La comunidad gallega en Cataluña

«Algunos emigrantes viven todo esto con estupor, no se lo creen»

La fractura social del «procés» origina en algunos casos disputas familiares

Una agrupación de foclore gallego, durante una actuación en Barcelona CEDIDA

MARIO NESPEREIRA

En mitad de la Rambla, donde confluye la Cataluña más abierta y poliédrica, un busto de Castelao se impone en la entrada del Centro Galego de Barcelona. Detrás, una placa con una de sus grandes frases apela a la concordia: «No le pongáis defectos a la obra mientras no se acaba, el que piense que va mal que trabaje en ella». Es lo primero que ven los socios cuando llegan a una institución que cumple 125 años: todo un mensaje para los tiempos que corren. De convivencia muchos ya saben. Cuando llegaron a la Cataluña industrial a mediados del siglo pasado se trajeron en la maleta las ganas de salir de la miseria y un pedazo, nunca olvidado, de la galleguidad. Así nació toda una red de entidades donde se habla gallego con acento catalán, y al final de una «butifarrada» repiquetean las panderetas.

Hoy algunos viven angustiados por las consecuencias del proceso independentista. No se trata tanto de una cuestión política como familiar. Los hijos y nietos de aquellos emigrantes que aterrizaron con una mano delante y otra detrás muestran hoy su adhesión sin complejos al secesionismo. Lo explica Carlos Mandianes, presidente del centro barcelonés. Los socios más veteranos «viven con estupor» los efectos colaterales del «procés». «Han venido aquí a una vida mejor y esto no se lo creen, muchos han vivido situaciones de guerra y de posguerra». En cambio, la juventud se entusiasma con la desconexión.

«El problema lo tienen en casa. Un socio me ha comentado que cuando la hija va a comer a su casa y viene con el marido, que es independentista, la fractura social es fuerte. No voy a decir que son todos, pero se dan casos», relata Mandianes, muy crítico con la deriva de la Generalitat. Cree que la «sociedad está dividida», en gran medida porque la clase política «no está haciendo su trabajo» . «Esto lo deben resolver los políticos y no los ciudadanos enfrentándose», defiende.

El presidente de la Federación de Entidades Galegas de Cataluña, Domingo Balboa, también cree que «lo más penoso» es que la tensión de los parlamentos penetre en las casas. Igualmente cita el caso de otra familia que, como tantas otras, se junta los domingos para comer. El día del referéndum ilegal, una discusión entre el yerno, independentista, y el suegro, partidario de la unidad, acabó mal. «Eso es muy triste», lamenta.

Antes de que se celebrara la consulta suspendida por el Constitucional, Balboa reunió a la junta directiva de su asociación, «Cova da Serpe». En ella acordaron que lo importante es no añadir más crispación al ambiente, sabedores de que su papel es el de aglutinar a las familias entorno a su denominador común: Galicia. «La cordura debe imperar». «Vamos a tirar hacia delante». «Esto no se puede hundir esta manera». Fueron algunos de los mensajes que se escucharon en la reunión. El resto del tiempo lo ocuparon en continuar con los preparativos del hermanamiento del apóstol Santiago con la virgen de la Moreneta de la abadía de Montserrat, auténtica cuna del catalanismo espiritual. El acto estará cargado de significado: «Es una forma de decir que la colectividad está con Cataluña, pero nada en plan independentista».

El matiz es importante. Balboa asegura que «el día que la mayoría silenciosa salga a la calle, habrá grandes problemas». secesionismo se ha hecho grande en los espacios públicos. Mandianes destaca el carácter «naïf» de las movilizaciones: la separación como un juego. «Se está viviendo la independencia como una fiesta, en la calle hay cierta diversión».

La segunda generación

Los más jóvenes atemperan el conflicto. Diana Iglesias tiene 25 años, es gallega de nacimiento, como sus padres, pero se ha criado y educado en Cataluña. Lo que más le preocupa son los ánimos entre la gente. Las manifestaciones diarias, las huelgas, las declaraciones en uno y otro sentido; todo acaba teniendo su eco en la convivencia. «Lo que yo veo —cuenta —es que hay mucha diferencia de opinión en mi mismo grupo de amigos, pero en mi ámbito personal hay mucho respeto».

El conflicto se ha permeabilizado, a casi todas las esferas de la vida cotidiana, explica Diana: «Desde que se dijo que se quería hacer este referéndum ilegal este es un tema muy recurrente, se ve gente con banderas, no se habla de otra cosa...». En su casa la independencia no seduce, pero s í una reforma de la Constitución que permita a los catalanes votar hacia dónde debe ir su futuro. Diana habla del Gobierno y el sistema desde la distancia generacional. Subraya que «los tiempos cambian» y que, en consecuencia, «las leyes deberían cambiar con ellos».

Jorge García Lema, también de 25 años, llegó a Barcelona hace tres, procedente de La Coruña. Allí dejó a amigos y familiares, los mismos que estos días incrementan la frecuencia de llamadas para interesarse por la situación. Pero él desdramatiza: «Realmente están preocupados, lo que se proyecta en los medios es mucho más escandaloso que lo que se ve en el día a día». Las cosas cambiarán de verdad, añade, si Puigdemont no se arredra y firma la declaración unilateral de independencia. Eso «podría llevar a la gente a las calles de forma igual no tan pacífica».

Nadie quiere contemplar ese escenario. Da igual que sean emigrantes gallegos de primera o segunda generación. Les une un origen, pero también una demanda que va ganando volumen como una bola de nieve: ante el conflicto, diálogo.

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