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Messi se escapa de un defensor jamaicano - AFP

Argentina se deja llevar ante Jamaica

En el partido número 100 de Messi, la "albiceleste" se relajó en exceso. Acaba primera del Grupo C

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Tras el Uruguay-Paraguay, un partido que sólo se pudo acabar recurriendo a reservas sobrehumanas de profesionalidad y al «América» de Nino Bravo como motivación, ver salir a Argentina al campo fue como una final del Mundial. El balón a lo verde, por fin, como los naipes. El Tata Martino tiene dos virtudes. La primera es que probablemente sea el más idóneo para saber qué pierde Messi cuando vuela de Barcelona a Buenos Aires. La otra, envenenada, que tiene debilidad por Pastore, un jugador que parece que juega desnudo, con brazos largos de top model, brazos balcánicos y un gesto invariable como de Bioy de la pelota. Con largos collares de perlas y cigarros con boquilla parecería alguien de los «Años 20», un futbolista distinto que se consume en un suspiro.

Con un Di María aún inseguro y con Pastore, Argentina es una selección hermosa con un rostro de enormes pómulos que, como diría Errejón, son «núcleos irradiadores» de fútbol bello. Pueden ser también dos debilidades de cristal cuando lleguen los golpes. En el centro, Messi hace lo que quiere, pasea a sus anchas en bata suelta de seda como De Niro en «Casino», lanzando roscas, aperturas y moviendo al equipo sin batuta, con un súbito movimiento del puño como Terence Fletcher en «Whiplash». Ayer buscaba a Higuaín, que sustituía al Kun. Muy pronto llegó su gol. Un balón horizontal de Di María que atravesó el área jamaicana como si fuera un tranquilo jardín residencial. El Pipita controló entre cuatro miradas caribeñas, pudo darse la media vuelta y ajustar al palo opuesto. Lo cierto es que Jamaica no fue rival. Miraba, se metía en el área, acompañaba... ¡eran Los Wailers de Messi! Ni patadas dieron. Argentina, muy rítmica, con un control del juego que hacía tiempo que no tenía, se fue contagiando de lo insulso del juego rival. Hubo una rabona de Rojo y un balón de exterior de Di María, un jugador que tiene el mismo meñique independizado de la alcaldesa de Jerez. Pudieron marcar Messi en una rosca, Higuaín por alto y Di María en una contra. Miller, el portero de Jamaica, hiperventilaba. No es que parara, pero obstaculizándolo todo había evitado la goleada.

Buen partido de Di María

Durante el partido los ojos se iban a Messi. Director, seguro, con el reprís del primer regate intacto, no tenía demasiados huecos ante un rival que consistía en once jugadores colgados del larguero cual murciélagos. Por poner un defecto, cabría desear que pisara más la banda, que buscara aprovechar el descuido de espacios que siempre se produce en los costados.

La segunda parte la estrenó Di María con una rosca tradicional que fue al larguero. «El fideo» fue el mejor de un partido en el que Argentina empeoró con los minutos. No había rival, estaba ya clasificada y dejó que el juego se le malograra. Se fue el Pipa y entró Tévez; ya no hay nueves y Argentina tiene varios, pero dejó una impresión fea al final porque no supo resolver, sentenciar, un partido ante el mayor exotismo de la competición.

Jamaica sacó más puntas, con la misma morfología que los defensas. No se les distingue, todos «portentosos atletas». Y al final se difuminó Messi en albiceleste, como tantas veces en sus cien partidos con la selección.

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