Ignacio Martín Blanco - Tribuna Abierta

El ejemplo de Joseba Arregi

Joseba Arregi, que recibirá el XXII Premio a la Tolerancia, es uno de mis principales referentes intelectuales vivos

Ignacio Martín Blanco
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Mañana, a las 19.30 en el hotel Tryp Apolo de Barcelona, recibe el XXII Premio a la Tolerancia Joseba Arregi. De él podría decir muchas cosas: que fue consejero de Cultura y portavoz del Gobierno vasco y fundador de la asociación cultural Aldaketa (Cambio para Euskadi); que es autor de varios libros y profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco y que viene colaborando desde hace años en diversos medios. Pero todo eso ya lo dirán los medios que se hagan eco de la noticia de la entrega del premio.

La razón por la cual escribo este artículo es que el premiado es uno de mis principales referentes intelectuales vivos, y me parece una buena ocasión para rendirle mi modesto homenaje explicando el porqué de su importancia para mí.

Empecé a leer artículos suyos en «El Periódico» en los años inmediatamente posteriores a la aprobación del Estatuto catalán del 2006. Pero la primera vez que lo vi fue en una entrevista que le hizo Mònica Terribas en TV3, en el 2005. Me impresionó la amabilidad con que Arregi le decía a Terribas lo que en aquel tiempo casi nadie se atrevía a decir ni en TV3 ni, en general, en el espacio público catalán, donde ya entonces predominaban perversiones como la interpretación lenitiva de la violencia etarra, la presentación de Otegi como un «hombre de paz» o la caracterización de España como un Estado esencialmente antidemocrático. Por su amable consistencia argumental, Arregi me pareció aquel día la encarnación de la locución latina suaviter in modo, fortiter in re y me mostró el mejor camino para cuando, al cabo de unos años, yo mismo me viera inmerso en el combate mediático contra la tiranía de la opinión y de los sentimientos prevalecientes en la Cataluña nacionalista.

En aquella entrevista Arregi dijo verdades como puños sobre el Estado de Derecho, el mal llamado «proceso de paz» en su País Vasco natal y la Ley de Partidos, una ley que puso en valor como instrumento propio del Estado democrático de Derecho para acabar con ETA. Conviene recordar -aunque dé vergüenza ajena- que en aquel entonces la opinión dominante en los medios catalanes consideraba la Ley de Partidos como un ejemplo de la «baja calidad democrática» del Estado español, cuando no directamente como la constatación de su naturaleza franquista. De hecho, todavía hoy hay políticos y tertulianos nacionalistas que insisten en ello, incluso después de que en el 2009 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) avalara la ley y la aplicación que de ella hicieron el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional. El TEDH constató que las formaciones ilegalizadas tenían «un compromiso con el terror».

Explica Arregi que el Pacto de Estella fue el detonante de su alejamiento del PNV, pues lo que pretendía aquel acuerdo era construir una nación vasca con la mitad de la sociedad vasca sobre la base de criterios etnoculturales, algo que a él le parecía inconcebible. Antepuso lo cívico a lo romántico. Su posición resulta especialmente trascendente porque, en principio, su condición de euskaldún le salvaba de la exclusión de la nación pergeñada por los partidos nacionalistas. Él estaba invitado, pero decidió no entrar porque no estaba dispuesto a dejar fuera de la vasquidad a cientos de miles de vascos, ni a convertir en extranjeros a la mitad de sus paisanos, ni a renunciar a la convivencia con el resto de los españoles. Desde aquí, todo mi reconocimiento y admiración.

Ignacio Martín Blanco es periodista y politólogo.

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