Bernie Sanders, en un discurso en Iowa
Bernie Sanders, en un discurso en Iowa - AFP
Partido Demócrata

El auge de Sanders pone en jaque la hegemonía de Clinton

La condición de candidata «inevitable» y los litigios del pasado complican su segundo intento

Corresponsal en Washington Actualizado: Guardar
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En el arranque del proceso de primarias en Iowa (1 de febrero), a Hillary Clinton se le reaparecen los fantasmas de la derrota de 2008. También ahora, como entonces, antes de la primera batalla en el estado del Medio Oeste, la senadora por Nueva York lidera la carrera nacional con holgura. Pero, en lo que amenaza con ser un calco del vuelco que protagonizó entonces Barack Obama a partir de Iowa, el senador Bernie Sanders ha protagonizado una escalada hasta situarse por encima, no sólo en este estado, sino también en Nuevo Hampshire, el segundo en liza. Los analistas (incluidos los asesores del presidente) dudan de que Sanders, el veterano de toda la carrera, con 74 años, tenga la capacidad y el largo recorrido que demostró el hoy todavía inquilino de la Casa Blanca.

Para la mayoría, es difícilmente repetible el estado de ilusión y el empuje del que acabó convirtiéndose en el primer presidente negro del país. Como tercero en litigio, pero sin posibilidad alguna (las encuestas apenas le dan un 2-3% de apoyos, se mantiene aún en carrera el exgobernador de Maryland Martin O´Malley.

Bernie Sanders es hoy el fenómeno de la carrera demócrata. Desde hace tres meses, su crecimiento ha sido imparable. Con una gran fuerza oradora en escena y con un mensaje puro de izquierdas, no exento de ingredientes populistas, el senador por Vermont está conectando de manera creciente con los sectores más jóvenes y más críticos con el sistema, en una carrera presidencial que se caracteriza por las simpatías a todo lo que signifique antiestablishment. Y eso incluye un apellido como Clinton, no por los malos recuerdos que pueda generar el expresidente Bill (Clinton), de mucho mayor carisma, sino porque buena parte de la opinión pública está planteando el proceso como el cambio frente a la continuidad.

En el fondo subyace (como ocurre en la carrera republicana con Donald Trump y Ted Cruz) un hartazgo hacia la política clásica, que en el caso de los seguidores demócratas tiene como objeto de las críticas a Wall Street y todo lo que representa el poder financiero. Una resaca de la gran crisis que Sanders está sabiendo aprovechar para prometer que si llega a presidente, someterá a los grandes bancos. Con particular hincapié en Goldman Sachs, símbolo del origen del derrumbe financiero. En sus propuestas, que acompaña con una imagen de campaña cada vez más ilusionante para los jóvenes, ha asumido el papel del Robin Hood que propone “subir los impuestos a los ricos para repartir los ingresos entre los que menos tienen y reforzar la clase media”. Y es que el debilitamiento de la clase media es el mejor caldo de cultivo para Sanders. Los análisis previos al proceso electoral coinciden en que el perfil del norteamericano enfadado es el del miembro de la clase media trabajadora, blanco y de edad madura, que, según los estudios económicos, en términos relativos, ha visto cómo su salario caía durante los últimos 20 años.

Entre las demás propuestas del socialista, destaca la extensión universal de la cobertura sanitaria (el healthcare), que el presidente ha impulsado estos últimos siete años hasta alcanzar a unos 18 millones más de habitantes, con el denominado Obamacare.

Como diques de contención frente a la crecida, Clinton ha empezado a tomarse en serio a Sanders con críticas directas en las últimas semanas. Con el mensaje central de que muchas de las propuestas del senador por Vermont son “incumplibles”. Sin ir más lejos, la universalidad del sistema sanitario, que los expertos calculan que costaría “trillones de dólares” a las arcas públicas. En su cuerpo a cuerpo durante los debates, la rémora de la exsecretaria de Estado no es sólo su pertenencia a la política clásica y su condición casi de candidata inevitable, sino también su gestión pasada, muy discutible en el caso de conocido como escándalo de los e-mails. Una espada de Damocles aún sobre su cabeza, mientras el FBI mantenga abierta la investigación para determinar si los correos electrónicos que gestionó tenían contenido de alto secreto (ya se ha confirmado que al menos más de un centenar lo tenían) y, sobre todo, si ello ha afectado a la seguridad nacional. El origen de la investigación no es baladí: durante sus cuatro años al frente de la delicada Secretaría de Estado norteamericano, Clinton renunció al servidor público y utilizó un servidor privado para su gestión, el mismo que para sus asuntos personales. Con el riesgo de filtración al exterior que ello conlleva. Pese a que Clinton llegó a pedir perdón, la investigación aún le persigue. En especial, contribuye a debilitar su imagen pública. Las últimas encuestas muestran que seis de cada diez norteamericanos no se fían de ella, lo que hace mella en su candidatura.

La postura de ambos rivales ante el legado del presidente Obama se ha convertido en elemento central del debate demócrata. Mientras Sanders asume una parte pero propone superar su relación con el poder financiero, que para él «sigue mandando», Clinton se aferra ahora a la imagen del presidente, sabedor de que la mayoría del electorado demócrata sigue apoyando al inquilino de la Casa Blanca. Y en particular el votante de las minorías negra e hispana, con quien la aspirante necesita conectar para asegurarse la nominación.

Pese a que Clinton sigue siendo la favorita, el cálculo del eficiente equipo de campaña de Sanders, especialmente arrollador en las redes sociales, es que si el veterano senador arranca con victoria en Iowa y Nuevo Hampshire, se abre un mundo nuevo de posibilidades que puede dar la vuelta al resto de los estados, en la mayoría de los cuales Clinton sigue en cabeza.

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