Mariano Rajoy en una rueda de prensa en el palacio de la Moncloa
Mariano Rajoy en una rueda de prensa en el palacio de la Moncloa - Eduardo San Bernardo

Rajoy, gobernar a los 60

El viernes, el presidente abandonará la cincuentena. Acaba de pasar un examen médico general en un hospital de Madrid que ha dado buen resultado

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Treinta de agosto de 2014. Mariano Rajoy está en Bruselas. No hay tiempo para hacer cardio. Ni en la cinta del hotel ni por las calles lluviosas de la capital europea. A Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, no se le ha ocurrido otra cosa que convocar una reunión en los estertores del verano español para nombrar a su sucesor, el primer ministro polaco. Para ser presidente del Gobierno español hace falta método. Lo dice Rajoy. Que es como decir disciplina. Por eso se lamenta de que en tres ocasiones durante 2014 tuviera que romper su rutina deportiva: primero fue el 1 de enero, día en que en Pontevedra, donde descansaba, caían chuzos de punta; luego, el 25 de febrero, cuando el debate del estado de la Nación (el último de Rubalcaba y del reinado de Juan Carlos I) le obligó a estar de buena mañana en el Congreso; y finalmente, la dichosa ocurrencia de Van Rompuy.

Y en estos tres primeros meses de 2015 solo ha esquivado una vez su entrenamiento diario: hace unas semanas cuando el médico le citó temprano para hacerle un chequeo a fondo. Le dijo que estaba todo «de perlas». Un buen título para encarar el año en que Mariano Rajoy Brey cumplirá 60 años. Lo hará el próximo viernes 27. A poco que se descuide, soplará las velas con el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, con el que compartirá un acto político esa tarde, cinco días después de que Andalucía decida nuevo Gobierno.

A las siete suena el despertador

Minutos antes de las siete suena el despertador en Moncloa. Arriba y a la cinta. Solo si es fin de semana, Rajoy corre por los jardines del Palacio. Cuarenta minutos sin descanso que se traducen en buena musculatura y pocos kilos: el pan ni lo toca y de los postres ni hablar. Queda un cuarto de hora escaso para la ducha. Y a las ocho de cada día, la familia está sentada a la mesa. Mariano (15 años), un amante de la vela, y Juan (9 años) se reúnen para desayunar con sus padres. La escena se repetirá como un calco a las nueve de la noche. Hora de la cena. El padre, salvo que esté de viaje, no se pierde jamás el momento. Padre tardío, a Rajoy le separan de su hijo mayor 45 años, los mismos que él tenía cuando Aznar le nombró vicepresidente. ¿Hay momento para que Rajoy y su esposa, Elvira Fernández, se escapen al cine o al teatro en Madrid? La respuesta es un no rotundo. Mejor en Pontevedra. Allí las cosas son más fáciles. Es como si uno paseara por su infancia. En aquellas calles, Rajoy se siente Mariano, el hijo de Mariano y Olga, y el nieto de Enrique, uno de los redactores del Estatuto de Autonomía gallego.

Sus amigos de aquella etapa son sus amigos de ahora. La cafetería «Daniel» era su base de operaciones. Todavía recuerdan sus compañeros de juventud el día en que José Luis Barreiro Rivas le fichó para la vieja Alianza Popular. Tampoco olvidan allí cómo, hace justo un año, el mayor de los hermanos tuvo que enterrar al más chico, Luis (el único que no se hizo registrador), en el cementerio de San Mauro. La mala suerte hizo coincidir el fallecimiento con el 59 cumpleaños del presidente. Ni un puro se ha fumado desde entonces. La enfermedad de su hermano le hizo cambiar sus hábitos. Fue un mazazo.

Ha pasado las de Caín

Hoy hace 1.185 días, exactamente tres años y tres meses, que Rajoy se convirtió en el sexto presidente de la democracia. Esto ha sido muy duro, repite. Ha pasado las de Caín, que es otra manera de contarlo. Montado en la montaña rusa más convulsa de nuestra democracia, su mandato ha visto cambiar a un Rey, driblado a la parca en forma de rescate y, en los postres de la legislatura, cuando el DNI chivato marca el cambio de decenio, contempla lo que le faltaba a España: el sistema bipartidista se cuartea. El PP y el PSOE agitan el árbol de la corrupción, el descrédito y la crisis, y Podemos y Ciudadanos recogen las nueces. Qué tiempos los de Rubalcaba, cuando el Estado pudo poner en sus manos, como en las de Rajoy, el secreto de la Corona. Desde entonces, en Moncloa le echan de menos y el bipartidismo que tanto le gusta al jefe del Gobierno, no ha levantado cabeza. El presidente no acaba de cuajar con Pedro Sánchez. Hace un mes le sacó de sus casillas gallegas. Y luego está Susana Díaz, que le visitó en Moncloa como presidenta, pero le sacudió sin descanso desde la sala contigua de su despacho.

A sus 60 años tiene edad para ser el padre de Pablo Iglesias y de Albert Rivera. Al primero nunca lo ha visto en persona y con el segundo, seguro que ha coincidido en algún sarao político pero reconoce no tener el gusto. Mañana sabrá si las encuestas aciertan en Andalucía; si es verdad que ambos se cuelan en el tablero político y que las dos grandes formaciones se desangran. Que España va a ser de cuatro partidos. Luego vendrán las autonómicas y municipales y antes de que acabe el año, las suyas. Un colaborador cuenta cómo cuando tuvo que tomar en julio de 2012 las medidas económicas más duras de la legislatura (entre otras, quitar la paga extra a los funcionarios o subir el IVA) dijo en privado: «Si tengo que volver a adoptarlas, me voy». Fue un jueves de la canícula madrileña de hace casi tres años. «Unos cuantos listos», como relatan en privado algunos asistentes, se sentaron alrededor del «jefe» para ver qué se hacía. En el cajón de la cocina de Moncloa, Zapatero le había dejado un presente que quemaba en las manos: el Estado se gastaba 90.000 millones más de lo que ingresaba. Y eso que se lo advirtió a su antecesor el día en que le visitó antes de aquel otro aquelarre de mayo de 2010, cuando hasta Obama leyó la cartilla a Zapatero. «José Luis, ten cuidado con el déficit», le dijo Rajoy.

Volverá a presentarse

A él ya no le riñe Merkel. Cuando le apretó las clavijas del déficit, tuvo que decirle a la canciller algo parecido a esto: si me pides que baje quince kilos, no me puedes exigir que los pierda en una semana. Era cuando muchos le reclamaban que pidiera el rescate. Un día, le fueron a ver el economista de Ciudadanos, Luis Garicano, junto a Guillermo de la Dehesa. Su único objetivo, que Rajoy solicitara la intervención. Dijo que no.

Curiosamente, los que regañan ahora al presidente son dos populistas. Nicolás Maduro y Alexis Tsipras. El primero le ha llamado franquista hace unos días; el segundo no le perdona que durante la campaña griega apoyara al exprimer ministro Samaras. Con quien mejor se lleva en Bruselas es con François Hollande, un «tipo estupendo». Él puede contarle qué se siente a los sesenta. Los cumplió el pasado verano, como Merkel. Los tres forman parte del club de los gobernantes sexagenarios. A larga distancia les siguen Valls (52), Cameron (48), Renzi (40) y Tsipras (40). A Rajoy le espera Doñana en Semana Santa para celebrarlo. Y después, antes de que acabe el año, las generales. Porque dice que se presenta.

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