Luis Ojea - Cuarderno de Viaje

Prestige: la fuerza de los hechos

La crisis del Prestige es un ejemplo paradigmático de lo que años después empezó a llamarse «posverdad», el arte de la manipulación masiva

Solía decir José María García que «el tiempo es ese juez insobornable que da y quita razones». Quince años después del accidente del Prestige, en efecto, ya ha puesto a cada uno en su sitio. Tanto a los profetas del apocalipsis que sembraron alarma con presagios catastrofistas que la realidad desmintió como a los políticos que trataron de sacar rédito de aquel accidente marítimo.

En realidad, la crisis del Prestige es un ejemplo paradigmático de lo que años después empezó a llamarse «posverdad», el arte de la manipulación masiva. Hubo en aquella época quien se dedicó a construir un relato falaz en el que los hechos objetivos se subordinaban a una torticera apelación a las emociones. Para eso se creó la plataforma «Nunca Máis».

Con soflamas tan pegadizas como insustanciales y carentes de rigor consiguieron durante un tiempo movilizar a mucha gente. Pero los embustes acaban cayendo por su propio peso. Porque es cierta esa máxima que se le atribuye a Lincoln: «puedes engañar a todo el mundo algún tiempo, puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo». Y con el Prestige, efectivamente, la fuerza de los hechos acabó imponiéndose sobre las patrañas.

Manifestación de «Nunca Máis» en 2002 EFE

El tiempo, ese juez insobornable, desmintió a los profetas del apocalipsis. El 3 de diciembre de 2002 se dijo que «arrastreros de Lugo confirman que el pescado ha desaparecido». En marzo de 2003 el fin del paro biológico se tradujo en «capturas espectaculares».

Más hechos. Durante aquella crisis presuntos científicos afirmaron durante meses que «lo peor está por llegar». El 7 de diciembre de 2002 se dijo citando a supuestos biólogos que «las Cíes tardarán 10 años en recuperarse». En noviembre de 2003, menos de un año después, se recogieron más de 250 quilos de percebe en el primer día de campaña en Ons, el lugar de Galicia donde más tarde se reanudó el marisqueo,

Otro ejemplo. El 14 de enero de 2003 se dijo que «el CSIC prevé una importante reducción en las poblaciones de pulpo y calamar». Lo cierto fue que la captura de pulpo alcanzó rendimientos excepcionales tras la reanudación de la actividad.

La tozuda realidad. El 14 de diciembre de 2002 nos despertamos oyendo que Galicia se enfrentaba ese día a «la entrada de la mayor avalancha de fuel». La presunta tercera marea negra. No llegó ese día. Tampoco el siguiente. En realidad, nunca llegó.

En esa campaña de engaño masivo estaban implicados algunos presuntos científicos y también unos políticos desesperados por llegar al poder a cualquier precio. En enero de 2003 Xosé Manuel Beiras calificó en Bueu de «disparate» la decisión de permitir el marisqueo. Carmen Gallego utilizaba el término «temeridad». Touriño eligió la palabra «chapuza». Pero la realidad es que se consiguió volver a la normalidad sin contratiempos significativos ni en los bancos marisqueros, ni en las zonas de pesca ni en los mercados.

Autoridades visitan Muxía en 2002 JAIME GARCÍA

Nunca les importó faltar a la verdad. Y mucho menos utilizar meteduras de pata que siéndolo no tuvieron ninguna incidencia en la gestión de la catástrofe. El 5 de diciembre de 2002 Mariano Rajoy utilizó la desafortunada expresión «hilillos de plastilina». Aquello sirvió para lanzar una inmensa campaña de improperios para denunciar que el Gobierno minimizaba lo ocurrido. De poco sirvió que los técnicos asumieran la paternidad del término. Años después, en 2004, Fiz Fernández, autor de un informe crítico con la administración que Nunca Máis presentó en los juzgados, acabó reconociendo en una entrevista que «lo de los hilillos de plastilina lo acuñamos los científicos». Daba igual. El objetivo era desgastar al gobierno.

