CÁDIZ CF

Raúl Agné, el eterno malestar

El técnico de Mequinenza, hosco, serio y tremendamente exigente, regresa a Carranza como entrenador del Zaragoza tras dejar malas sensaciones en su etapa cadista

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Raúl Agné, en su etapa como entrenador del Cádiz.
Raúl Agné, en su etapa como entrenador del Cádiz.

"Al que tenga miedo, le doy dos bofetadas y se lo quito". Buena carta de presentación. Contundente sin duda. Raúl Agné no engaña, es sincero y no rehúye el enfrentamiento. No todo es negativo, que diría Van Gaal y reforzaría el Pitu Abelardo. Es dueño y reflejo de sus palabras. Hosco, serio, desagradable en ocasiones, testarudo como buen maño; difícil que se le torciera el labio para expresar una mínima sonrisa. Ni falta que hace, porque en el Cádiz CF, como en cualquier otro club, como en cualquier otro trabajo, se le pidieron resultados. Y ellos lo empujaron a salir de Carranza por la puerta de atrás.

Pocas veces se puede aplicar con tal contumacia esa máxima de la justicia del fútbol, que incluso actuaba con excesiva dilación por cuestiones burocráticas.

El Cádiz, su Cádiz, fue de vergüenza (El Palo) en vergüenza (Lorca) hasta el esperpento final (Almería), y entonces los administradores concursales permitieron a los recién ingresados Locos por el Balón accionar esa guillotina instalada con semanas de antelación. Luego llegó Calderón, recuperó la alegría en unos jugadores desmoralizados, catapultó a los amarillos hasta la cuarta plaza y... Hospitalet, fin de trayecto.

Agné regresa a Carranza con el Zaragoza. En silencio. No hablará con los medios gaditanos y sólo se le podrá escuchar en la habitual rueda de prensa de este jueves, previa al compromiso frente al Cádiz. Como tampoco lo ha hecho desde su marcha. Dejó malas sensaciones. Alessandro Gaucci le ofrecía las riendas y, ya desarbolado, toda su confianza cuando sustituía a Ramón Blanco en la más horripilante y desastrosa temporada de este club centenario. Con el de Mequinenza como protagonista, al igual que el recordado técnico argentino y Alberto Monteagudo, Pablito Sánchez, Indiano, Belencoso, Viyuela, Domingo y compañía.

En su primera semana sorprendía al programar un entrenamiento en Carranza con la megafonía funcionando, al máximo volumen, para simular los gritos, silbidos, palmas, críticas y cánticos que se podían escuchar en la jornada dominical. Vacuna para contrarrestar el ambiente infernal del Estadio. Agné actuaba como un general que espabilaba a su ejército, que le preparaba para la batalla, y su mano férrea se cobró alguna víctima. Carlos Indiano, apartado, hasta necesitó apoyo profesional para superarlo; Diego Bermúdez se retiró del fútbol, aunque no por culpa del entrenador, si no porque ya no aguantaba más después de marcar el gol en propia puerta en el estreno del de Mequinenza. Un debut inolvidable.

Con los refuerzos de Peragón, Luque, Josete, Carlos Álvarez y Granell (cinco titulares), más la aportación de Pablo Sánchez, Villar, Aulestia, Albentosa o Moke, la salvación, la permanencia, se lograba en la penúltima jornada ante los amigos sanluqueños. Aún así, Gaucci le entregaba el alma y le daba carta blanca para confeccionar la plantilla de la temporada siguiente, la 2013-14. Ese equipo que en Carranza machacaba a sus adversarios y a domicilio avergonzaba a sus seguidores era decapitado en el Juegos del Mediterráneo de Almería (otro 3-0) cuando estaba a 17 puntos del líder Albacete. Con el presupuesto más alto de toda la categoría, reforzado en invierno con otros siete futbolistas más de la factoría Pina. Gastar, gastó.

Permaneció en la Tacita de Plata un año y tres meses. 52 partidos dirigidos, con 24 victorias, 11 empates y 17 derrotas. Muy flojos para el Titán de la categoría de bronce. El murciano tomaba una decisión exigida e irremisible. Un año después logró la permanencia del Tenerife en Segunda pero sólo duró once jornadas en la campaña siguiente.

Raúl Agné, el eterno malestar, el enfado infinito, se sentará de nuevo en el banquillo de Ramón de Carranza. Otro reencuentro más eclipsado por la alegría que ahora sí se palpa entre la hinchada cadista, ahora capaz de torcer ese labio para convertirlo en una sonrisa. 

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