Crítica Danza Teatro
El país de Nod aún existe
Estreno nacional el el Teatro Central de la compañía FC Bergman/Toneelhuis
El país de Nod es el lugar donde Caín vivió tras asesinar a Abel y ser condenado por Dios, y eso cuenta el Génesis. Con esta premisa la compañía FC Bergman , en la creencia de que la Biblia es la base de la cultura occidental, «aunque nosotros no somos creyentes» (belgas y flamencos, no olvidemos), han creado un espectáculo sin límites con este título, «Het land Nod».
El teatro Central no existe , ha sido completamente vaciado (grada incluida), y en su lugar el espectador entra en una enorme sala de un museo, la monumental sala del Museo de Bellas Artes de Amberes , la sala Rubens con el espectacular cuadro de la Lanzada.
La obra se ha inspirado en este museo que ha pasado por vicisitudes extremas que lo dañaron sucesivamente: bombardeos en la Segunda Guerra Mundial, una fuerte inundación en 1947, y en la actualidad permanece cerrado por una importante remodelación.
El espacio es inmenso. Los espectadores entran a través de grandes puertas a la sala, donde en las paredes se refleja la decrepitud del tiempo y las sombras de los antiguos cuadros colgados. Sobrevive colgada la monumental obra de la Lanzada de Rubens.
Los personajes, seis y algún figurante, entran y salen sin cesar. No hay palabras, el gesto, el circo, la danza, el clown forman la propuesta escénica que se mueve también en el mundo de la instalación y la performance.
Un empleado, metro en mano, intenta medir el gran cuadro subiendo por una enorme escalera, mira la puerta: por ahí no sale; dos vigilantes del museo deambulan con sus «walkis» por la sala; una mujer rompe aguas frente al cuadro, mientras un hombre se desnuda y enciende allí mismo un cigarrillo, quedando estático en un rincón y entra un último hombre que empieza a correr por la sala. El tiempo lo marca un personaje, vestido de smoking, que va dejando caer en el suelo las marcas de las estaciones: hojas secas, copos de nieve, flores y arena.
El mundo de lo absurdo (o no), ha comenzado. Sin palabras, hay en esta obra homenajes sucesivos al cine mudo, como cuando el operario del museo se cuelga de un pincho a gran altura, a lo Harold Lloyd, intentado medir el gran cuadro y creando uno de los momentos más hilarantes de la noche.
Y las escenas se suceden: el ruido de los bombardeos que apaga las luces; el agua que inunda el museo que se intenta «secar» poniendo enormes mantas sobre el parqué, mientras el papel de la pared y el estuco de los dorados se va desprendiendo materialmente y cae sobre el piso.
Suena «Summertime» de Ella Fitzgerald , continúa la vida sin parar en la sala de un museo que parece el reclamo de todos, y que empieza a convertirse en la propia vida de este mundo loco que nos rodea: comedia, drama, surrealismo... FC Bergman no olvida a sus «padres», Fabre, Lauwers, Platel, Keersmaeker , pero tampoco quiere «matarlos». Eso sí, sin olvidarlos, echan mano de su insultante juventud para crear una obra que rezuma de talento.
El cuadro sigue ahí. Por más que el hombre mide, no sale por la puerta. ¿Qué hacer? Lo más lógico que se le ocurre al ser humano, como en las guerras, si no se termina con ellas, hay que bombardear. Y eso ocurre, el operario con un cómico detonador y un largo cable, dinamita la puerta que estalla atronadoramente. Cae parte del techo, el dintel de madera, todo se estrella contra el suelo. Vuelven los vigilantes del museo, y el operario, (¿un conservador, un instalador de exposiciones?), consigue descolgar el enorme cuadro porque ya sale por la puerta, y lo saca de la sala. Por fin.
«El país de Nod» es una experiencia única que nos ha brindado vivir este sábado el teatro Central, una obra que es como un espejo del mundo que nos rodea, y que requiere una gran complicidad del espectador. Los seis de FC Bergman no nos pidieron entender nada, sólo nos pidieron nuestros sentimientos a base de hermosas imágenes, y en mi opinión, lo consiguieron con creces.
