Una mujer pasea frente a Embassy, ayer en Madrid
Una mujer pasea frente a Embassy, ayer en Madrid - INMA FLORES

Los motivos del cierre de Embassy

La emblemática confitería y salón de té de la Castellana bajará la persiana 86 años después de su apertura, en 1931

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El sentir es unánime. Nadie esperaba el cierre de Embassy. Al menos, de su sede original, ubicada en el número 12 del Paseo de la Castellana. «Parece mentira que esto, que ha sobrevivido a una guerra, se vaya a acabar por lo que se va a acabar...», murmullan los empleados, recurrentemente preguntados por los fieles clientes que, tras conocer la noticia y para no llevar la contraria, tampoco dan crédito.

Huele a queso y embutido, el restaurante sigue repleto, abajo está la bodega y frente a frente con quien entra, no fallan los clásicos emparedados, la primera imagen que se lleva todo aquel que cruza el umbral de la puerta. Jesús Ángel Domínguez, consciente lo que pasa, acaba de encargar 24 emparedados, que los dependientes le sirven con gusto.

«Ahora hay que hacer acopio», bromea el cliente, que no sabe, igual que los empleados, el día que cerrará de forma definitiva el establecimiento. Algunos pronostican que será a fin de mes, otros que se puede alargar hasta mayo. De lo único de lo que están seguros es que, según confirman varios de ellos a ABC, la clausura de la sede original de Embassy dejará en la calle a «58 personas y supondrá la recolocación de otras 40» en los tres locales que la firma conservará en diferentes puntos de Madrid.

La empresa, en un comunicado difundido a los medios, explica que actualmente se encuentra inmersa en un proceso de estudio de las diferentes fórmulas empresariales «que permitan hacer viable» la supervivencia de la compañía. En el comunicado en ningún momento se menciona el cierre del establecimiento, del que sin embargo sí que son plenamente conscientes los empleados, quienes están citados a una reunión con Embassy en las próximas semanas, encuentro fijado en principio para el 24 de marzo.

No habrá traslado

El motivo del cierre, según ha podido saber este diario, responde a los elevados costes de alquiler ante los que tiene que responder Embassy por desarrollar su actividad en el emblemático local donde comenzó su andadura, de la mano de Margarita Kearney Taylor, en 1931. En el comunicado, de hecho, la firma especifica que la «crisis económica ha contribuido a que la empresa esté buscando cambios en el modelo de negocio».

Una vez quede certificada la clausura del salón de té de Castellana, Embassy continuará ofreciendo servicio en sus otros tres locales: el situado en la calle Potosí de la capital, el establecimiento de La Moraleja y el de Aravaca. La presencia de estas otras sucursales de la prestigiosa firma, unida al reconocimiento por parte de la empresa de que la crisis económica ha hecho mella, apuntan a que el local de Castellana 12 no encontrará un nuevo acomodo en las proximidades, una tesis que respaldan hasta los propios empleados.

Sus emparedados continuarán existiendo, pero ya no será lo mismo. La aristocracia madrileña, puntual clienta de este lugar con aroma y formas de antaño, pierde uno de sus espacios predilectos del que ayer, para no perder tiempo, ya comenzaron a despedirse sus selectos parroquianos; los mismos que han protagonizado encuentros, charlas y confidencias en el mismo lugar donde otros clientes, algo menos anónimos pero igual de discretos, certificaron numerosos tratos comerciales y acuerdos políticos.

Refugio para perseguidos

Entre todas las historias de Embassy, al menos entre las conocidas, destaca una, ligada con los primeros años de andadura del salón de té. Si el local abrió en 1931, la II Guerra Mundial estalló en 1939 y, con ella, la persecución nazi contra los judíos. Frente a esta tesitura, el local que se afanó en acercar Londres hasta un céntrico rincón de la capital española se convirtió en un reducto salvador para los judíos que huían de la Gestapo y las SS nazis.

Kearney Taylor, junto al embajador británico Sir Samuel Hoare, convirtió su local en un refugio para paliar la persecución sufrida por todo aquel que fuera contrario a los intereses nazis. El sótano de Embassy, donde se hallaba un horno para la elaboración de los pasteles de la confitería, cobijó entonces a miles de indocumentados que recibían atención, comida y algo de dinero para poder sobrevivir.

Se calcula que la embajada británica gastó más de 1.000 libras al día para acometer tal empresa, que eventualmente fue interrumpida por culpa de varios cierres del local. Entonces, el ánimo de Margarita, irlandesa de elegante pero firme apariencia, no se arredró. De ese talante, justamente, se acuerdan hoy esos empleados que no comprenden, con las dificultades que allí se han vivido, la inminente clausura de Embassy.

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