Cádiz CF

El cadismo asume y entiende 'lo que hay'

La grada de Carranza admite que su equipo no es más que nadie y lo apoya hasta desfallecer

Alfonso Carbonell
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Los jugadores del Cádiz CF agradecen el apoyo de su aficón.
Los jugadores del Cádiz CF agradecen el apoyo de su aficón.

Por fin. Ha costado, pero se ha entendido. Eso es, al menos, lo que se desprende de los últimos partidos que se han celebrado en Carranza y que han terminado con empate (0-0 ante el Girona y 2-2 ante el UCAM) y una reciente victoria (1-0 ante el Huesca). La gran mayoría de la afición (por supuesto, no toda) ha comprendido que el equipo necesita del último aliento de cada aficionado para llegar al final de lo encuentros con oxígeno, con ganas, con coraje, con la confianza necesaria de que se puede sacar las fuerzas que no quedan. No pudo ser ante el UCAM, donde en el último suspiro el conjunto universitario se llevó un punto ‘in extremis’, pero sí que se consiguió ante el conjunto oscense.

Sin olvidar, el último cuarto de hora en el que Jon Ander Garrido (¡quién lo diría!) le dio al equipo el temple y la calma necesaria que pedía a gritos las circunstancias del encuentro. Pero la afición, a viva voz, cobijó al Cádiz, CF, a su equipo, a sus muchachos. Y los llevó a la victoria, mejor dicho, a manternerla.

Han tenido que pasa trece jornadas para que hasta el más optimista de los cadistas haya bajado los pies al suelo. Ha tenido que venir la goleada del Rayo para que se compruebe como cada punto que se suma cuesta un mundo lograrlo. La mayoría de la afición pueda percatarse de que esto de la Segunda no es jauja. Aquí, en la Plata del fútbol español, difícilmente se gana por castigo en Carranza. Aquí, el Huesca no es el Villanovense. Aquí, el Girona no es el Melilla. Aquí, cada plantilla está hecha para todo. Ya lo dijo hace unas semanas el entrenador del Córdoba José Luis Oltra: “Antes de cada temporada, en Segunda, hay más de quince equipos que salen con la idea de ascender”. Y lleva razón. No es normal la exigencia que se respira en el fútbol moderno. Basta como hecho las cuatro las destituciones (Esnáider, Contra, Milla y Sandoval) que ya se han producido en lo que se lleva de Liga. Y las que quedan. Porque es obvio que las decisiones de relevar en el banquillo al entrenador de turno se toman de la directiva, tan obvio como que esas decisiones son tomadas muchas veces por la presión que ejerce la grada. Qué se lo pregunten a Cervera que se ha visto en el disparadero sin comerlo ni beberlo pese a un comienzo de lo más normal tratándose de un equipo que acaba de llegar a Segunda División con un equipo nuevo.

Pero la grada de Carranza se ha calmado. Las dos últimas victorias consecutivas lo han sacado del descenso y la gente respira. Y lo que es más importante, deja respirar a los jugadores y a su entrenador. El cadismo parece haberse dado cuenta de que su equipo no anda muy sobrado. Se ha percatado que para ganar un partido la intensidad y el sacrificio debe prevalecer sobre el fútbol bonito que tanto daño ha hecho a equipos humildes que, por mucho que se empeñen, no pueden tocarla como la tocan los primeros clubes de Europa. Por eso mismo, la grada de Carranza ha vuelto a ponerse manos a la obra y se ha alineado junto a los suyos, que a veces se equivocarán, como no, pero que no escatiman en esfuerzo. Las victorias comienzan a celebrarse en Carranza como un bien escaso y al que hay que sacarle el máximo de importancia porque cuesta la misma vida lograrlas. El equipo ha salido del pozo, pero es muy posible que vuelva a él. La gente comienza a entenderlo. El camino es largo y será duro, pero el personal parece haberse aplicado que a los de amarillo no se les puede abandonar en ninguno de los 90 minutos de juego porque necesitan tanto el aliento de la grada como los goles de Ortuño.

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