La Línea de la Concepción

Los «cachorros» de los narcos: baratos y herederos del negocio del hachís

Los mafiosos forman a sus sucesores desde que son adolescentes, cuando realizan labores complementarias al tráfico de hachís y el contrabando de tabaco

Un joven registrado por la Policía en La Línea por su relación con el contrabando de tabaco NONO RICO
Enrique Delgado Sanz

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Son manipulables, baratos y además no van a la cárcel. Los narcos saben las ventajas que ofrecen los menores de edad y no dudan en utilizarlos en su «empresa». Representan, desde que nacen, la cantera de estas organizaciones mafiosas y sus labores no son tan arriesgadas como las de los mayores, pero el negocio de la droga en la Línea de la Concepción no sería posible sin el papel de los adolescentes.

No es raro ver en las calles de la ciudad gaditana a cuadrillas de chavales, la mayor parte menores de edad, deambular en horas de colegio o instituto sin rumbo. Tampoco les extraña por allí que estos grupos de adolescentes coman todos los días fuera de casa en restaurantes, puestos de comida rápida o bufetes de hoteles; e incluso que vistan los mismos chándales y zapatillas deportivas de alta gama que llevan sus mayores. Los jóvenes perpetúan el estilo de vida del narcotraficante y, desde bien pequeños, están «metidos en el ajo». Ir a la escuela para los chicos que proceden de ambientes marginales relacionados con la droga no es una opción. Para qué si con una sola noche de trabajo, en la que además no tocan ni un gramo de droga, pueden ganar hasta 1.000 euros, una cifra similar a la que se embolsan, pero por un mes de trabajo, sus maestros en las aulas.

Como si se tratara de un club de fútbol , los adolescentes tienen que cubrir una serie de etapas antes de jugar con «el primer equipo», que se correspondería con las «collas» que noche tras noche descargan toneladas de hachís en las playas de La Línea. Antes de llegar hasta ahí tienen que hacer méritos y que estar preparados. Para ello, los narcos han establecido un par de ramas formativas para los que serán sus sucesores. La encomienda menos arriesgada es la de ser sus «ojos» por toda la ciudad. Nada se escapa del control de las mafias, en parte, gracias a la labor del entramado de jóvenes conocidos como «puntos», que están diseminados de manera estratégica por toda la ciudad con un fin claro: informar de la posición de la Policía.

La infraestructura comunicativa está muy bien trabajada gracias al elevadísimo número de «puntos» que los narcos tienen en La Línea y que están intercomunicados para «dar el agua» en cualquier momento. Esta labor no es exclusiva de los jóvenes y también hay adultos que hacen las veces de aguadores apostados en sus coches, desde la ventana de su casa o en la puerta de un restaurante. «Se avisan entre ellos al momento», explican fuentes policiales, que confirman que esta red informativa está prácticamente en todas partes y ayuda a los trabajadores de la droga o a los perseguidos por la Justicia a no caer en manos de la Policía. Dispuestos como vigías en las inmediaciones del los lugares donde se va a alijar el hachís , los chavales avisan al instante de la presencia policial o del más mínimo movimiento sospechoso de modo que, si la misión corre peligro, los narcotrafiacntes puedan recurrir a su plan B para no ser cazados in fraganti. Y lo pagan bien: 1.000 euros por noche a cada vigía.

Sobrados de medios

Por si todo esto fallara, los narcos también se preocupan de invertir una parte de sus millonarias ganancias en tecnología punta. Es el caso de los radares -como el desarticulado recientemente en la azotea de una casa del barrio de La Atunara- un elemento carísimo que emplean para determinar en tiempo real la posición de los Cuerpos de Seguridad.

Pero la cantera no sólo tiene esa labor, sino que también participa de forma activa en el contrabando de tabaco desde Gibraltar. Aunque se trata de un negocio menos lucrativo, también pueden conseguir beneficios. Concretamente, y según fuentes policiales, unos 300 euros por cargamento . El transporte del tabaco, eso sí, es menos glamouroso que el del hachís, resuelto con potentes narcolanchas de hasta cinco o seis motores. Cuando se trata de tabaco, los chavales lo transportan en motos «scooter» de pequeña cilindrada aunque manipuladas para que puedan alcanzar hasta 100 kilómetros por hora. Las motos, habitualmente robadas o a nombre de familiares de los contrabandistas, las pilotan los más jóvenes de los clanes, quienes adhieren los bultos con cartones de cigarrillos que recogen en la valla fronteriza al carenado de sus escurridizos ciclomotores.

Varias motos usadas por los contrabandistas de tabaco en La Línea NONO RICO

Las motos, como advierte la Policía, son fácilmente distinguibles, puesto que los contrabandistas prefieren un modelo concreto que pintan de negro y equipan con ruedas de tacos. «De esta forma les resulta más fácil circular por la arena de la playa», explican los agentes durante una de sus patrullas rutinarias, en las que es habitual que tengan que lanzarse a la persecución de estas motos en cuanto algún compañero da el aviso por la emisora. Para realizar este trabajo, los narcos también reparten una serie de «puntos» por las cercanías de los lugares donde se va a desarrollar la entrega. En caso de ser atrapados, los pilotos, como el tabaco está legalizado, no se enfrentan a penas de cárcel, sino únicamente a sanciones administrativas. «Son bastante vacilones» , admiten los agentes que día a día lidian con ellos: «La mayoría ya están fichados pero les da igual, son reincidentes porque sólo tienen faltas por el contrabando de tabaco».

Sorprende la naturalidad con la que estos jóvenes hacen sus pinitos en la industria de la droga, pero hay una explicación: es algo que han visto desde pequeños en casa y «lo normalizan». Mientras los hijos de los profesores o los panaderos ven cómo sus padres madrugan para ir al trabajo, estos chavales se han acostumbrado a ver a sus mayores salir de casa a última hora de la tarde para, como dice el chascarrillo en La Línea, «hacer el turno de noche» . La diferencia es que estos últimos, en lugar de hacer pan o dar clase, trafican con hachís y no se oponen a que sus hijos sigan su camino.

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