Eurocopa 2016

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Eurocopa | Portugal, campeona

El gol que falló Griezmann

El máximo anotador de la Eurocopa cabeceó fuera, solo ante Rui Patricio, la ocasión del partido

El gol que falló Griezmann

Antoine Griezmann ingresa en una final como lo haría en un partido de barrio. Medio despreocupado, sin que la agitación del momento cale en sus 175 centímetros y 72 kilos, cuerpo pequeño de futbolista en una selección donde impera el volumen NBA: gigantes negros, bolas de músculos que se desplazan a la velocidad de la luz. Griezmann sorbe mate de un tarro metálico mientras bromea con uno de esos clones del baloncesto y penetra a la carrera en el fastuoso Saint Dennis, 75.000 almas en el Stade de France ubicado en un distrito al noreste de París. La bebida proviene de las influencias uruguayas en su equipo, el Atlético de Madrid, el club que lo renovó un año más y le subió la cláusula de rescisión a 100 millones en previsión de la fabulosa Eurocopa que ha desplegado.

Griezmann canta a pleno pulmón los acordes de la Marsellesa -«Allons enfants de la patrie, le jour de gloire est arrivé!», envidia de himno con una letra tan renombrada en todo el mundo- y penetra en el partido contra Portugal con ese aire grácil al que acompaña sus movimientos. Así contactó con el balón y así falló. Su primera incursión fue un error en el pase hacia uno de los hombres de la noche, Sissoko, ese terremoto.

Pero la tónica no fue esa. Griezmann expuso ante su conocido de finales Pepe que el partido podía estar en cualquiera de sus desmarques, de sus apariciones por sorpresa. Eso hizo en el minuto seis, una irrupción al espacio libre donde cayó un balón impulsado por una cabeza amiga. El zurdazo se desvió varios grados de Rui Patricio.

El delantero ajustó la mirilla tres minutos después. Fue fabuloso el desmarque al hueco por detrás de Pepe y preciso el centro de Payet. La conexión con la cabeza del atlético, giro sensacional, elevado y difícil, fue respondida por un gran despeje del portero portugués.

Como si fuera un contagio por ensalmo, se lesionó Cristiano y se diluyó Griezmann durante muchos minutos. No apareció en la onda del ataque francés hasta la frontera del descanso, cuando se reconoció de nuevo su figura en el área. Intentó forzar un penalti con las viejas artimañas del fútbol. Se tiró al contacto con Pepe.

La final siguió sin Cristiano y a la espera de Griezmann. Lo echó de menos Francia en determinados tramos. Él puso su acento en los balones parados, pero poco más. Tuvo, eso sí, el gol en su cabeza. Fue una internada de Koman, el esférico templado al área y Griezmann, solo para decidir qué hacer, cabeceó alto con toda la portería para él. Lamento sentido porque todo el estadio tuvo la certeza de que la victoria estuvo ahí, como estuvo en el poste de Gignac. En la prórroga se fundió Griezmann, también Francia. Se fue la luz que brilló en la Euro. Sin resuello, el delantero lloró como todo el país el zapatazo de Éder y la derrota.

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