca Presidencial de su marido, Ronald Reagan. Obama coincidió en el acto con otras ex primeras damas, como Laura Bush -mujer de George W. Bush-, Rosalynn Carter -mujer de Jimmy Carter- y Hillary Clinton, inmersa en la pelea de llegar a la Casa Blanca por sí misma.

En la semana en la que se celebra a la mujer trabajadora, quizá tuvieron la oportunidad de hacer un corrillo y discutir las vicisitudes que conlleva el cargo de primera dama. Hace décadas que las esposas de los presidente dejaron de ser mujer florero, dedicadas a acertar en su vestuario y dibujar una sonrisa perfecta en recepciones con jefes de Estado.

Rosalynn Carter se colaba en las reuniones del Gabinete del presidente e impulsó campañas a favor de la igualdad de género y del tratamiento de enfermedades mentales; Nancy Reagan fue una asesora personal del presidente, movió hilos, contrató y despidió altos cargos, y promovió la lucha contra el consumo de drogas; Hillary Clinton lideró la reforma sanitaria -que no logró la aprobación del Congreso- durante los mandatos de Bill Clinton y sentó las bases de su carrera política como secretaria de Estado y ahora candidata favorita a la presidencia; Laura Bush se centró en educación y en campañas de salud para las mujeres, como avances en dolencias cardiovasculares.

A Michelle Obama le quedan diez meses en la Casa Blanca para acabar de cimentar su legado como primera dama. Para conseguirlo, no ha dudado en pasar con naturalidad de los vestidos de gala y las joyas a las mallas y camisetas deportivas; del protocolo de las cenas de Estado a participar en bailes con adolescentes y hacer cabriolas de todo tipo. Para cualquiera que se haya dado una vuelta por los colegios de muchas partes de EE.UU., sobre todo en zonas pobres, su objetivo ha sido muy ambicioso: acabar con la obesidad infantil. « Estoy dispuesta a hacer el tonto todo lo que sea necesario para que nuestros chicos se muevan», dijo cuando presentó la iniciativa «Let’s Move», hace casi seis años. Y lo ha cumplido: ha bailado con los personajes de «Barrio Sésamo», se ha echado al suelo del plató de Ellen DeGeneres para hacer flexiones, ha jugado al «hula hoop» y a las carreras de saco en el jardín de la Casa Blanca, ha pegado puñetazos de «kickboxing» ha coreografiado «bailes de madres» en el «late night» de Jimmy Fallon, ha hecho ejercicio con los protagonistas de un «reality» sobre pérdida de peso… Para acercarse al público más joven, se ha convertido en una experta en redes sociales (su vídeo en Vine cantando a un rábano se ha visto casi cincuenta millones de veces) y ha colaborado con estrellas de Instagram o Snapchat para vocear sus mensajes.

Esa es la cara amable de sus campañas. En los despachos, ha conseguido avances legislativos -regulaciones para incluir alimentos más sanos en los comedores escolares- y, lo que es más importante, ha atraído al sector privado. Michelle Obama ha establecido alianzas con grandes cadenas de alimentación -como Wal-Mart- para que reduzcan los niveles de sal, azúcar y grasas en sus productos. El gigante de los supermercados se comprometió a rebajar el nivel de sal en un 25%, el de azúcar en un 10% y eliminar todos los productos con grasas trans.

En el plano internacional, sus mayores esfuerzos se han centrado en la educación de las niñas. «Let Girls Learn» es la iniciativa que lidera desde el año pasado para proporcionar estudios a las 62 millones de niñas en todo el mundo, la mitad de ellas adolescentes, que no están escolarizadas.

Políticas duraderas

Sobre todo en su cruzada contra la obesidad, la primera dama ha conseguido así el objetivo que se marcó cuando puso el pie en la Casa Blanca: lograr cambios importantes para la sociedad y que no sean políticas que se esfumen cuando haga las maletas antes de salir de la residencia presidencial. « No quiero solamente que me metáis en avión, me mandéis a algún sitio y me hagáis sonreír», requirió a su equipo al llegar al número 1600 de la avenida Pensilvania.

Obama -que en el trayecto final de su estancia en la Casa Blanca también ha emprendido grandes esfuerzos por mejorar las oportunidades educativas de la minoría negra- no ha dejado de predicar con el ejemplo: impulsó la célebre huerta orgánica de la Casa Blanca, hace ejercicio cinco días a la semana y ha desterrado los postres en su hogar al fin de semana. Y, cada vez que puede, mordisquea zanahorias en público. Habrá que ver si su compromiso con la salud infantil y la educación es la primera piedra para una carrera política cuando deje la Casa Blanca el próximo enero.

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