El palomar de Belén

La Navidad a las puertas y los campos de Castilla en blanco manto. Los mismos campos donde podría haber nacido el Niño Dios pasado mañana cambiando un portal por un palomar pequeño y austero al abrigo de la paramera. Es la estampa que me viene a la cabeza cada año al cruzar por estos Torozos infinitos camino de La Mudarra. Un palomar de fondo que bien podría ser el portal. Y es que, en los pueblos, por estas fechas hay un olor alto de encinas que exhalan las chimeneas bronquíticas mientras inspiran y crepitan pidiendo leña. Ya están los Nacimientos montados en cada casa y hay un eco de villancicos que llega de no sé exactamente dónde.

Para mí la Navidad, aún hoy, son recuerdos de mi infancia; de una infancia en Castilla. Porque las Navidades hay que pasarlas en el pueblo o en Nueva York. Y las mías tienen de fondo una Misa del Gallo temprana, antes de cenar -que entonces más que gallo sería pollo-. Pero ya era tradición, y por eso la conservamos. Esa tarde de Nochebuena íbamos poniendo los nietos el Belén y bajábamos al valle a buscar musgo y volvíamos con puñados de arena en los bolsillos. Mi abuelo, desde el sillón y sin alcanzar a verlo, iba dando el visto bueno a la obra.

Hay en estos horizontes un Nacimiento que le crece a uno en la mirada cuando se le cruza un pastor y su rebaño. Y por un instante duda camino de dónde irán. La Navidad de mi infancia son recuerdos de La Mudarra. Pero Navidad, en palabras de mi abuelo es «el día que Dios pone un Belén en nuestros corazones».

Entonces entonaran los ángeles el «Gloria in excelsis Deo». Será Noche de paz. «Noche vestida de gala / en auras de amanecida / porque nace el Niño Dios / se torna la noche en día».

Entre tanto les deseo que pasen una feliz Navidad.