Artística faena de Enrique Ponce, amo y señor en Cali

Triunfa en el mano a mano con Roca Rey en una decepcionante corrida de Las Ventas del Espíritu Santo

Enrique Ponce Efe

EFE

El diestro valenciano Enrique Ponce cosechó un nuevo éxito en Cañaveralejo al cortar dos orejas y salir por la puerta grande en el mano a mano con el torero peruano Andrés Roca Rey, en la cuarta corrida del abono de la plaza de toros de Cali que cumple 60 años de existencia.

A excepción del primero de la tarde, en el que Ponce alcanzó el éxito, los toros de Las Ventas del Espíritu Santo tuvieron desigual comportamiento e incluso dos de ellos fueron sustituidos por ejemplares del hierro Ernesto González Caicedo . La plaza se llenó.

En un solo toro, el primero de la tarde, Enrique Ponce dio para dar y convidar a una plaza de Cañaveralejo con lleno completo , para hacerse con el mano a mano de la cuarta de abono de la Feria de Cali, en la que alternó con el diestro peruano Andrés Roca Rey.

La faena sin tacha y con enorme calidad artística tuvo como complemento a un noble toro de la ganadería Las Ventas del Espíritu Santo, excepción de una corrida en la que primaron para ese hierro las devoluciones (dos toros, tercero y cuarto) y la falta de fondo de los demás.

Ponce se mostró amo y señor desde el capote, donde dejó el sello personal de su torería. Luego, con la muleta, las series fueron ligadas y profundas, algunas con detalles inolvidables de trincheras y recortes del mayor gusto. La espada en todo lo alto puso fin a su obra. Dos orejas y vuelta al ruedo al toro.

En los otros dos turnos, el matador de toros español debió sacar lo mejor de su tauromaquia para administrar las escasas opciones de un manso de Ernesto González Caicedo, al que le dio los adentros para sacar algún provecho. De no marrar con la espada hubiese logrado otro trofeo. En el quinto, de Las Ventas, hubo esfuerzo sin mayor respuesta de su enemigo.

Andrés Roca Rey no tuvo suerte alguna con los tres toros que debió lidiar. El primero, de Las Ventas, se acobardó al final de la lidia, después de que el torero peruano hubiera encontrado el camino para hacerse a él con los vueltos de su muleta y una buena dosis de firmeza.

El sobrero de la ganadería emergente también se rajó, pese a los constantes intentos del lidiador para que diera juego en los medios del ruedo. El último, de cierta movilidad, fue intrascendente.

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