Y en ese empeño era crucial generar en la sociedad la sensación de que las administraciones reaccionaran tarde, se coordinaran mal y trataran de ocultar al público lo que estaba pasando. Pero los hechos son los hechos. El Centro Zonal de Coordinación de Salvamento y Lucha contra la Contaminación de Fisterra recibió la llamada de socorro del Prestige a las 15.15 del miércoles 13 de noviembre de 2002. El jueves 14, a las 9 de la mañana, el Consello de la Xunta facultó al titular de Economía para adoptar las medidas financieras oportunas para afrontar la situación que el accidente pudiera generar. Exactamente cuatro horas y media después de tenerse noticia de la posibilidad de que como consecuencia del accidente se produjese un derrame de hidrocarburos. El 22 de noviembre el Consejo de Ministros aprobó por Real Decreto Ley un amplio paquete de ayudas a los afectados. El 12 de diciembre la Consellería de Pesca publicaba una orden de ayudas compensatorias que el Gobierno Central complementó al día siguiente. Es simplemente mentira que se reaccionase tarde. El entonces Ministro de Fomento dijo en Bruselas que «el Prestige es el Chernobil español». Es simplemente mentira que se ocultase la importancia de lo sucedido.

En esa estrategia de manipulación de la opinión pública jugó también un papel esencial el embuste de que fue un error alejar el buque de la costa. Repitieron hasta la saciedad que había que meter el Prestige en algún puerto. Lo que nunca dijeron fue dónde exactamente. Y no lo hicieron porque eran plenamente conscientes del enorme error que hubiese supuesto. Las autoridades de la época estudiaron refugiarlo en la ría de Corcubión, fondearlo en la de Ares y meterlo en los puertos de A Coruña o Ferrol. Los técnicos desaconsejaron esas opciones. Tiempo después las simulaciones y modelos científicos demostraron que, en efecto, alejar el barco fue la alternativa menos mala. La primera marea negra, el vertido inicial, era ya una realidad inevitable. Pero al menos se consiguió minimizar las consecuencias de la segunda, la provocada al partir en dos el petrolero. Su efecto en la costa fue semejante al de una perdigonada. Aumentó el radio de afectación, pero redujo su impacto negativo en cada zona. A efectos de la suspensión de la actividad pesquera se vio afectada el 85 por ciento de la costa gallega. Pero no se incrementó el índice de mortalidad de especie alguna. Si el derrame se hubiese producido cerca de la costa el tramo de litoral afectado sería menor, pero esa zona sufriría un impacto de máxima intensidad.

Protesta de «Nunca Máis» en el primer aniversario del hundimiento EFE

Otra de las paradojas de aquella crisis. El profesor Tom Grigalunas, especialista de la Universidad de Rhode Island, dijo en una visita a Galicia que «en mi país se culpa siempre a la empresa que fleta el barco». Aquí se quiso responsabilizar a la Xunta y al Gobierno. Pero ni la Xunta y ni el Gobierno pusieron un petrolero monocasco con 77.033 toneladas de fuel a 27 millas de Fisterra un día con fuerte borrasca, intensa lluvia, vientos del suroeste con rachas de hasta 110 quilómetros por hora y mar gruesa con olas de 6 metros. Algunos estaban entonces interesados en poner en la picota al Gobierno español. No a los verdaderos responsables de que estuviese operando un buque en ese estado, propiedad de una empresa de Liberia, explotado por una compañía con sede en Grecia, abanderado en Bahamas, fletado por una empresa con sede en Suíza, clasificado en Estados Unidos y asegurado de responsabilidad civil en el Reino Unido. Algunos elevaron entonces a la categoría de mártir al capitán Mangouras. El Tribunal Supremo lo condenó años después.

El tiempo es ese juez insobornable que da y quita razones. Y aquella magnífica campaña de manipulación de la opinión pública acabó tropezando con la realidad. Es cierto que consiguieron engañar durante algún tiempo a muchos. Pero al final, siempre se acaba imponiendo la fuerza de los hechos.

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