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Viaje al interior de Contador

El ciclista, que emprende el sábado el reto de ganar el Giro, proviene de una familia humilde sin antecedentes deportivos y marcada por la parálisis de su hermano

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Alberto Contador ya no apila con mimo decenas de jaulas con pájaros colgadas en la pared de su jardín, un adosado a las afueras de Pinto. Tampoco acude al Rastro madrileño los domingos por la mañana para intercambiar jilgueros y comprar canarios. En Lugano, donde vive desde hace dos años en un piso ubicado junto al domicilio del piloto de motos Jorge Lorenzo, no ha encontrado sentido a seguir criando periquitos, forpus o diamantes mandarín. El campeón ciclista ha sucumbido al mal de la sociedad occidental y civilizada, el tiempo. Con el segundero mirándole a la cara, el próximo sábado arranca el Giro de Italia y el desafío de Contador: ganar el mismo año el Giro y el Tour, como Induráin en 1992 y 1993.

«El tiempo y las circunstancias pueden cambiar en cualquier momento. No subestimes, no lastimes a nadie en la vida. Puede que hoy seas poderoso, pero recuerda que el tiempo es más poderoso que tú». Contador, segundo vástago de una familia de emigrantes extremeños que se instaló en una ciudad dormitorio de Madrid, comprendió esa enseñanza del karma hace un par de inviernos. Entrenaba, corría y vivía mirando un reloj. El tiempo.

Su hermano Raúl

Se marchó a Lugano para esquivar la tiranía del minutero, para entrenarse con placidez en las montañas y compartir vida con su guardia personal de ciclistas, preparadores y entrenadores. Huyendo del agobio de Madrid se alejó voluntariamente de sus raíces. De su padre, Paco, nativo de Barcarrota (Badajoz) que trabajó durante décadas en una empresa de serigrafía y cuando ésta cerró a principio de siglo se dedicó a montar instalaciones para una compañía de teléfonos. De su madre, Paqui, maestra de formación y funcionaria administrativa del Ayuntamiento de Pinto. De su hermana Alicia, a quien el ciclista adora por su vitalidad y su humor. Y de su hermano Raúl, un joven que nació con discapacidad y limitación de movimientos y que ha vivido toda su existencia en una silla de ruedas. Más cerca ha permanecido de Fran, el mayor, quien se ha convertido en su agente, mano derecha y vínculo comercial y empresarial del proyecto societario que tiene el campeón: dos equipos ciclistas de categorías inferiores, un plan de futuro en el ciclismo, además de las inversiones propias de alguien que ha conseguido el estatus de millonario. Su salario ronda los siete millones.

«Hace años hablaba mucho con mi hijo, compartíamos opiniones, estábamos juntos. Ahora ya no tenemos tiempo. Estar tan arriba como él supone pagar un precio muy caro», ha dicho Paqui, la madre.

Francisca Velasco es el alma de una estirpe trabajadora que ha vivido durante lustros en una calle céntrica de Pinto, próxima al polideportivo que hoy lleva el nombre de su famoso hijo. Nadie en aquella familia practicaba deporte alguno. Ni el padre, hincha total del Real Madrid y con trabajo extra fuera del horario laboral al cuidado de Raúl. Ni la madre, ni la hermana, ni abuelos, ni tíos en Extremadura… Solo el mayor, Fran, demostraba cierto gusto por el ciclismo, por montar en bici, por las hazañas de Induráin.

Contador nunca sintió la atracción del ciclismo cuando era un niño. La primera vez que le dio a los pedales tenía ocho años y montó en una especie de moto a propulsión muscular. A los doce recibió una mountain bike de parte de los Reyes Magos y a los quince se subió a su primera bici de carretera, una Orbea roja de acero con cambios en el cuadro que él mismo pintó de azul.

La historia triunfal de Contador arrancó a partir de un buen registro académico. «Cuando aprobé la selectividad mis padres me compraron una bici nueva -recuerda su hermano Fran-. Y Alberto empezó a salir conmigo y la peña ciclista de Pinto».

El corredor hoy conocido mundialmente ya había apuntado maneras un año antes, en una prueba de cadetes en Barcarrota, el pueblo familiar. Le pidió prestada la bici a su tío en un circuito revirado, lleno de curvas que llegaba al campo municipal de fútbol. Se inscribió tarde y salió el último. Llegó el primero.

Abandonó entonces su inclinación por el atletismo (el cross) y el fútbol. Corría la banda derecha como veloz lateral, resistente y leñero. Y comprobó que la pesada Orbea roja teñida de azul no era impedimento para superar a los amigos de su hermano en el puerto de Navacerrada. Ingresó en el ciclismo a través del Real Velo Club Portillo. Y, entregado a los entrenamientos, no terminó el Bachillerato. Dejó los estudios con 17 años.

En la habitación de Fran

Una tarde de septiembre de 1999, Contador se convenció de que quería ser ciclista. Tumbado en una cama de la habitación que compartía con su hermano Fran, vio salir como una flecha a Óscar Freire en una avenida de Verona para ganar el Mundial y enfundarse el maillot más hermoso del ciclismo, el arco iris de campeón del mundo.

Aquello excitó su ambición. Y se convenció de que podía ser ciclista después de una Subida a Gorla, la carrera del País Vasco que congrega a la elite del pelotón aficionado en un puerto con potentes rampas al ocho por ciento de media. Gorospe, Cabestany, Santi Blanco, Purito Rodríguez o Carlos Sastre ganaron un día en Gorla. Contador se percató de que sus limitaciones encerraban un mensaje: casi todos sus rivales llevaban las bicis Cipollini, últimos modelos que había sacado al mercado el antiguo velocista italiano. Él superó el récord histórico de la ascensión con la Orbea roja teñida de azul.

La ambición retrató muy pronto a un deportista con sed de victorias. Su hermano Fran dejó de ser una referencia en la carretera para él. Los dos primeros días que escaló Navacerrada con la «grupeta» se descolgó. Pero, orgulloso y competitivo, detestaba esa sensación agria que destila la derrota. Al tercer día les atacó y llegó solo al monte. «Digamos que yo era mucho más ambicioso que mi hermano», declaró en una entrevista a ABC.

Carácter y ambición

Pocos días después de que Manolo Saiz le separase del resto de ciclistas del equipo aficionado del Iberdrola para comunicarle que pasaba a ser profesional del conjunto ONCE, la familia Contador Velasco decidió que el padre, Paco, aparcase el cableado y se dedicase en exclusiva a cuidar de Raúl. Paqui comunicó a la señora que atendía a su hijo pequeño discapacitado que ya no necesitaban sus servicios. En la casa resonaban con fuerza las palabras optimistas de Manolo Saiz, una eminencia del ciclismo por aquel entonces antes de caer en desgracia por la Operación Puerto: «Los has ganado a todos. Ya no puedes progresar más». La respuesta de Contador estuvo a la altura. «No te vayas a preocupar. Lo haré bien».

Llegó luego la evolución constante, su nombre en todos los corrillos y un drama, el cavernoma que casi lo manda a la tumba. La doctora Aurora Martínez lo operó a vida o muerte al extirparle una malformación vascular en el cerebro en 2004. A partir de ese día adoptó un lema, Querer es poder. Después de ganar dos Tour, un Giro y tres Vueltas y de dar positivo por clembuterol, Contador ha decidido retirarse el año que viene. Antes de la despedida quiere atar el Giro y el Tour de 2015.

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