Más de 500 «sin techo» duermen a la intemperie en las calles de Madrid

El número de personas sin hogar en la capital asciende a 2.217. El 69% pasa la noche en centros y pisos, el 7% en guetos y el 24% en plena calle

Un asentamiento ubicado en la plaza de la Luna DE SAN BERNARDO
M. J. Álvarez

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Le llaman Eugeni, tiene 58 años, es alto, fuerte y lleva consigo a todas partes una maleta roja. A pesar de que hace un frío que pela, no lleva mucha ropa de abrigo ni siquiera guantes. No en vano es ruso. Por su aspecto podría confundirse con los turistas y los transeúntes que pasean por la Gran Vía si no fuera porque todas las noches se instala unas horas junto a uno de los pocos teatros que quedan ahí. Este hombretón, con su anorak desabrochado, acostumbrado a bregar en mil batallas desde trabajar en una plataforma petrolífera, a conducir un trailer y a talar árboles, ahora afronta otra:la de vivir en la calle. Sus pertenencias caben en la maleta donde lleva un saco de dormir y una muda.

Tras abandonar su país por problemas personales que prefiere que obviemos, dio el salto a Portugal, donde estuvo once años trabajando de maderero, oficio que añora. Hace un lustro se mudó a España y la escasez de trabajo, unida a la quema de su coche y su caravana le abocó hace dos años a esta situación. No bebe, no tiene ninguna adición ni problema mental alguno, pero es una de las 2.217 personas que carecen de hogar en Madrid , según el último recuento bianual realizado por el Ayuntamiento de Madrid en 2016. De esa cifra, el 69% pernocta en pisos y centros, e l 7% en asentamientos y el 24% restante en plena calle . La mayoría, en el Centro (34,7%).

«He corrido y he parado»

Eugeni es uno de los 524 «sin techo», la cifra más baja desde que se iniciara este conteo en 2004. Para Darío Pérez, responsable del Samur Social, la salida de la crisis ha contribuido a ello al haber hallado emploo personas en situación de precariedad.

El penúltimo recuento de 2014 arrojó un total de 1.905 almas sin vivienda, de las que 764 pernoctaban a la intemperie . Hay que tener en cuenta que cuando se hizo el último, hace un año llovía, una circunstancia que contribuyó a rebajar esta última cifra. Con todo, en este periodo los extranjeros han crecido en 12,2 puntos, hasta alcanzar al 63,2%, mientras que por nacionalidades, la rumana, que representaba a la mitad de los inmigrantes, ha pasado a ser el 39,6%. Se ha marchado a Francia, Inglaterra o su país. La mayoría son varones, solteros y en la cuarentena. El 31% trabaja sin contrato, el 42% pide limosna y el 63% culpa de su situación al desempleo.

Eugeni asegura tener muchos amigos. « Menos el Rey, todo Madrid me saluda », bromea. A su pies, un cartel, resume su devenir. «Perdido trabajo. Perdido casa. Todo.Por favor, ayúdame». Y lo hacen. «Lo camareros me dan comida y vecinos y comerciantes ropa». Él les ayuda a cargar y descargar mercancía. No acude a comedores sociales ni le gustan los albergues. En unas horas recogerá sus escasos bártulos y se trasladará al banco en el que duerme. «No pido mucho. Un trabajo de maderero. Si quieres mucho, tienes muchos problemas; si quieres poco, tienes pocos. Yo antes corría y corría. Ya he parado», asevera. Educado, culto y y amante de la lectura –«de los periódicos que me facilitan en el hotel de al lado»–, se queja de que no encuentra libros en su lengua. «Tengo una amiga rusa, le pediré alguno para ti», le dice Angie, voluntaria de la parroquia de Nuestra Señora del Sagrario. Acepta los plátanos y el bocadillo que le ofrece ella, junto a Alma y José.

«¿Qué que me gustaría? ¿Tiene que ser solo una cosa? –ironiza–. Hacer magia y tener la varita de Harry Potter o ser el pez dorado», una leyenda de escritor Alexander Puchkin que evidencia que la avaricia rompe el saco, indica Eugeni. Le dejamos atrás, junto al lugar donde se representa «El Rey León», toda una metáfora.

