El Reina Victoria cumple cien años

El histórico teatro, propiedad del actor Carlos Sobera, ultima los preparativos para conmemorar su centenario

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«Todos los comentarios eran unánimes en ensalzar la belleza y buen gusto del nuveo coliseo, inaugurado anoche brillantísimamente, con asistencia de la Familia Real; lo elegante y versallesco de la decoración, de alegres y claras tonalidades; la esplendidez de luz, dispuesta con simpática refracción, que destaca en los palcos con suaves matices envolventes los bustos de las damas; la comodidad de las localidades, aun las más modestas, desde las que nada puede escapar a la vista de lo que ocurre en el escenario, y otros mil detalles reveladores de una exquisita distinción. La sala perfumada –esto de que un teatro huela bien ya es digno de aplauso–, la grata sorpresa que disfrutó el público al ver durante el primer entreacto que como una media naranja se abría la claraboya, y el aire fresco de la noche renovaba en un instante la temperatura; el rígido funcionamiento del telón metálico, blindado como un crucero, y otras cosas que el público admiró, demuestran que en el teatro de la Reina Victoria todo se ha previsto y dispuesto con la mayor eficacia».

Así comenzaba la crónica publicada en ABC el domingo 11 de junio en la que se recogía la noticia de la inauguración, la noche anterior, del teatro Reina Victoria, uno de los escenarios emblemáticos de Madrid, que el próximo viernes, por tanto, cumple cien años de vida. Y lo hace con un flamante y popular nuevo propietario: el actor, productor y presentador de televisión Carlos Sobera, que hace adquirió el coliseo hace un par de meses por una cifra cercana a los siete millones de euros. «El teatro Reina Victoria siempre me ha tenido enamorado, siempre me ha parecido precioso», ha dicho Sobera, que el miércoles presentará sus planes con respecto al teatro, así como las celebraciones de su centenario».

Como cuenta Augusto Martínez Olmedilla en su libro «Los teatros de Madrid» (1947), a raíz del triunfo que tuvo José Juan Cadenas en el teatro Eslava con «la explotación de las operetas vienesas que iniciara “El conde de Luxemburgo” surgió la posibilidad de construir un teatro nuevo, coquetón, céntrico». El solar elegido para levantar el nuevo teatro se encontraba en la carrera de San Jerónimo, a pocos metros del Congreso de los Diputados y muy cerca también de la Puerta del Sol».

Los pormenores de la construcción del teatro se explicaban también en la mencionada crónica: «Dibujó los planos del teatro de la Reina Victoria el insigne arquitecto D. José Espelius; construyó la obra hombre tan entendido en estos menesteres como Luis Navarrete; ha dirigido el decorado, la instalación de luz y el mobiliario Fernando Viscai. Todos los oficios están representados por maestros afanados que han querido rivalizar en actividad. La casa Jareño se ha encargado de toda la obra de hierro; la armadura, el escenario, el telón metálico, la gran cúpula movible que corona el escenario y deja al descubierto la sala. La pavimentación de galerías y vestíbulos ha sido construída por la casa Diego Lozano. El teatro de la Reina Victoria consta de 32 palcos, decorados con gran originalidad; 400 butacas de platea y 125 butacas de palco; anfiteatro principal y segundo. En total, unas 1.000 plazas».

Poco queda ya de la decoración original del teatro en que, según la misma crónica, «el telón de boca, el bambalinón del escenario y los bastidores de ropa son de damasco valenciano, con grandes bordados en tisú de plata». «Las colgaduras de los palcos -seguía-, así como los guardamalletas que decoran la sala y el escenario, son de damasco también. Toda la obra de tapicería se ha hecho en en la Real Fábrica de Tapices». La novedad principal era el techo, que podía correrse, dejando la sala al aire libre. Sí se mantiene la fachada, en la que destacan los mosaicos fabricados en Talavera de la Reina y las espectaculares vidrieras realizadas por Casa Maumejean.

El primer desnudo

Propiedad –desde su construcción y hasta la compra de Sobera– de las familias Folguera y Martín Laborda, su primer empresario fue José Juan Cadenas, dramaturgo, periodista (fue correponsal de ABC en París y Berlín) y protector de una de las grandes cupletistas de la época, La Fornarina. Tras su inauguración con la opereta «El capricho de las damas». Los espectáculos musicales –operetas, revistas y zarzuelas (allí se estrenó, por ejemplo, «Don Manolito», de Sorozábal)– ocuparon los carteles durante los primeros años. Derivó después la programación del teatro hacia la alta comedia. Recuerda Antonio Castro, cronista de la Villa, allí se produjo en 1920, según la rumorología teatral, el primer desnudo femenino visto en un escenario madrileño. Otro desnudo, el de Victoria Vera en la obra «¿Por qué corres, Ulises?», de Antonio Gala, uno de los hitos de la Transición, también sucedería en este escenario.

Durante los últimos veintiséis años, el Reina Victoria –que durante la segunda República perdió el «Reina» de su nombre, y de octubre de 1936 hasta el final de la guerra civil fue rebautizado como teatro Joaquín Dicenta– ha sido gestionado por uno de los grandes empresarios de nuestro teatro: Enrique Cornejo. Tomó el relevo de Francisco Muñoz Lusarreta. «Durante mi etapa –recuerda Cornejo– se hizo de todo: comedias, revista, zarzuela, monólogos... Hasta ópera. Fue el hogar durante años de Arturo Fernández. Y también acogió presentaciones de libros o cenas sobre el escenario».

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