Marta Sanz: «El Lazarillo es compatible con Juego de Tronos»

La autora defiende que no hay libro difícil para las nuevas generaciones siempre que se les den las herramientas para entenderlo y analizarlo

Marta Sanz, en una imagen de archivo VALERIO MERINO
José Luis Jiménez

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Bajo el título «Los libros que me formaron como lectora», Marta Sanz (Premio Herralde 2015, finalista del Nadal en 2006) impartió el pasado viernes en La Coruña —invitada por la Fundación Coca Cola— una charla a profesores de instituto en la que quiso aportarles herramientas para acercar a sus alumnos a los libros.

—La actual juventud, ¿lee menos?

—Se lee de una manera diferente. Nos pasamos el día leyendo, pero en pantallas, textos más breves. Se ha perdido la capacidad para entender los textos literarios, que nada es explícito y siempre hay que rascar por debajo. Estamos perdiendo la capacidad para el sentido del humor, para la ironía, los mensajes no explícitos. Desarrollar estrategias de comprensión literaria puede ser algo utilísimo para toda la sociedad en la medida en que así construimos nuestro sentido crítico y nuestro propio disfrute.

—Las lecturas obligatorias. ¿Son un anacronismo?

—Tengo mis dudas. Creo que vivimos en un mundo muy demagógico, en el que todo se da por añadidura, que parece que en la educación nunca hay un desnivel, y en el que está permanentemente puesto en tela de juicio el criterio de autoridad. Pero hay que asumir que en un contexto educativo hay alguien que, en principio, sabe más que tú y al que debes escuchar. No es malo que haya lecturas obligatorias. Con las humanidades se hace mucha demagogia. Estamos muy mal acostumbrados a pensar que todo es negociable en el ámbito de la educación, y no creo que sea verdad.

—¿Leer El Quijote a los 16 no es como meterse un cocido en agosto?

—Puede, pero hay un principio didáctico importantísimo que se nos ha olvidado y no deberíamos para no hacer demasiadas chorradas en la vida, y es el que dice que la dificultad reside en la tarea y no en el texto. No hay texto difícil, hay que hacer el esfuerzo para desarrollar una metodología del aprendizaje de la lectura que pueda hacer asequible y atractivo el Quijote, sin manipularlo, a un alumno de cualquier edad. Ahora que se habla de adaptar los cuentos de hadas para los niños y que no sean machistas o crueles... Los cuentos son lo que son. Lo que tenemos que hacer para ayudar a leerlos es plantear las preguntas que le permitan al lector desarrollar su conciencia crítica y entender cada texto en su contexto. Eso es la didáctica y no una censura a priori que no vale para nada y coloca a lo seres humanos en una burbuja de plástico que les hace no entender lo que pasa en la realidad.

—Para amar la lectura, ¿ayuda ver leer en casa?

—Estoy convencida. Es verdad que no quiero decir que sea imprescindible, porque estoy segura que hay chavales que en su casa no han visto a sus padres leer y luego han sido grandes lectores. No es una condición indispensable, pero ayuda muchísimo. Para mí, fue fundamental que las paredes de mi casa estuvieran forradas de libros, que mi madre fuera lectora y que los libros fueran considerados el mayor artículo de lujo, por encima de cualquier otro mueble u objeto.

—¿Qué hacemos con los clásicos?

—Los chavales pueden disfrutar muchísimo de los clásicos. Sé que estamos transitando de una sociedad analógica a otra digital y eso nos hace replantearnos muchísimo nuestra relación con los libros y el concepto de público o autoría, pero aun viviendo en ese mundo en transformación, en el que la lectura literaria se está convirtiendo lamentablemente en un lujo, yo creo que con las preguntas adecuadas y las actividades bien encauzadas, hay chicos que podrían disfrutar muchísimo del Lazarillo de Tormes.

—¿Es compatible el Lazarillo con Juego de Tronos?

—Claro que es compatible. Lo que no hay que ser es excluyente. Veo con bastante pena es que una cosa se está comiendo a la otra, y me parece lamentable y me lleva a tener un discurso virulentamente analógico. La obligación de los docentes no es reproducir el discurso digital que ya se tiene fuera de las aulas, sino propiciar otro tipo de lectura a partir de otro tipo de textos. Lo que no podemos hacer es mimetizarnos con esos nuevos procesamientos de la información que son más veloces, mas fragmentarios y menos profundos.

—¿Cómo se enseña a leer?

—Llevando los textos al territorio de la experiencia, de la sentimentalidad de cada alumno. Se enseña haciendo conscientes a los estudiantes que cada texto es un estímulo que están poniendo en contacto con su visión del mundo, con su ideología en formación, con sus experiencias de la vida, con otros libros que han leído. Se enseña a leer viendo en qué medida los libros no son inofensivos, dando importancia al libro, sacándolo del espacio del placer sin negarle el placer, y eliminando cualquier tiempo de visión buenista de la literatura. La literatura nos empapa, y puede ser para bien o para mal, y en ese filo, en ese riesgo, se puede encontrar el atractivo.

—Con tanta serie de TV en nuestras vidas, ¿nos queda tiempo para leer?

—El problema es que cada vez nos queda menos tiempo para nada. Estamos tan inmersos en la urgencia de nuestra vida cotidiana, estamos tan desquiciados y agobiados por los imperativos de la vida, que a veces le pedimos a un libro o cualquier objeto cultural todo lo contrario a lo que estoy diciendo: evasión.

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