Italia-EspañaConsumada la transición en la portería

De Gea fue el mejor de España. Empate ante Italia con una mala primera parte. Aduriz empató y Morata dejó buena impresión

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Un filósofo, al estudiar el fútbol, se preguntó una vez: ¿por qué ataca un equipo? ¿Qué impulso l motiva? A veces es un misterio. Johan Cruyff respondió inventando una máquina optimista de fútbol. Un vitalismo de la pelota, elegante, que en las bandas se hacía claro, luminoso. Una ciencia del espacio, un organizado recochineo.

«¿Cuál es el fuerte de Manolo? El desmarque. Pues le dejaremos libre».

España, discípula, émula y secuela de Cruyff, mezclada con la genialidad castiza de Luis, que supo ver las posibilidades del bajito español, pasada luego por el continuismo con consenso de Del Bosque, ayer parecía no tener motivo para hacerlo.

Se notaba lo amistoso del partido, y alguna cosa más.

España parecía un equipo normal. Sin los atributos, a veces incluso irritantes, que presentó en la última década.

Lejos del área, desligada, separada en sus líneas y con muy poca pelota. Hubo una sensación de provisionalidad, de improvisación en el equipo, y luego dos desastres pequeños: uno en la salida del balón. No estaba Busquets y San José no es lo mismo. Ramos regaló tantas pelotas como en el Madrid y el engarce defensa-media parecía el de un pendiente roto.

Italia, Candreva sobre todo, atacaba por la banda derecha. Por allí pasaba todo, hasta se cayó Del Bosque -con sensación de desplome- arrollado por el impetuoso juez de línea. Los jueces de línea son individuos despistadísimos.

El caso es que esa banda izquierda española era como un galimatías táctico que tardó en arreglarse.

Estaban en el once Aduriz, bien en el primer control y jugando de espaldas; Morata, en las regiones donde empezaba Villa, y Thiago, que sólo dejó un detalle fantástico en la primera parte -con oh general del público-.

Morata quizás sea el más en forma. Su velocidad y su potencia son incontenibles. Es un jugador que sólo puede ser titular.

Antes del partido se había guardado un impresionante minuto de silencio. Razones había de sobra: Bruselas, el accidente de Tarragona, y la muerte de Cruyff. España estrenaba esa camiseta fractal que recuerda a la que llevó en el Mundial de Estados Unidos y que alguien en la prensa inglesa, con pérfida mala baba, describió como «un vómito de paella».

Tuvo Italia un par de llegadas por donde Candreva y algún chut de Pellé, blando o lejano, que De Gea atajó con autoridad. España lo intentó en el 37 con un pase muy malintencionado de Morata para Aduriz, caído de repente en 'offside'.

¿Qué culpa tenía la motivación? Alta, los 'balones divididos', que son como la estadística del hambre, fueron italianos.

¿Cuánto pudo deberse a un problema general? Mucho, o al menos una parte considerable, porque España no tuvo el balón, su media no "dialogó" y los engranajes habituales de trasmisión peloteril desaparecieron.

Cruyff fue una música que se transmitió a Guardiola y compañía. Una música que España, de forma algo más lenta, consiguió aprenderse. Un pasodoble festivo en los rondos.

Sin Cruyff, sin su influjo, sin Xavi ya, sin Iniesta ni Busquets, ¿sería España esa indecisa medianía? Miedo da pensarlo.

Antonio Conte es un entrenador apreciable. En muchos momentos, Italia parecía más hecha, más conjuntada que España. Conte era calvo como futbolista y tiene pelazo como entrenador. Qué cosas.

En la segunda parte, su equipo salió igual, pero España se rehízo con la entrada de Nacho y Koke. El 4-1-4-1 inicial pasó a un 4-4-2 más enterizo y convincente.

Italia abandonó entonces sus iniciales ínfulas de toque y se transformó en contragolpeadora. Ahí apareció De Gea, seguro en la parada y en el ademán.

En el minuto 66, una llegada por la izquierda de Italia la remató Insigne con claridad. Se protestó fuera de juego, pero no lo pareció. La hiperactividad de Juanfran habilitaba al italiano.

En la primera parte, a España le llegaban por la izquierda; en la segunda, por las dos.

Inmediatamente reaccionó la selección en un balón parado. Remató Morata de cabeza y el rechace lo cazó Aduriz. Era un gol bello entre dos nueves puros, un gol al alimón, por más que Morata partiera del fuera de juego.

Nada más marcar, Aduriz fue sustituido por Silva. Menos mal que el cambio no se tramitó un minuto antes.

Conclusiones positivas: De Gea, que siguió parando, es el relevo. Ha llegado a la Eurocopa en su sitio. Cualquier otra cosa sería un suicidio generacional. ¡Esto era la transición tranquila! Se ha producido sin ruido, sin traumas. Del Bosque es magistral en estas cosas.

Otra buena noticia fueron los nueves. España tiene con ellos otro empaque y un plan B.

Fue un partido más bien malo el día en que murió Cruyff. Sin él, los campos de fútbol volverán a parecernos estrechos.

HUGHES
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Tiempo de selección. Se nota por el paso del yo al nosotros. El plural mayestático, o «modestático» de Del Bosque, que ayer ya deslizó la posibilidad de seguir tras la Eurocopa.

Enfrente, la Italia triste de Conte. No estarán ni Chiellini ni Barzagli (fieros juventinos), ni Marchisio ni Verratti, los buenos. Sí Buffon, que de tan eterno ya parece la Carrá de la portería. Esto permitirá, una vez más, el juego de alabanzas y comparaciones con Casillas. «Íker está entre los tres mejores del mundo», dijo ayer Alba. Ante este panorama, más visto que las pirámides, mejor mirar lo pujante: De Gea, Morata y Adúriz en la delantera, y el fabuloso Thiago. El glóbulo oxigenado que ha de animar el cansino plasma español.

No estarán Busquets e Iniesta, por prudencia (y quizás su gotita de miedo institucional).

Esta semana de amistosos lo tiene todo: entrevistas a gogó, flores al rival, paternalismo delbosquista y anuncios. El otro fútbol.

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