Manifestación contra el independentismo

«Esto es una catarsis»

El Paseo de Gracia fue el escenario en el que miles de ciudadanos celebraron «el despertar de un pueblo silenciado»

«Todos somos Cataluña» fue el lema de la manifestación ÁLVARO YBARRA ZAVALA
David Morán

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«Luego diréis que somos cinco o seis», se oye cada poco mientras las banderas suben y bajan, acariciándole la cocorota a cualquiera que intente abrirse camino a través del Paseo de Gracia. «Luego diréis que somos cinco o seis», insiste un coro que se multiplica en cada esquina ya sea a pelo o con la inestimable ayuda de algún megáfono. El problema, claro, es que no son cinco o seis. En realidad, y como ya pasó en la igualmente masiva manifestación del pasado 8 de octubre, no se veían tantas banderas españolas en Barcelona desde que Iniesta agujereó la portería de Holanda en el Mundial de 2010. Así que lo que consiguió el más níveo de los manchegos en la prehistoria del «procés» lo ha vuelto a conseguir, y por partida doble, el ya expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont. Con el añadido de que aquí las franjas de colores se desdoblan y bifurcan y ya no se sabe dónde acaba la rojigualda y empieza la señera.

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«Esto es una catarsis, te sientes bien» , se oye de pronto en ese colorido océano que es la calle Aragón pasadas las doce de mediodía. Un poco más allá, donde empieza el verdadero tapón, Barcelona Con la Selección, plataforma que lleva años predicando en el desierto para que el combinado nacional juegue de nuevo en la ciudad, recoge firmas y contribuye a que el atasco sea aún mayor. He aquí, pues, una catarsis total para desquitarse después de tanto tiempo con la bandera guardada en el armario , y un día de estreno para quienes circulan arriba y abajo con enseñas que no han acabado de perder sus pliegues y dobleces. «Es la primera vez que vengo, pero porque en las otras dos estaba fuera», cuenta Mari Carmen, sesenta años viviendo en Barcelona e hijos y nietos catalanes, mientras el «Mediterráneo» de Serrat se cuela desde la megafonía en todas las conversaciones.

Para cuando suena Peret, pasadas ya las dos de la tarde, la cosa ya se ha desmadrado (para bien): quienes aún aguantan bajo el sol -insólitamente intenso para estar a las puertas de noviembre- bailan ya sin complejos alternando activismo y jolgorio. De vuelta a la cola de la manifestación, los cánticos y las pancartas dan fe de que, como el hambre, el silencio también agudiza el ingenio. Así, mientras un joven canta por un megáfono una versión actualizada del más célebre villancico catalán -«el 21 de desembre, fum, fum, fum»-, una gigantesca lona blanca alude al «despertar de un pueblo silenciado» . Será por eso que aquí ya nadie se calla y lo mismo alterna los vivas a España y Cataluña y las ovaciones improvisadas a pie de calle -«¡Iceta lo peta!», se oye mientras el líder del PSC intenta llegar a la cabecera- con la denuncia sin medias tintas. «Mira, si quieres poner algo, pon que yo he sido votante de CiU durante muchos años pero que lo que están haciendo es un horror. No tenemos que dejar que nos lleven a la anarquía», cuenta Josep Maria mientras en el escenario empiezan los parlamentos. O eso parece, ya que el sonido de la megafonía es un runrún lejano y amortiguado ante el que la gente opta por seguir a lo suyo, cantándose a la oreja que ni son cinco o seis ni mucho menos están dispuestos a guardar silencio.

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