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Fleet Street - ABC

El día que Fleet Street dejó de teclear

La calle londinense que durante dos siglos fue sinónimo de prensa pierde a sus dos últimos periodistas

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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«Es asombroso. ¡Ves a la gente en Fleet Street comiendo ensaladas saludables!, en vez de una pinta junto a un plato de patatas fritas. Realmente esto ha cambiado». El rubio periodista galés Gavin Sherriff, de 54 años, llegó siendo un pipiolo de 22 a trabajar a Fleet Street, la calle londinense de la prensa (también apodada «La Calle de la Vergüenza»). Recuerda unas redacciones envueltas en humo, «donde era raro que el teléfono funcionase bien a la primera». Evoca un universo donde se trasegaba mucho más alcohol que agua, «con montones de camiones de bobinas de papel y pubs siempre llenos de periodistas e impresores».

A Sherriff, redactor-jefe en la delegación de Londres del diario escocés «Sunday Post», le ha tocado el melancólico trago de ser el último mohicano y bajar la persiana en Fleet Street, cuyo nombre todavía es hoy sinónimo de prensa en Inglaterra.

Su periódico se lleva a Escocia a sus dos últimos redactores en Londres. Ya no queda un solo periodista en la vía donde en 1702 nació el primer diario inglés, el «Daily Courant».

Algunas fachadas conservan los evocadores rótulos de antaño con nombres de diarios y clásicas agencias de prensa. Pero los inquilinos son otros. Las oficinas art decó que ocupaba el «Telegraph» son hoy de Goldman Sachs. La antigua redacción del «Daily Mirror» sirve de cuartel general de los supermercados Sainsbury’s. Uno de los pubs conspirológicos de los plumillas, muy apropiadamente llamado La Puñalada en la Espalda (Stab in the back) se ha devaluado en un Pizza Express. Perdura el clásico El Vino, llamado así, en español. Era el más tribal de los bebederos de la prensa. Las mujeres no pudieron hollarlo hasta 1982, cuando una periodista ganó en tribunales el derecho de admisión. Hoy, ya lánguido, acoge a abogados y a algunos turistas curiosos.

El declinar de Fleet Street como fortín de la prensa lo firmó el australiano Rupert Murdoch, cuando en 1981 se llevó sus diarios («The Times», «Sunday Times», «The Sun» y el desaparecido «News of the world») a un nuevo edificio de News Corporation en Wapping, al Este de Londres, por entonces todavía fabril. El resto de los editores lo imitaron, buscando espacios más cómodos y por intereses inmobiliarios. En 1988 los grandes medios ya habían volado de Fleet Street. El periodismo perdió pulso callejero. A cambio, se volvió más profesional, con horarios y hábitos más reglados, y también más telefónico (hoy a veces ni eso, bebe directamente de Google).

Fleet Street , de origen romano, arranca en el Strand, pasada la gran corte de justicia, y lleva hasta la catedral de San Pablo y la City. Con periodistas o sin ellos, es un paseo palpitante para quien ame la historia. Se puede arrancar en un pub lleno de solera, enorme y lujoso, que ocupa lo que fue en su día la primera sede del Banco de Inglaterra. A unos pasos aparece el edificio medieval conocido como Prince Henry’s Room, uno de los pocos que se salvaron del incendio de 1666 y donde Carod Rovira, en un gesto de arrogancia nacionalista, instaló en 2008 la pseudo embajada de la Generalitat en Londres. Allí sigue, pese a los problemas presupuestarios de la comunidad.

Justo detrás de la «embajada», pasando por un evocador callejón, se encuentra la Temple Church, iglesia templaria donde Dan Brown situó una escena estelar del «Código Da Vinci».

El propio edificio que ahora abandona el «Sunday Post» alberga una truculenta leyenda. Se fabula con que allí estuvo la barbería del asesino victoriano Sweeney Todd, psicópata al que encarnó Johnny Depp en la película musical del excéntrico maestro Tim Burton. Todd rebanaba el gaznate a sus clientes y luego elaboraba pasteles con sus restos.

La ruta debe completarse en las grutas del Old Ye Olde Cheshire Cheese, un pub cuyos orígenes se rastrean en el XVI. Es obligada una pinta a la sombra del retrato del gran Dr. Johnson. El extraordinario lexicógrafo y ensayista mantenía allí unas tertulias beodas y sin fin con sus ilustres amigos, gente como el pintor Reynolds (que solía pandar con la factura) o el afamadísimo actor David Garrick. El Doctor Johnson, que era un hacha para los aforismos, dejó algún consejo que bien valdría para el periodismo contemporáneo: «Se puede tener como compañera a la fantasía, pero se debe tener como guía a la razón».

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