Elecciones - Catalanas

La contracrónica: El éxito de un fracaso

La campaña se agota entre diatribas jurídicas sobre el alcance de la nacionalidad, la desafección de fondo entre partidos constitucionalistas que se noquean a codazos, los corralitos y la presión de la Unión Europea

La contracrónica: El éxito de un fracaso

De un mismo balcón de Barcelona cuelgan hasta seis banderas. Dos esteladas, una española con un toro negro inmenso, otra asturiana, una más con el arco iris gay… Es un piso de estudiantes transformado por azar en un laboratorio para analizar el experimento en que se ha convertido Cataluña. La mezcla puede explotar… o curar cualquier enfermedad. Cuestión de elementos y proporciones. Bajo ese balcón, otro repleto de banderas independentistas. Sobre él, otro con dos banderas de España con su escudo constitucional, como las que ahora utiliza el PSC tras borrar con el tippex de la confusión el «derecho a decidir» de su programa.

En el muro limpio de una de esas calles calentado por el primer resol otoñal, un graffitero del sentido común diseña su propio cartel electoral anónimo. Lo hace con gusto y con más cerebro que esa mitinera de cantina capaz de llamar «gilipollas» ¡a sus propios votantes! ¿Cabe mayor desprecio? En media hora, convierte una pared blanca en un canto a la vecindad. Del spray, surgen abrazados Sergio Ramos con la camiseta roja de la selección (a menudo lleva también una muñequera rojigualda), y Gerard Piqué, con la senyera y el nombre de «Cataluña» a la espalda sobre su dorsal. Es el síntoma de una compatibilidad histórica ajena a cualquier proceso de ruptura y a cualquier sobreactuación. Es el símbolo de una normalidad institucionalizada hasta que los abucheos frente a la causa secesionista en los estadios han embalsado su ira en la charca con la que el separatismo del tres por ciento contamina su viña.

La campaña se agota entre diatribas jurídicas sobre el alcance de la nacionalidad, la desafección de fondo entre partidos constitucionalistas que se noquean a codazos, los corralitos, la presión de la Unión Europea y el miedo real a una fuga de capitales en la Cataluña de Guardiola. La Cataluña oficial, con su bandera de victimismo, ha instituido a Guardiola como el icono «brittish» de un falso independentismo sereno, pero vestido de piadoso marista de los de toda la vida. Como si el mero hecho de hablar en voz muy baja le cargara de razones añadidas por la suavidad melosa de su tono, y le eximiera de complicidad con las butifarras –cortes de manga– de Artur Mas a la ley que juró acatar.

Las «coletas moradas» dando látigo y sexo mientras rezan cancioncillas de rima cutre, o tararean en indio como si fuesen sioux alicatados de chupitos de agua de fuego, son menos entretenidas que contemplar a Miquel Iceta en el trance ibicenco de una go-go en prácticas. O que escuchar al neocomunista de ego halterofílico Romeva hacerle la campaña a la derecha de Convergencia, tan burguesa, corrupta, capitalista y catolicona. Es una campaña extraña… Muy extraña. De formas irrelevantes y grotescas sobre un fondo dramático: el mismo que permite a un ministro de Asuntos Exteriores competir en televisión con el número 5 de una lista sin programa como recurso agónico de última hora para salvar la unidad de España entre críticas de su propio partido.

Tantas banderas diferentes bajo un mismo techo en ese piso de estudiantes retratan la nebulosa que atraviesa Cataluña. Es de suponer que si ninguno enloquece en su empeño universitario, habrán pactado unas mínimas normas para organizarse, llenar la nevera, pagar la luz, establecer turnos de televisión y microondas… Incluso, aprobarán. Pactos racionales de convivencia.

La pelea para la investidura del nuevo presidente catalán será relevante. Será morboso asistir a la lenta fagocitación de Artur Mas por sus propios estómagos agradecidos. Si Ibarretxe confesara… Pero no será tan relevante como la herida que el«proces» deja abierta en forma de fractura social. Susana Díaz lamenta que hoy ya haya abuelos que no comparten mesa con sus nietos. Ese es el éxito de un fracaso. Ese es el drama.

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