Manuel Marín - Análisis

Un «sí con condiciones»

Manuel Marín
MADRID Actualizado: Guardar
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El Rey ha decidido concentrar en tres días el trabajo que tras el 20-D hizo en cinco. Su ronda exprés de contactos con los partidos políticos para conocer si podrá encargar a Mariano Rajoy la formación de Gobierno demuestra que hay urgencia por convocar la investidura. Que objetivamente hay prisas porque la aprobación del techo de gasto para 2017 y el diseño de los Presupuestos no debe dilatarse más. Y que es factible celebrar la sesión entre el 2 y el 5 de agosto o, a lo sumo, entre el 9 y el 12, como muy tarde. Mariano Rajoy maneja esos tiempos en la convicción de que la presión y la atmósfera de debilidad argumental que rodea a Ciudadanos le obligará a ceder y votar un «sí con condiciones», porque carece de sentido que Rivera diera gratuitamente en febrero su voto afirmativo a Pedro Sánchez para justificar un intento de desbloqueo, y ahora sea incapaz de hacerlo cuando buena parte de la solución real a la parálisis está en su mano.

Cualquier alternativa al dilema de la gobernabilidad pasa por Rivera y las condiciones que imponga en otro «pacto del Abrazo» antes que por Sánchez. Por eso a Ciudadanos no le ayuda tanta indiscreción e incoherencia interna.

Las audiencias de Don Felipe a los partidos marcan esta vez un punto de inflexión aparentemente realista. Apenas hay información más allá del juego lógico de bloqueos recíprocos y sobreactuados, pero tanto secretismo permite atisbar en la lejanía un Gobierno en minoría. En el ideario colectivo se da por hecho un Ejecutivo presidido por Rajoy con 137 escaños, pero nadie sabe cómo ni cuándo. Es una débil percepción anímica que se abre paso entre los síntomas de depresión y cainismo instalados en la izquierda.

El PSOE, se dice, necesita tiempo para digerir una cesión humillante y simular que ha llevado hasta el final su coherencia por el «no» para no desnaturalizar su frontal oposición al PP. Pero al igual que muchos barones socialistas, el propio Pablo Iglesias hurgó ayer en la herida de Sánchez dando por hecho que, en septiembre, el PSOE terminará absteniéndose por agotamiento y hartazgo. Cualquier acuerdo de investidura de Rajoy con el separatismo catalán hundiría su credibilidad, pondría en huida a Ciudadanos porque la aversión al nacionalismo es su único reflejo automático, y liberaría a Sánchez del peso de la responsabilidad de Estado que se le exige. No sería un buen negocio. Las prisas de Rajoy van en otra dirección porque esta vez el Rey no avalará ningún juego de las adivinanzas ni más citas a ciegas fallidas con España en almoneda. En el peor de los casos, dará más tiempo para negociar aceptando el periodo de «reflexión» que Rajoy se comprometió a abrir si en una semana la ecuación no está resuelta.

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