Los edificios de los extremos, el 127 y el 133
Los edificios de los extremos, el 127 y el 133 - RAFA ALBARRÁN
Prostitución

Los dos edificios-burdeles que traen de cabeza a los vecinos del Paseo de las Delicias

Funcionan las 24 horas del día y las chicas se asoman a los balcones para captar clientes

MADRID Actualizado: Guardar
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«Nunca te acostumbras, por más tiempo que este lupanar lleve junto a nuestras casas». Eso dice Manuel, un vecino ya jubilado del barrio de Delicias, en el paseo del mismo nombre, enclavado en el distrito de Arganzuela. Alude a los dos edificios dedicados al negocio del sexo. Uno, el situado en el número 127, lleva funcionado por lo menos 15 o 20 años. El negocio debe de funcionar tan bien, que en los últimos años lo han ampliado y han abierto otra «sucursal» al lado, en el 133, donde habitan un par de familias; el resto son burdeles abiertos las 24 horas. «Deben de aguantar porque no les queda otra», indica Manuel.

En cada vivienda puede haber en las horas de mayor demanda, las nocturnas, de cuatro a seis chicas, lo que se traduce en más de un centenar en este particular «mini-barrio rojo» de Madrid, según las fuentes policiales consultadas por ABC.

La única salvedad es que, en este caso, los lupanares no están en horizontal -con sus visibles en escaparates-, sino en vertical; desde los balcones se asoman ellas para llamar la atención de los potenciales clientes cuando están ociosas.

La situación es conocida por todos los residentes de la colonia Pico del Pañuelo, situada entre la plaza de Legazpi y la de la Beata María de Jesús. Aún así, no falta la publicidad: «¿Te lo quieres pasar bien un ratito? ¿Cómo te gustan las chicas? Sube, hay de todo», invitan varios jóvenes que trabajan para los proxenetas a los hombres que pasan por la zona. Son latinos y suelen estar en la calle intentando captar clientela o vigilando desde la acera de enfrente.

El control es la tónica dentro y fuera de los dos inmuebles, que se caracterizan por tener los portales abiertos de par en par, invitando a entrar. El más antiguo, situado en el número 127 del paseo de las Delicias, es feo y gris. Después de traspasar los inservibles buzones, un grupo de jóvenes, luciendo piernas y escotes, se liman las uñas sentadas en taburetes, con la puerta abierta y las paredes de colores recién pintadas. Saludan con naturalidad. Todas están a la vista, para que el cliente de sexo de pago barato elija. Son las más jóvenes y atractivas.

Latinas, rusas y asiáticas

Hay tres pisos por planta y, en la primera, la falta de luz acentúa el lúgubre ambiente. Las conversaciones cruzadas y el trasiego en dos de ellos contrastan con el silencio del otro, que luce un cartel que indica la procedencia de sus «inquilinas» de nacionalidad china. La situación se repite, con ligeras variaciones, sobre todo, en las edades, que van aumentado como la altura.

Son las tres de la tarde y la mayoría de chicas están de pie, esperando al cliente. Sus acentos son diversos, como quienes se lucran a su costa. Proceden de Colombia, Ecuador, Rumanía, Rusia... La mezcla de nacionalidades es chocante, pero hay un nexo: todas ellas están sometidas a un régimen leonino, controladas por las mafias, que les arrebatan el grueso de las ganancias que obtienen, explican a ABC fuentes policiales.

Si cobran 20 euros por un completo, deben pagar a sus explotadores (en muchas ocasiones sus supuestos "novios") entre 8 y 12 euros por la habitación al día, y se quedan con el resto. Ese es el régimen para las que acuden a estos burdeles verticales, donde son explotadas sexualmente durante horas. Las que viven ahí y están «fijas» pagan mucho más.

Al descender las desvencijadas escaleras se oyen retazos de conversaciones y se observan escenas robadas: «Ayer, uno me dijo que le atara, nunca lo había hecho. ¡Esto es un puterío, ¡a ver qué te has pensado, "mija"!», se escucha decir después, mientras en un pasillo un chico con una bolsa muestra ropa a una joven interesada en una prenda. En el portal, un viejo desdentado, apestando a alcohol, entra y masculla algo ininteligible. Aunque parece que nadie vigila, al salir, cuatro sujetos surgen, de pronto como de la nada, de un local aledaño y no cesan de mirar. A pesar de que la presencia policial es constante, sin la denuncia de las mujeres sometidas no se puede demostrar la trata.

«Liquidación brutal de zapatos», reza un cartel situado en el bajo del 127 del paseo de las Delicias. El comercio está cerrado, como gran parte de los que rodean estos lupanares. Tan solo un kebab y dos bares permanecen abiertos, una estampa que refleja la degradación y abandono de este lugar, situado junto a la plaza de Legazpi y el edificio de Matadero. En el inmueble del número 133, de tan solo una vivienda por cada una de las seis plantas, las puertas están cerradas.

Va a más en la zona

«Lo del primer inmueble es un clásico, como la prostitución en Montera; el problema es que esto va a más y, ya no solo hay un segundo caso, sino que proliferan las casas que se alquilan para la prostitución, con el trasiego de gente y los problemas que acarrean, ya que se equivocan y llaman de madrugada a otros residentes diciendo barbaridades», explican María, Matías y Ángel. Dan incluso direcciones: calles de Guillermo de Osma, Divino Valdés, Tomás Bretón, Enrique Trompeta...

Los vecinos más próximos a los prostíbulos no ven nada ni oyen nada: «Sabemos lo que hay, pero son discretos y siempre tienen las persianas o las cortinas echadas». Sin embargo, los que no están tan cerca aseguran, sin tapujos, que «hay gritos, peleas y que, a veces, por las ventanas se ve de todo».

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