Un oficio a punto de desaparecer

En Siria ya no es posible llegar al frente de guerra. Te cazan antes como un conejo y te ponen en subasta

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En el sitio de Sarajevo, en la guerra de Bosnia, tenías la impresión de que, donde quiera que fueras, había un sujeto que te tenía en el punto de mira de su fusil. Los francotiradores serbios estaban apostados en lo alto de las montañas que rodeaban la ciudad y disparaban contra todo lo que se les antojaba. Una mujer recogiendo agua o un periodista despistado. Era una guerra peligrosa. En la invasión norteamericana de Irak en 2003, había que habituarse a dormir en mitad de un recital de bombazos que levantaban el suelo y ponían a vibrar todo el barrio. Tampoco era una guerra segura.

Pero nada comparable con el peligro inasumible de la actual guerra de Siria e Irak.

Allí ya no es posible acudir al frente de guerra. Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre fueron más lejos que ninguno. Arriesgaron sus vidas por el imprescindible deber de informar ya no de maniobras políticas ni de retóricas vacías, sino de las tragedias que sobre el terreno sufre una población abandonada. Su coraje y altura profesional son admirables. Pero su secuestro muestra que en Siria e Irak ya no es posible hacer periodismo de guerra. Es la última consecuencia de ese conflicto salvaje. El periodista se ha convertido allí en una pieza de caza. Es atrapado por cualquiera de las bandas de malhechores que por esas tierras pululan para venderlo al mejor postor yihadista. Es un botín muy valioso que no dura ni veinticuatro horas en cuanto pisa territorio de guerra.

El periodismo puede y debe tener una alta dosis de insensatez, pero no puede arriesgarse a acudir a un conflicto en el que hay un 100 por ciento de posibilidades de ser cazado. Es la última mala noticia para este oficio en tiempos de penuria. El periodismo de guerra pronto puede ser un oficio del pasado. No es una cuestión de romanticismo, ni de coraje, ni vergüenza torera. Sí es una trágica noticia para quienes sufren el día a día de la barbarie. Merece la pena exponer la vida por contar la historia del último superviviente de Alepo o por encontrar una buena historia sin más. Pero, en estos días, ni siquiera llegas a Alepo. Te cazan antes como a un conejo. Y te ponen en subasta.

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