«Sólo he cotizado 12 años»

Arrebujado entre dos mantas para protegerse de las gélidas temperaturas está Patxi, de 61 años. Levanta la cabeza cuando Eduardo, de 20 años, deposita una hamburguesa entre sus pertenencias. «No me gusta dar dinero porque no sé en qué lo van a gastar si en bebida, drogas..., prefiero ofrecer comida, aunque a veces la rechazan», indica. No es el caso. Patxi derrocha lucidez mezclada con ligeros desvaríos. «Estuve hablando con Rajoy y le dije quién era el partido que gobernaba en realidad», precisa. «He recorrido casi toda España en los 20 años que llevo en la calle. Solo he cotizado 12 y cobro una pensión no contributiva de 500 euros . Me gustaría encontrar una habitación y hacer mi vida, pero no hay manera», relata.

«Me han dado dos vasos de café y un paquete de galletas», explica al grupo de Solidarios para el Desarrollo que hace todos los martes la ruta de Plaza de España, Gran Vía, plaza de Soledad Torres Acosta y Jacinto Benavente, cuando se acercan y le ofrecen caldo, cola-cao y lácteos que no rechaza. Tras hablar de las catedrales españolas, cambia de tercio. «¿Queréis que os cante?», les dice. Y escoge dos canciones de Mecano:«El Amanecer» porque «es preciosa» y «Hoy no me puedo levantar»: «Burbujas que suben y después se vaaan!... esta es muy bonita para el Año Nuevo», explica.

Estos voluntarios son expertos en hacer brotar sonrisas a los «sin techo» «Hablamos con ellos y mantenemos una relación de igual a igual», precisa Candela, de 20 años, estudiante de Trabajo Social. «Llevo tres años haciendo esto y el día que no puedo lo hecho de menos». Rosa es profesora y la más veterana: lleva siete. «No me parece tan difícil acabar en la calle. Esta una gran escuela de aprendizaje», agrega, Entre la iluminación de Navidad y los carteles incitando al consumismo, la imagen de estas persona excluidas chirría más que nunca, aunque muchos parezcan ignorarles. «El problema no es que ahora haga frío, la cuestión es que están en la calle», subraya Rosa.

Muchas vidas en una

Es el caso de Juan. Tiene 53 años y una discapacidad visual del 85% por un accidente laboral en su época de cocinero, revela. Era en su otra vida. En esta lleva 14 meses en la calle después de trabajar un año para la ONCE hasta que acabó el contrato. Su mujer y sus dos hijos, de 4 y 13 años, están entre cuatro paredes gracias al favor de una conocida. «Solo durante un mes», recalca. Él solo pide un empleo o comida que guarda para sus pequeños. Es diabético pero apenas se cuida, con el consiguiente riesgo para su vista. «Ayudadme por favor. Quiero un empleo», repite una y otra vez. Los lametones de su perra Ronda parecen ser lo único que le hacen cambiar su gesto serio y preocupado. Cerca, en la plaza de Soledad Torres Acosta se encuentra Enrique, de 65 años. Esta haciendo una barrera con sillas, detrás de la cual hay varios colchones. Ahí malvive, en un soportal sucio y mugriento, con «un hombre-mujer, ya sabes». Este superviviente, que se autodefine como artista, resume así su situación. «Yonki mal curado, borracho asegurado». Agrega: «Estuve en Torregrosa, Los Pitufos, La Celsa y desde hace tiempo soy "el poeta de la Gran Vía"», refiere.

No miente. «Te regalo mi poesía», es el cartel que exhibe para ganarse la vida. Elige varias al azar y las recita de memoria. «Me duelen las pestañas de escribir. Cómo puede ser que con el pedo que llevo me cunda y recuerde tanto», se carcajea. Bajo el paso elevado, en la calle de Bailén, varias gitanas rumanas han montado su «dormitorio». Son otro perfil.

«La exclusión no es el resultado de la precariedad sino de una suma de factores como la soledad, el abandono, las adicciones o los problemas mentales, unido a la carencia de redes de apoyo», recalca el responsable del Samur Social, Darío Pérez. « Conocemos el mapa de la realidad de la calle, por eso hay programas diseñados y personalizados para lograr la reinserción de estos sujetos , aunque el proceso sea largo y complejo»

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