La madre de Yéremi Vargas, Ithaisa Suárez, a las puertas de su casa de Vecindario
La madre de Yéremi Vargas, Ithaisa Suárez, a las puertas de su casa de Vecindario - EFE

Dos investigaciones paralelas para resolver el caso Yéremi

Una decena de líneas indagatorias confluyeron en Antonio «el Rubio»

Madrid Actualizado: Guardar
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Cada mes o dos meses unos agentes que casi nunca visten uniforme escudriñaban una a una con ojo de águila las denuncias de abusos y agresiones sexuales a menores en la isla. Era una de las líneas de investigación diseñadas en la búsqueda del pequeño Yéremi Vargas, desaparecido en marzo de 2007 en Vecindario (Gran Canaria). En el otoño de 2012 repararon en un nombre: Antonio Ojeda Bordón, un tipo hosco y desaseado, al que un niño de diez años había señalado como la persona que lo arrastró hasta una chabola cerca del barranco de Tirajana y abusó de él en julio. «Este nombre ya ha salido. Es uno de los testigos que se presentó contando que había visto dos coches cuando raptaron a Yéremi y que había una mujer», comentaron entre sí los funcionarios.

«Pero este no me suena que tuviera antecedentes de abusos...», añadió otro. Y no los tenía. Ojeda, investigado ahora (anterior figura de imputado) por la Guardia Civil por la detención ilegal y homicidio del pequeño, no había sido fichado por ese tipo de antecedentes en 2007 y esa circunstancia lo apartó del foco. La relación con un caso posterior fue la primera de una serie de coincidencias que cambiaron el ritmo de la compleja desaparición de Yéremi.

Una decena de líneas

La minuciosidad y dedicación es la marca de estas pesquisas apabullantes, si se pudieran medir en horas y números. Los investigadores de la Unidad Central Operativa (UCO) y de la Policía Judicial de Las Palmas de la Guardia Civil se han afanado en una decena de líneas a la vez durante esta larga década. Algunas ya están descartadas pero otras siguen sobre sus mesas de trabajo. Estas son algunas de ellas: un estudio de la comunidad de abusadores de menores de la isla, con el consiguiente trabajo de reconstruir la vida y «milagros» de cada uno de ellos (solo en la zona se detectaron una veintena de casos y se ha logrado detener a cinco pederastas). Segunda línea: un mapa puerta a puerta de cada habitante de Los Llanos del Polvo, el barrio del niño. No se ha dejado de visitar ni a un vecino, a algunos varias veces, incluidas personas vinculadas a la zona aunque no residieran ahí. Tercera: presos que estuvieron de permiso el fin de semana del 10 de marzo de 2007 y en fechas inmediatamente anteriores y posteriores. Cuarta: la familia del niño, la cercana y la otra, unas exhaustivas pesquisas que sembraron suspicacias entre ellos, pero a quienes era imprescindible descartar. Quinta: población marginal, merodeadores de paso que podían haber espiado al niño. Sexta: análisis de Opel Corsa, el coche señalado por los testigos más fiables como el visto ese día en la zona: unos 33.000 vehículos se revisaron y que a la postre resultó erróneo. Séptima: línea de colaboración ciudadana. Se han recibido miles de llamadas y correos electrónicos. Cada una que podía resultar fiable se ha analizado y ese trabajo prosigue hoy mismo. Octava: los escoceses. Dos individuos encarcelados por homicidio que los agentes han logrado demostrar que fueron autores de agresiones sexuales reiteradas a otro menor que convivía con ellos en Vecindario en la época marcada en rojo. La UCO intentó interrogarlos en prisión, sin éxito.

«No hay idea mala»

«A veces parecía que se lo había llevado un ovni dada la ausencia de pistas. Por eso, nos ha guiado una máxima: en esta investigación no hay ninguna idea mala porque no tenemos nada que perder», rememoran los agentes vinculados al caso. La aparición de Antonio Ojeda Bordón, alias «Juan el Rubio», da un giro a la desaparición de Yéremi. El sospechoso se sitúa en el centro de dos investigaciones paralelas, con dos menores como víctimas y un posible pederasta, lo que apuntala también el móvil del caso Vargas. Durante más de dos largos años —2013 y 2014— el trabajo discurre en esos dos caminos sin abandonar las otras líneas de Yéremi. Este tenía siete años cuando se lo llevaron a la fuerza o mediante engaño de un solar frente a su casa del barrio de Los Llanos. El raptor no tuvo más de cuatro o cinco minutos para actuar. En el caso de la segunda víctima, el pequeño tenía diez años. La madre denunció la agresión sexual ocho días después, al contársela unos conocidos del pequeño. Inicialmente, esa denuncia se archivó pese a que el crío reconoció a «El Rubio» y por eso la UCO encontró su nombre. Él culpó a un vecino con el que tenía desavenencias.

Entre bares y vertederos

Ojeda, un recogedor de chatarra, camorrista y huraño, rozando el alcoholismo, desaliñado y con antecedentes por atentado y violencia de género contra la madre de dos de sus hijos, encajaba en el perfil. No se relacionaba ni con sus hijos ni con casi nadie y pasaba el día dando tumbos entre vertederos y bares. Tras la denuncia de su mujer en 2005 se fue a vivir con uno de sus hermanos a 60 metros de la casa de Yéremi. Allí estuvo hasta unos meses antes del rapto del niño, cuando se trasladó de nuevo con sus maletas a casa de otro de sus hermanos (eran siete, pero dos han fallecido), esta vez a la zona de Sardina, a unos cinco kilómetros. Los agentes lo vigilaron a él y a una parte de su nada modélica parentela. Dos de los hermanos han estado en prisión por abusos o agresión a menores, uno a su propia hija.

A base de informes y empeño, lograron reabrir la investigación de 2012 y detener a «Juan el Rubio» en marzo de 2015 por la agresión sexual al niño de diez años al que arrastró a su chabola del barranco. A esas alturas, los guardias civiles ya sabían que su hombre no solo cambiaba de casa con frecuencia sino también que manejaba varios coches, al menos tres, y en algunos incluso pernoctaba a veces. Y eso que Ojeda nunca había tenido carné de conducir. Averiguaron que en la época de Yéremi conducía (de hecho era de su propiedad) un Renault 5 Oasis, un modelo del que a simple vista solo llaman la atención sus pegatinas identificativas: unas palmeras. Eran esos árboles tan habituales en Canarias los que mencionó el testigo que vio «en la parte trasera de un coche blanco pequeño» en dirección contraria en la calle de Yéremi ese mediodía de marzo. Lo conducía un hombre con gorra. Hasta 2015, dado que otros testimonios precisaban que vieron un Opel Corsa, fue este segundo el coche buscado hasta la saciedad, demasiado parecido a un modelo menos común: el Renault 5 Oasis como el que tuvo «El Rubio» y que acabó desguazado solo unos meses después del secuestro de Yéremi. Hay una confluencia de testimonios y un cruce de indagaciones que lo sitúan en la calle del niño, en ese coche, en los cuatro o cinco minutos del rapto. Son los indicios que los investigadores admiten haber recabado tras conocerse que a Ojeda Bordón se le ha tomado declaración en la cárcel de Algeciras esta semana.

«No descansaremos»

Tienen más pero forman parte del secreto y el sigilo necesario aún. «Esto es un punto y seguido. No hemos acabado de investigar; ni mucho menos». Ya sin comillas, los agentes admiten la dificultad —nueve años después— de encontrar pruebas y mucho más la de hallar el cuerpo de la criatura sin la colaboración de «El Rubio» quien entre dientes musitó que no iba a declarar el pasado martes en la cárcel. «La Guardia Civil descansará cuando logre sentar en el banquillo a quien mató al niño», sentencian.

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